Todo parece haber finalizado y detrás del lienzo, trazo el nombre que se me viene a la mente como un vaivén y que de inmediato relaciono con la pintura.

Mozzafiato

Una palabra italiana que se traduciría como «asombroso».

Finalmente, dejo el lienzo en su sitio para que se seque y me pongo de  pie, admirando a la pila de cuadros que he creado con el tiempo. Están ordenados en fila desde los más antiguos hasta los más actuales.

Después de pasar un tiempo en aquella sala, me dirijo a la cocina para prepararme un té. Mellea se ofrece a prepararlo para mí, pero prefiero no molestarla demasiado y me enfoco en dirigirme al balcón de mi habitación al cual no le suelo dar demasiado uso. No es muy grande, pero tampoco se lo puede considerar pequeño. Tiene buena vista a la ciudad y una mesita blanca junto con dos sillas. Tomo asiento sobre una de ellas y hago eso; mirar la ciudad mientras disfruto del té.

Cuando se hace más tarde, regreso dentro, lavo la taza que utilicé y considero que va siendo hora de que me dé una ducha para empezar a alistarme. Un cosquilleo me recorre el vientre cuando me instalo dentro del cuarto de baño y empiezo a ducharme. No doy muchas vueltas con aquello, simplemente me dedico a enjabonarme el cuerpo y enjuagarme el cabello. Cuando regreso a mi habitación con la toalla envuelta alrededor de mi cuerpo, me pongo encima mi bata de seda y empiezo por secar mi pelo.

Considerando el nivel que tengo, podría llamar a mis estilistas para que se encarguen de esto, pero prefiero hacerlo sola y llamarlas cuando se trate de un evento o una gala.

Termino de secar mi pelo que cae en cascada a los lados de mis hombros y llego a la parte de elegir mi ropa. No me es demasiado difícil, pues decido optar por algo clásico y delicado, más bien, sencillo. De modo que, mi vestimenta consiste en un vestido ajustado que llega hasta la altura de mis muslos y que se ve envuelto en medio de un color negro oscuro, y encima, llevo un blazer que hace juego con el color del vestido. Prefiero estar más cómoda, por lo que, opto unos tacones bajos de un color claro, casi beige diría yo. Como último detalle; recojo mi pelo en un pequeño moño, dejando dos mechones de cabello fuera del recogido que caen a los lados de mi rostro. Avanzo hacia el espejo que se sitúa en la esquina de la habitación y parpadeo al verme allí reflejada. Generalmente, nunca me siento nerviosa cuando voy a cenar con un hombre, pero esta vez, todo es diferente y los nervios se perciben, aunque sean pocos, están allí presentes, recordándome que voy a verlo.

Miro la hora del reloj que yace sobre la pared y me convenzo de que es momento de salir para allá.

La limusina me recibe y le pido a mi chofer que me traslade hacia la dirección acordada. El viaje se siente tenso, pero logro calmarme un poco. Solo debo mantener el control en la situación y controlarme. No creo que sea tan malo. Tengo que ser capaz de soportarlo. No me da miedo verle la cara, lo único que me da miedo es no saber qué es lo que va a pasar entre nosotros. Siento que he perdido el mando y el control de la situación, ahora mismo no sé en qué términos estamos. Solo sé que estoy confundida. A veces quiero mandarlo a la mierda, otras veces quiero que nos dejemos de rodeos y que simplemente nos besemos, obviando lo demás, pero también, a veces solo quiero que se termine porque el daño que nos hacemos cuando perdemos el control no es normal. Me lo he repetido tantas veces, pero los sentimientos y los deseos son más fuertes.

Entonces, la limusina se detiene y no me pasa desapercibido el pequeño latido que se dispara en mí.

El chofer me abre la puerta, permitiéndome salir del vehículo.

—Señorita —dice.

—Gracias.

—Por nada. ¿Va a necesitar que me quede?

Caricias ProhibidasWhere stories live. Discover now