12. Cumpleaños perdido

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El pueblo de Braemar, Escocia era un lugar tranquilo y acogedor para asentarse si gustabas de tener una vida calmada y sin problemas. O también para esconderse de seguidores de un genocida maniático que quiere venganza en asesinar al nieto del hombre que fue la mano derecha de aquel mago. Pero sobre todo un destino apacible en donde tanto muggles como magos habitaban sin percances.

Sus casas rústicas, sus vistas mañaneras a las montañas, el río que cruzaba todo el pueblo y desbocaba en la laguna de su casa que conectaba con el lago negro, el castillo del pueblo y su clima perfecto los había conquistado desde el primer momento en que pisaron el poblado. 

Los vecinos eran amigables, tratándolos con cortesía y camaradería. La primera vez que fueron a comprar al mercado local, la gente se sorprendió cuando dijeron que eran pareja y el bebé que tenían era su hijo. Esperaban un rechazo o desagrado por su parte (más de parte de los muggles) pero todos les habían sonreído con aceptación y regalado algún producto de sus negocios como presentes de bienvenida, eso los calmo y se dieron la oportunidad de conocer a la gente.

Un punto a favor de Braemar era el gran parque que abarcaba todo un campo a las orillas del río en el centro del lugar. Las familias iban los fines de semana a hacer sus días de campo o solo a pasear en los largos caminos de tierra y pasto. Turistas de todo el mundo iban todos los días para sus fotos de aventura. Sirius y Remus lo eligieron como el sitio perfecto para enseñarle a caminar a su pequeño Draco más adelante.

Les costó un poco encontrar los lugares mágicos ya que estos estaban bien escondido para ojos que no portaran una varita o estaban apartados de las tiendas no mágicas. El negocio a donde se dirigían en ese momento estaba al otro extremo de la villa y aprovecharon para antes pasear a Draco en su cochecito y comprar un pastel de chocolate. Hoy era el cumpleaños número uno de su pequeño Dragón.

Ayer en la noche decidieron en dejarlo dormir con ellos para despertarlo con una canción de cumpleaños y muchos besos acompañado de cosquillas y risas. Al ser una ocasión especial le dieron de desayunar pequeños pancakes con chocolate y jugo de calabaza, cosa que alegro mucho a su pequeño. Optaron por ir a comer a un restaurante y explorar los sitios que no habían visitado aún, pasar un día de campo en el gran parque y volver a su casa para darle los regalos a Draco. Solo que tenían que hacer esa parada primero.

Llegaron a una casa pequeña de dos pisos que conectaba con un edificio de una planta. La fachada era de cristal y el local estaba pintado por fuera de un bonito color cafe que combinaba con los árboles y plantas que decoraban el exterior. Cualquiera que lo viera, solo encontraría una botica de medicina artesanal, pero para cualquier mago sabría que se trataba de una botica de pociones.

La botica Sunn plante de la señorita Henriksen.

Dejaron el coche del bebé afuera y entraron. Una campana le indicó al propietario que tenía clientela. Una mujer mayor apareció desde la puerta de la trastienda y les sonrió grande.

— ¡Señores Black, qué gusto verlos de nuevo!— Shelby Henriksen era una bruja mayor proveniente de Noruega, que llegó a Escocía en un intento de huir de los nazis en la Segunda Guerra Mundial y tras terminar la guerra se terminó casando con un inglés. Era una mujer amable y simpática con todo aquel que le dedicara un buenos días  y era una mujer querida por todo el pueblo. Era bajita y regordeta, con la piel blanca con pecas y unos singulares ojos púrpura. Su largo y grueso cabello blanco trenzado que llegaba hasta sus tobillos, su siempre vestido Bunad y sus collares, aretes, pulseras y anillos la hacían ver cómo alguien extraño para los que no la conocieran cuando en realidad era una persona extravagante con un corazón puro, — ¿Que les trae por aquí? ¿Otra vez se te acabo las pociones contra la resaca, Señor Black?

Taking care of a little dragonWhere stories live. Discover now