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La mañana estaba lo bastante fresca como para salir en compañía, ya tocaba que su acompañante conociera el mundo como tal y no con solo palabras. Qué aburrido era el pensar estar encerrado sin posibilidad de moverte ni nada por el estilo, sintió pena por ello. No, no, estaba cometiendo un crimen al no dejar que respirara aire puro, aunque la realidad era que ese elemento dejó de ser puro desde hace milenios.

—Muy bien, es un pecado dejarte encerrado, sé que te portas excelente, pero no puedo permitir que no conozcas nada —suspiró animada y prosiguió con su rutina.

No tenía mucho por hacer además de calentar leche para el camino, sabía que el alimento era indispensable para su acompañante. Hoy tenía trabajo, claramente, y era la primera vez que salía con él, por lo que le daba temor el cómo la gente reaccionaría con la apariencia de ese ser. Temía que lo señalaran como un extraño, algo fuera de este mundo, pero sabía que no debía seguir ocultándolo. Tarde o temprano lo verían. Por lo menos haría que cuando lo conocieran no se sorprendieran tanto, contaba con la fe en que no pasara nada grave.

Cuando ella salió de su hogar con el acompañante que apenas conocía el exterior, sintió pavor en que la miraran extraña y temieran de su persona, en especial por quién mantenía casi oculto, pero al ver que la gente seguía su camino como si nada, supo que el día sería agradable. Tenía unas altas expectativas. Faltaba una hora para que comenzara su clase de teatro, ella era maestra de secundaria y su materia era la actuación —curso que pidió ofrecer a los estudiantes que les gustara actuar—, obtuvo el permiso hace más o menos nueve meses atrás, por lo que iniciaría ese día su primera clase. Estaba ansiosa por animar a aquellos jóvenes amantes de la actuación. Su día no podía estar más animado. 

Por suerte, el instituto no estaba muy lejos de su hogar, solo tuvo que caminar dos esquinas y finalmente llegó, fue recibida por el portero de la institución quién la miró extraño cuando se percató de que no venía sola, en especial con un coche.

—Ina, ¿¡es su hijo?! —exclamó con sorpresa. Sabía que la mujer tenía un hijo, pero ese era mayor, nunca se dio cuenta de que pudo haber tenido otro embarazo.

La mujer sonrió con una timidez palpable, sabía que su presencia y la del bebé que estaba en coche, serían sorpresa para aquellos que conocía, solo esperaba que la gente asimilara que se convirtió nuevamente en madre.

—Sí, es mi hijo... Su nombre es Irane —alegó apartando un poco la sombrilla que cubría el rostro del bebé, con el aspecto de su hijo podría asustar al hombre, ya estaba preparada para todas las reacciones de las personas cuando conocieran al bebé risueño del coche.

—¡Oh, pero mira a esa avenita! —exclamó el portero muy animado de conocer al bebé, le tomó una mejilla y este le sonrió y rio como si le hubiese gustado ese gesto. Su madre se relajó ante la reacción del hombre —¿Es albino? Vaya, qué peculiar.

Peculiar estaba corto para describir a su hijo, pensaba Ina. Entendía la sorpresa que debía sentir el portero. El niño nació con un cabello blanco, demasiado blanco como para siquiera ser comparado con la nieve, sus ojos eran azules muy brillantes para ser normales. Era hermoso, un bebé exageradamente bello. Ina conocía algo más de lo que podría asustar a las personas de ese niño, y era esa forma de mirar a las personas como si supiera lo que era cada una y, más sorpréndete, como si conociera todo su propósito. Ina fue la primera que vivió la mirada del bebé, y con ella se sintió en calma y paz, cosa que un simple niño recién nacido no podía hacer, no en forma literalmente. Solo ella entendía la razón.

—Señor Harrison, ¿ya llegaron los estudiantes? —preguntó para evadir el asunto del bebé, alzó nuevamente la sombrilla del coche para evitar que siguiera viendo al pequeño.

Vínculos finales. Libro#03. Final.Where stories live. Discover now