Gregoria Matters

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Aquel horrífico e inexplicable hallazgo paralizó por momentos a los dos sobrevivientes, que, al recuperar la compostura, se internaron dentro del silo buscando refugio presas del pánico. Aquello que habían presenciado no era una fuerza natural, no era viento, ni era un huracán, era sin duda algo maligno más allá del entendimiento.

Conmocionado Ezra cogió a Sandor intentando sacarle de su estupor, sentó a su amigo y le acució para que retomarán la búsqueda de los pequeños, pero éste trastornado y aferrándose a él le pregunto horrorizado:

- ¡¿Qué?! ¡¿Qué está pasando aquí Ezra!?- exhaló con tremebundo pavor buscando una respuesta desesperada de su amigo-. ¿Qué es todo esto Dios mío? -. Prosiguió sollozando amargamente-.

Ezra se encogió de hombros ocultando por un momento la mirada, luego se dirigió a él con tenor y voz acongojada:

- Hace un tiempo, unos años atrás. Una viuda y su familia fueron excomulgados de esta congregación, luego que los mayores de varias comunidades deliberaran sobre su insistencia en comunicarse por medios prohibidos con su marido muerto. Ella perdió la razón y el apoyo de todos, y a los pocos días fue encontrada muerta cerca de estos silos, luego de haber estrangulado a sus dos hijas pequeñas. Gregoria Matters colgaba de un roble con su cuello roto hasta que fue encontrada y sepultada con sus hijas bajo las raíces de ese árbol, en donde se improvisó una tumba llevándose a cabo varios exorcismos como lo demanda el Ordnung.

- ¡¿Estás diciéndome que alguien ha molestado a la viuda del molinero?! – Interrumpió crispado y atemorizado Sandor, que ya sudaba de desesperación por todo lo que oía de Ezra-. ¿Amaranthe y los niños?

- ¡No lo quiera Dios!

Tal como lo decían los menonitas de esa región, Gregoria Matters fue acusada de nigromancia y aislada de la comunidad, se decía que la muerte de su marido le había desquiciado completamente y que, si el árbol donde moraba su enfermo espíritu era cercenado, su ira en forma de maldición caería sobre el pueblo en forma de un día sin noche, hasta que su odio cesará y se restableciera la paz.

Cuando Amanda y los demás que yacían refugiados en la casona vieron lo que ocurría enseguida entraron en histeria, en un horror profundo cuya explicación conocían solo los más adultos, todos aquellos que habían sabido de la excomunión de la mujer del molinero.

El viento arrastraba todo a su paso, como si sus ráfagas estuvieran vivas buscando a alguien a quien matar. Animales y plantas se marchitaban tras su soplido, todo se cubría de una ceniza fétida de cementerio, y por muchas horas que hubiesen pasado desde que aquellos aciagos fenómenos tuvieran parte, la noche no caía, el día parecía eterno.

Ezra y Sandor gritaron el nombre de los niños y buscaron por todas partes hasta donde alcanzaron a llegar, pero si sus tristes suposiciones eran ciertas, los niños estarían con vida y en peligro, lo que explicaba que el viento de mortandad aún no se retirase, sin permitir el paso de la noche. Así que desataron el cadáver de aquel último que no pudieron salvar, se volvieron a atar y esta vez se cargaron con alforjas llenas de piedras. Irían hacia los establos, emplazamiento que los acercaría un poco más a la zona del roble donde se encontraban los restos de Gregoria Matters y su familia.

La tierra a cada paso se cuarteaba, las grietas que dejaba aquel viento maligno secaban todo trocándolo en escombros y cenizas, y unas corrientes asesinas iban rebotando en cada rincón como buscando alguna cosa viva que destruir. Ezra y Sandor se apresuraron y a duras penas llegaron a los establos, de silo en silo, evitando exponerse al viento todo lo posible.

Una horrenda visión los asaltó: caballos, vacas y corderos momificados por el viento que había atravesado una sección de los establos, se agitaban en pequeños remolinos que les dotaban de macabro movimiento.

Enseguida Sandor y Ezra corrieron a un extremo, donde con algunos paneles de madera y saco improvisaron un refugio cerrado donde no llegaba el viento. Entre las grietas del establo se podía ver a lo lejos el roble, una de sus ramas estaba rota, alguno de los niños habría trepado hasta allí rompiéndola. No había otra explicación.

Aquella triste observación fue interrumpida por un gran estruendo que venía de la casona. El viento negro había penetrado con furia por los ventanales arrasándolo todo con una violencia. Aquel aire enrarecido desgarraba la piel de los vivos solo con tocarla. Gritos y llantos de agonía llegaron ululando a los oídos de los hombres refugiados en el establo. La gente empezó a correr despavorida en todas direcciones, y en segundos iban cayendo momificadas, marchitas o como esqueletos que se retorcían en medio del viento.

Amanda huyó con otras dos mujeres hacía el sótano de la casona; las estancias destrozadas entre mares de cristales y escombros les sepultaron sin tener entonces posibilidad de escapar de aquella escalofriante estancia. Silbaba el viento removiendo escombros como olfateando el olor de personas vivas, estallidos de objetos se escuchaban en secuencia como si un brazo invisible los fuera pulverizando con una furia inaudita.

En cuestión de minutos la casona fue reducida a escombros, que iban volando por todas partes y desapareciendo, haciéndose polvo o navegando en el aire en maligna sinfonía.

Volvió entonces el viento a asaltar el establo deshaciendo el reducto donde estaba Sandor y Ezra, dejándolos expuestos. Entonces, una ráfaga se levantó suspendiendo en el aire el heno como si fueran miles de espadas. Las hebras de hierba como alfileres mortales atravesaron a Sandor como si de un trozo de tela se tratara, entre espasmódicos ayes el hombre cayó al suelo moribundo, mientras los remolinos como gusanos lo engullían espantosamente.

Ezra, resignado a morir, cubrió sus ojos al tiempo que sintió el viento recorrerle por todas partes, sin hacerle daño. Las ráfagas de aire como animales invisibles le lamían intentando apagar su vida, pero aquel gesto defensivo e inesperado por alguna razón se los impedía. Aterrado y temblando Ezra se mantuvo a ciegas hasta que sintió el viento alejarse con su rumor y estruendo lejos del establo. Instintivamente cogió a toda prisa su camisa y se la ató a los ojos constatando que dicho arreglo le mantenía a salvo.

Continuó a gatas orientándose erráticamente hacia el roble, todavía podía oír los chillidos de personas pereciendo o descubiertas por el viento negro que soplaba virulento sacándoles de sus escondrijos. Ezra sentía en sus manos las cenizas y la materia muerta de un polvo fétido que iba dejando aquello en su trayectoria destructora, el gran desorden y caos le impedían orientarse por lo que decidió ver por un momento y correr en esa dirección.

El Cuervo, La Luna y el CieloWhere stories live. Discover now