—Sí, pero son cosas que pasan. No me afecta en lo más mínimo.

—Qué extraño, cualquier otra estaría llorando en cualquier rincón, Leanne.

—Suerte para mí que no soy cualquier otra.

Consigo hacerla sonreír.

—¿Y qué es eso que traen entre manos mi hijo y tú? —Se aclara la garganta al decir eso.

En ese momento, el camarero regresa con nuestros pedidos y se retira en completo silencio cuando le agradezco.

—Sexo espontáneo.

Sherlyn, que acababa de llevarse su taza de té a los labios, empieza a toser y alza la mirada hacia mí.

—Veo que no te pesa decir la verdad.

—No, Sherlyn, no tengo nada qué ocultarle. Tampoco me apena disfrutar del sexo de forma libre si eso es lo que pareció perturbarla.

Le doy un sorbo a mi taza de té bajo su mirada.

—¿No te molesta?

—¿Qué?

—No darte tu lugar en la vida de Edward y conformarte con eso; ser la mujer que se tira cuando se aburre. —Le da un sorbo a su taza de té—. No pretendo que te sientas atacada, te lo digo de buena forma, querida.

—De hecho, yo me preguntaba lo mismo acerca de Edward, ¿cómo se sentirá él al ser el hombre que me tiro cuando me aburro? ¿Se conformará con solo ser eso para mí? —me llevo una mano al mentón, fingiendo pensar—. La verdad no tengo idea.

Observo a Sherlyn, quien parece fastidiada con mi actitud, pero aun así, hace un intento por disimular su rabieta.

—Me encanta tu sentido de humor, Leanne.

—Gracias, me lo dicen muy a menudo.

—Pero deberías ser consciente de tu lugar en la vida de mi hijo...

—Tu hijo y yo tenemos nuestros términos y nos entendemos muy bien, créeme. A mí no me molesta. Es solo sexo.

—Entonces déjalo —suelta, con sus ojos azules tornándose más oscuros.

—¿Disculpe?

—Leanne, voy a ser franca contigo porque honestamente, ya me cansé de oír tus patéticos comentarios sarcásticos y...

—¿Patéticos? Pero qué ofensivo de su parte, señora...

—Y me parece que una zorra como tú jamás le llegaría a los talones a alguien como a Edward.

Ahí está. Claro como el agua. Esta es la verdadera Sherlyn, no la que esconde su pretensión detrás de sonrisas hipócritas y comentarios mal intencionados. Esta es la mismísima Sherlyn Haste.

—De ser así, ¿te has preguntado si él me llega a los talones a mí? Porque Edward es un hijo de perra, deberías saberlo, aunque estoy segura de que estás al tanto. Debe venir de familia esa costumbre de tener actitudes egocéntricas.

Caricias ProhibidasWhere stories live. Discover now