Capítulo III.

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El frío de la mañana se convierte en calor y las calles paralelas a las avenidas principales resuenan junto a los cantos de los pajaritos de fondo, cerca, una bocina andante pasea lento invitando a los vecinos a vender sus muebles viejos, en una esquina se encuentra un grupo de personas que esperan su turno detrás de un carrito de desayunos, a un lado pasa un hombre con un peculiar llamado, para recoger la basura los días sábados, en sintonía con este, el motor de uno que otro camión que reparte el gas estacionario con su larga manguera, y las frecuentes peleas entre vecinos atraen algún perrillo distraído que se acerca a olisquear.

Sahara mira por la ventana de su habitación perdida en sus pensamientos, o tal vez sin pensar, los exámenes finales están por concluir y la han consumido mucho, durante estos últimos días se ha sentido más sola que nunca, la ausencia de sus dos molestos compañeros de clase le causa una fea sensación amarga, al menos ellos le hacían compañía, compañía molesta pero le era suficiente para combatir la soledad por lo menos en la escuela, rápido se despabila al escuchar el crujir del suelo de madera causado por el caminar de unos tacones, corriendo regresa a su pequeño escritorio, toma un marcador y subraya con cuidado el libro de texto justo donde lo había dejado. Por orden de su tía la puerta de su habitación no se podía cerrar nunca, las visitas sorpresa de su tía eran constantes, lo bueno es que el piso también habla, se dice, esto la asusta y prefiere no entrar en distracciones y ser sorprendida perdiendo el tiempo, los pasos se detienen justo en la entrada, se asoma una figurilla delgada, de mirada calmada y tez fantasmal, la acompaña un perfume muy fuerte, cualquier persona a 3 metros de distancia podría percibirlo, y aunque la voz es débil y lenta, también es imponente, y tenebrosa.

—Espero que ya estés por terminar, no quiero que estes perdiendo el tiempo niña, por favor necesito que te apures, ya es tarde para ir al centro, termina ya por favor, te espero en una hora para salir—.

—Si tía Rosenda, ya estoy por terminar, en un momento bajo—, contesta nerviosa la muchacha.

—Por favor—, repuso la tía Rosenda mientras los pasos en la madera se desvanecen.

En ocasiones cuando su tía se aparecía a Sahara le daba la sensación de que toda luz se ocultaba y solo quedaba una tenue oscuridad, a pesar de lo estricta que era, la joven le tenía un gran cariño y sabía que su tía también lo sentía por ella, al menos eso quería pensar. Pero así era su tía, y nada podía cambiarlo.

Sahara término de subrayar, cerró el libro y colocó el marcador en el vasito correspondiente, cepillo su cabello, y se miró en el espejo, cuando se mira, no le gusta lo que ve, un feo sentimiento en el estómago aparece, esta claro que no se siente a gusto con ella misma, deseaba poder ser como las niñas del colegio, ser normal, y popular, hizo una mueca y arrojó una sudadera negra sobre el espejo, salió de su habitación, miró en dirección a la puerta de la habitación de su tía, se detuvo un breve tiempo, acomodo su cabello y bajó las escaleras, tratando de hacer el menor ruido posible, con cuidado de no molestar pero con el crujir de la madera esto era imposible, al llegar a la sala de estar tomó asiento en el sofá junto a un buro viejo que sostenía el teléfono fijo, y dirigió la mirada hacia un cuadro viejo que contenía una fotografía de su tía en su día de bodas, le llamaba la atención el hombre junto a su tía, sabía, de antemano que era su tío, pero nunca lo conoció, –¿como aguanto a mi tÍa,–.

Le gustaba mirar las extrañas antigüedades que decoraban la casa, había una cajita de música con una princesa que al dar cuerda hacía sonar una corta melodía, su tÍa la cuidaba mucha y estaba prohibido darle cuerda, pero lo que más llamaba su atención eran las figurillas de porcelana colocadas específicamente dentro de las estanterías, y aunque las conocía de toda la vida siempre le daban curiosidad, había una en particular que le causaba miedo y felicidad, una sensación extraña, era una pequeña escultura de un niño y una niña sobre un sube y baja, los rostros era lo que le causaba inquietud, el niño levantaba a la niña con su peso, pero no sabía si el rostro de la pequeña era de felicidad o de miedo.

Atras ni para tomar impulsoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon