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— Parece que ya no nos tenemos que esconder.— Rosa habló al momento que entró al comedor donde Félix se encontraba.

— ¿Esconder? nombre, pues si ganamos, mija.— Félix se levantó de su silla.— Siéntate, vamos a echarnos un café.— Rosa quedo parada en su lugar observando al hombre frente a ella.— A ver. Ya se acabaron los delirios de grandeza. Ya nomas me voy a ocupar de lo que tengo enfrente.

— ¿Y eso que es?— Rosa pregunto.

— Pues que mi organización esté sana.— Félix hablo.— Que mi gente esté bien... y que mi futura esposa
este feliz. Los plebes que vamos a tener.

— Ver para creer.

Félix río mientras asentía con la cabeza.— Esta bueno, está bueno.

— Mientras tanto te acepto el café.— Rosa tomó asiento en la silla junto a la de Félix.

— Oscar, un café para la señora.

— Seguro, señor.— el hombre detrás de la barra respondió.

— Con leche.

Rosa observó como Félix tomaba asiento. Los dos de observaron con pequeñas sonrisas demostrando la felicidad y paz que mantenían en aquellos momentos.

.........

— Esta bueno estár aquí— Félix hablo al momento de pasear por las calles de Tijuana.— Acordarse como eran las cosas antes.

— Pero si a ti no te gustaba como eran las cosas antes.— Rosa mencionó.— Por eso te fuiste a Guadalajara, a cambiarlas.

— ¿Si, verdad?.

— El martes iré a probarme vestidos.— Rosa mencionó.— Por si quieres venir.

— ¿A poco no es de mala suerte eso?— Félix pregunto.

— No se.— Rosa negó con la cabeza.— Mi papá le ayudó a escoger su vestido a mi mamá.

— Esta bueno. — Félix asintió.— Pero déjame te la cambio. Yo voy. Pero también quiero que vengas a Mexico a una fiesta de las elecciones.

— No vuelvas esto una negociación.— Rosa habló irritada.

— Espérate, pues quien está negociando, oye.— Félix respondió.— Ya te dije que si voy. Además es que te estoy invitando pues... porque si me gustaría ir contigo.

— Esta bien.— Rosa asintió con la cabeza.— ¿Esta es la única razón por la que estas muy cariñoso conmigo?.

— Me quisieron matar.— Félix confesó.

— ¿Quien?.— Ella preguntó sorprendida.

— Juan Nepomuceno Guerra. Andábamos cerrando un acuerdo en el Golfo y... — Félix río.— La idea era ponerle un cuatro a los colombianos. Nomas que me pase de pendejo y me acabaron poniendo el cuatro a mi.

—¿Y por eso aceptaste este cargamento?. Para demostrar que todavía puedes ganar.— Rosa pasó sus manos por su frente.— Ay, Miguel Ángel. Tu nunca vas a cambiar.

— Igual y si, ¿no?. Dame chanza, mija.— Félix pidió.— No se me olvida lo que te hice, ¿eh?.

— A mi tampoco.

— Perdón.— Eran contadas las veces que Rosa había escuchado aquellas palabras salir de la boda de Félix, por lo que cuando lo hacía sabía que lo sentía.

— ¿Entonces que vas a hacer?— Rosa pregunto. — Si ese cargamento no pasa, olvídate de todo.

Félix asintió.— No, hombre, ¿y si su pasa?. Ya no va a haber nadie arriba de mi. Estoy a nadita de...

— ¿De lograrlo?. ¿Y qué pasa cuando lo hagas?— Rosa hablo.

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— Setenta toneladas.— Juan habló en un suspiro.— Es un chingo.

— ¿Y si lo logra?— Rosa pregunto.

— Si ese cabron lo logra.— Juan échalo el humo de sus pulmones.— Yo mismo le pago tres bodas si quiere el cabrón.

Rosa río mientras se acercaba a su padre.— ¿Si crees que pueda?... ya sabes... hacer que no lo maten.

— No se mija.— Juan respondió con honestidad.— Ahorita mas que nunca hay cabrones que se quieren cargar al Félix, así que si nunca has rezado un rosario, pues creo que es tiempo de que lo hagas.

— El negocio nunca ha dependido de la iglesia o de la fe.— Rosa mencionó.— ¿Porque ahora si?.

— Por que las cosas nunca han estado tan cabronas como ahorita.

𝐌𝐮𝐧̃𝐞𝐜𝐚 || Narcos Mexico Where stories live. Discover now