—Últimamente estás muy pensativo —reclamó Daniel—. No importa, vayámonos, bebé cuatrojos, este lugar me enferma. —Se incorporó.

—Debo estar cansado. —Me levanté del sillón.

Al salir del hospital, Daniel prendió un cigarrillo y, aliviado, exhaló el humo hacia el cielo nublado. Las grisáceas nubes marchaban y se unían al horizonte de colinas pobladas de coníferos.

—Parece que está muriendo —murmuró y le dio otra calada al cigarro. —Lo lamento... —susurré decaído.

—Me hubiera sentido muy mal de no haber conversado con ella. Es curioso. —Se plantó en frente de mí y fijó sus ojos de una manera cautivadora que engrandecía su bonito rostro pecoso—. Las personas que sienten cerca la muerte abandonan muchas cosas y se vuelven más honestas. —Sonrió triste y llevó uno de sus mechones de trigo detrás de su oído.

—¿Crees que va a morir? —le pregunté.

—Es un esqueleto con la piel pegada en los huesos. Será un milagro si se recupera —contó con una triste entonación que marchitaba su voz llena de confianza y encantadora.

—Lo siento mucho. —Lo abracé en el momento.

—Gracias por insistirme en verla —susurró desde mi hombro.

Terminamos en el estacionamiento donde nos esperaba el chófer de la abuela de Daniel, con una expresión de aburrimiento, leía una revista para matar el tiempo. Ambos subimos en la parte trasera, a Daniel le gustaba tomar todo el tiempo posible mi mano, tal vez le animaba, nunca lo supe con exactitud, pero lo que sí sabía era cómo emocionaba mi corazón. Las nubes liberaron lo que contenían, era una tormenta que se tragó todo a su paso. Escuchaba el golpetear de las gotas en el cristal de automóvil. Daniel, aburrido, terminó durmiéndose, usando mi hombro de almohada. Añoré el momento aun estando viviéndolo, no quedaban mucho de las vacaciones, iba a extrañar convivir tanto con él de esa forma. En el internado debíamos fingir ser compañeros, pero fuera de este, podíamos tomarnos la mano y dormir juntos. Amaba dormir a su lado, sentir su respiración tan cerca de mí, los latidos suaves de su corazón y la calidez de su piel rozar con la mía.
Dormir al lado de la persona que amaba tanto se asemejaba al paraíso prometido.

Contemplé su rostro pecoso, no había ninguna expresión. Sin embargo, se deslizó una silenciosa lágrima por su mejilla. Llegamos al anochecer. Cuando entré a la mansión de las rosas con Daniel, Griselda nos habló, indicándonos que fuéramos a la sala de estar. Cansados y desanimados, entramos. Para mi sorpresa, Lana estaba ahí. Vestía de rojo, me hizo pensar en los demonios. Conversaba animadamente con la abuela de Daniel. No mostré interés, la saludé sin emoción. Lana actuaba como una madre amorosa y preocupada.

—Quería saber si todo estaba bien —expresó sonriendo como una flor artificial—. Pero veo que no hay nada de qué preocuparme.

—Mi Dani es muy buen chico y amigo —agregó la abuela.

—Y encantador. —Lana se incorporó y le ofreció su mano a Daniel. Él, sin vergüenza, la tomó—. Soy Lana, la madrastra de Isaac. Muchas gracias por cuidarlo y ser su amigo.

—Sí —dijo Daniel sonriendo superficialmente.

Inteligentemente, Daniel habló por los dos, aclaró estar cansado del viaje y que era mejor que ambas se quedaran solas hablando. No obstante, Lana sonrió y explicó que ya debía marcharse para no llegar muy noche a la casa. Se despidió besándome la mejilla y se alejó pavoneándose con los altos tacones que estilizaban su esbelta figura. Quedó por un rato la presencia de sus labios y el aroma de su perfume a mi lado. No sabía con exactitud qué pretendía. A veces me parecía que de verdad estaba genuinamente interesada por mí como una madre real.

Cuando cierro los ojos se van los santosМесто, где живут истории. Откройте их для себя