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HACÍA TIEMPO QUE BETTY NO VESTÍA TAN FORMALMENTE.
La última vez, había sido para un funeral, lo que no traía buenos recuerdos. Por aquel motivo, había optado por un vestido verde en lugar de uno negro.
Se miró en el espejo de la habitación del hotel. El vestido le favorecía, su pelo no parecía un nido de pájaros, su maquillaje era aceptable, los pendientes eran bonitos y su anillo seguía colgando de la cadena que llevaba al cuello, junto al collar de flecha que Natasha le regaló.
Hacía tanto tiempo que no se preparaba tan a conciencia que le sorprendía cómo podía llegar a verse con un poco de esfuerzo.
—Estás genial, Barton —se elogió a sí misma, con una sonrisa altanera en el rostro—. Fantástica.
Todo ello, dejando a un lado el arco retráctil que llevaba oculto en el cinturón, el cuchillo que llevaba en cada tobillo y la pistola y flechas extensibles que ocultaba en el bolso.
Había sido prohibida de usar sus armas hasta superar un examen psicológico. Pero la terapia no estaba llevando a ningún lado. No importaba.
Ella sabía que podía hacerlo.
Cuando creas que no puedes, le había dicho Natasha, la primera vez que le enseñó a usar un arma, primero debes convencerte de que sí. Eres capaz de conseguir lo que te propongas, pero tienes que creer en ti primero.
Ella creía que podía hacerlo. Lo creía firmemente.
—Vayamos a por un poco de diversión —murmuró, dando un último vistazo al espejo.
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OBSERVAR, CAMUFLARSE, IDENTIFICAR AMENAZAS. Era a lo que Betty llevaba dedicándose la mayor parte del tiempo.
No había visto a la mujer de la tienda de juguetes por ningún lado y la mayoría de invitados parecían los habituales presentes en una gala de aquel tipo. No había indicio alguno que la llevara a sospechar.
