Parte única

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Niños mutilados. En Carolina del Sur el terror se respiraba como una gruesa capa que se extendía en el ambiente. Todos le temían pero nadie conocía su nombre, su rostro. Lo único que se conocía de él eran sus métodos que muchos adjudicaban al diablo.

Pero fue el 10 de octubre de 1989, que se supo la verdadera identidad del asesino. Fue una revolución, nadie se imaginaba que pudiera tratarse de un chico de 14 años. Pero era verdad. Lo habían atrapado en una vieja propiedad abandonada al norte de la ciudad. 10 habían sido las víctimas, lo había declarado él mismo al ser aprehendido.

La condena fue decisiva, la condena máxima: pena de muerte, silla eléctrica. Ningún periodista había podido hablar con el muchacho, sin embargo, a mí se me concedió el permiso para poder realizar una entrevista. No sé por qué a mí, pero no pude rechazarlo, el periódico en el que trabajaba me obligó a aceptar. La fecha se fijó para el 15 de octubre, a las diez de la mañana, una hora antes de su ejecución.

Lo único que llevaba en mi portafolio aquel día era el expediente del chico, una pluma, una libreta y una grabadora. Llegué con una hora de anticipación, después de haber sido revisado en la entrada de la prisión, me condujeron a la sala de interrogaciones, lo que me puso los nervios de punta. Un escalofrío recorría mi espalda mientras esperaba. Las paredes del cuarto eran grises y había una mesa en el centro con dos  sillas enfrentadas.

Justo cuando pensé que me darían una negativa final, la puerta se abrió. Entró un policía de aproximadamente un metro noventa, jaló del brazo a un muchacho, di un respingo al verlo, el periódico mentía mucho con las fotos, en ellas se veía mucho mayor. El overol naranja resaltaba su palidez, arrastraba los pies al caminar, lo que hacía que el oficial se viera obligado a casi arrastrarlo.

─ ¡Siéntate!─ ordenó al chico, y lo empujó hacia la silla que yo tenía enfrente, no pude hacer nada más que abrir la boca y mirarlo. El oficial insistió en su orden y bajó al muchacho con un fuerte empujón en los hombros. ─Estaré aquí, ¿señor Smith?

─Así es, se lo agradezco.─ dirigí una mirada de agradecimiento al oficial y después me fijé en mi interlocutor. Sus ojos verdes me examinaban detenidamente, estaba tranquilo, incluso parecía aburrido. Los rizos negros le caían sobre las cejas, la boca estaba ligeramente abierta, su posición desgarbada, hombros caídos, vencidos. Sus manos descansaban sobre sus piernas. Prendí la grabadora. Pero no sabía qué preguntar, no era fácil teniendo a un asesino y a un niño de frente.

─Bien, tuviste un pasado muy doloroso. Tu padre te maltrataba...

─ ¿Es poco maltrato? No sé por qué me juzgan. A mi padre nadie lo juzgó.─ apenas movía los labios cuando hablaba, su voz era áspera y grave, resentida y sus ojos no se movían de los míos.

─ ¿Alguna vez buscaste ayuda? En tu infancia, claro.

─ ¿Y de qué servía? Nadie me creía... ¿Sabes si quiera lo que me hacía?

Titubeé un poco, carraspeé y él se removió en su silla, la orilla derecha de sus labio se alzaron en una sonrisa.

─Maltrato... Te maltrataba. Golpes, daños psicológicos.

─Hubiera vivido con eso. ¡De verdad que no sabes nada!─ sus manos ascendieron al cielo como si hiciera una plegaria a un Dios en el que no creía. Las esposas que aprisionaban sus muñecas tintinearon.─ ¿Quieres que te explique qué me hacía? Seré detallista.

─Preferiría enfocarme en los asesinatos...

─De eso te hablaré después.─ se recargó en el respaldo de su silla, y fijó sus ojos al vacío, en un aire soñador, mordió su labio inferior y pude notar sus dientes amarillos y ligeramente separados. Después volvió su mirada hacia mí. ─Un día me violó, al otro día lo maté. ─me eché en el respaldo, y él golpeó con el puño la mesa.

─ ¿Defensa propia?

─Sí... Si se le puede llamar de esa manera. Lo apuñalé 15, 20, no sé, unas tantas veces así.─ golpeó la mesa con el puño cerrado una y otra vez, el oficial le advirtió que debía callarse, pero el chico continuó ─Así, ¡así! ¡Así! hasta que ya no quedaba lugar donde apuñalarlo... La voz me dijo que parara.

─ ¿La voz?

─Sí... Ella dijo: ¡Para! Suficiente... ─ se llevó el dedo índice a los labios y murmuró “Shhh”. Levantó las cejas, asombrado. ─Desde entonces me dice cuándo parar y cuando no.

─Esa voz... ¿Te decía a qué niños matar?

─ ¡No! Esos los elegía yo, ella sólo me decía cuando dejar de apuñalarlos.

─ ¿Por qué matar niños? Ellos no tenían nada que ver con tu padre...

─ ¿Por qué?─ sus ojos una vez más se tornaron nerviosos, ansiosos, cómo un ciervo asustado. Palmeó la mesa.─ Bueno, ellos eran felices, yo no.

─ ¿Los mataste por ser felices?

─Sí. Ellos tenían un padre que no los violaba, ni les enterraba heroína, ni les pegaba. No podían ser tan felices, eso está mal.

─ A estas alturas ¿No te arrepientes de lo que hiciste?

─No. Jamás. Me desahogué lo suficiente, y desde un principio sabía que me atraparían. Pensé que lo harían desde la primera vez, pero no, y seguí. Era un hobbie. ─ sonrió y se inclinó sobre la mesa hacia mí. ─Lo que más me gustaba era verlos llorar, y gritar. Ya no eran felices, ya eran desdichados, como yo.

─ ¿Te da miedo la muerte Sam?

─ ¿Crees que me da miedo la muerte? Claro que no. La estuve invocando mucho tiempo, y nunca llegó. Ahora que viene no la voy a despreciar. Seré feliz, por fin, en otro lugar, pero feliz.─ sonrió de oreja a oreja, una sonrisa juvenil, despreocupada, como cualquier chico normal, cualquiera que no había hecho nada malo, un muchacho feliz.

Iba a preguntarle de nuevo cuando el oficial dijo que la hora había llegado. El chico me miró, pareció implorarme algo, aunque no alcancé a descifrar qué era. El policía lo levantó de nuevo a la fuerza y lo condujo fuera a rastras, pero antes de que lo perdiera de vista, sus ojos verdes se volvieron desesperados y gritó: ─ ¡La voz se irá con alguien más! ¡También me dejará! ¡También! ─ el oficial terminó por sacarlo y sus gritos retumbaron en eco varios minutos después de haber desaparecido.

Caminaba por el pasillo cuando pasé por un cuarto, las persianas estaban arriba y pude ver a una mujer que estaba sentada a la mesa, el cuarto era idéntico en el que había entrevistado al chico. La mujer lloraba, sus lágrimas caían sin consuelo en la mesa. En su regazo estrujaba una hoja de periódico, alcancé a leer el titular y el corazón me dio un vuelco “El <<Pequeño asesino>> atrapado, condenado a la silla eléctrica”.

Me acerqué a la ventana, la mujer liberó los ojos de sus párpados y me miró, unos ojos verdes marcados por la tristeza y el dolor devolvieron la mirada, unos ojos idénticos a los de Sam. Entonces lo comprendí, esa mujer era su madre. Después de una mueca seguí con mi camino a la salida, tan pronto como mis pies me lo permitían.

Caminé por la calle con la mirada en el piso, caminaba como Sam, arrastraba los pies, sentía las piernas pesadas, y las sienes me dolían.

─ ¿Qué pasa?─ me pregunté en voz alta.

─Absolutamente nada, sigue caminando.─ me respondió una voz, volteé, no había nadie, estaba solo.

─No, no lo estás, ahora camina, hace frío aquí.

Obedecí, caminé y un recuerdo me vino a la mente, las últimas palabras que le oí a Sam: “¡La voz se irá con alguien más!” Bien, ahora sabía perfectamente con quién estaba.

La vozWhere stories live. Discover now