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A mis padres no los tomó por sorpresa el hecho de que yo decidiera no ir a terapia

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A mis padres no los tomó por sorpresa el hecho de que yo decidiera no ir a terapia. Seguía teniendo ese mismo sueño y el patrón se repetía una y otra vez, pero a medida que pasaban los días, ese ser extraño que me detenía cada vez que intentaba buscar a mi abuela, comenzaba a ponerse cada vez más y más violento. 
Esa mañana desperté sobresaltado a las seis de la mañana. Me senté de golpe en la cama, agarrándome la cara con las dos manos; sentía un ardor intenso por toda la espalda y en los brazos, así que me levanté y me metí al baño para mirarme al espejo. 
Cuando me quité la camiseta, el reflejo del espejo me devolvió una mueca de espanto: tenía arañazos profundos zurcándome el torso y la espalda, y marcas de pequeños dedos en ambos brazos. Miré la camiseta que descansaba encima de la tapa del inodoro, comprobando con horror que, al igual que mi piel, estaba cubierta de sangre. Terminé de quitarme la ropa y me metí a la ducha; el agua caliente golpeó de lleno en los rasguños, provocándome un escozor tremendo. 
Tenía miedo de contarle a mi madre lo que estaba sucediendo conmigo, pero ya no sabía cómo combatir a aquella criatura que se había apoderado de mis sueños. Tenía miedo de que me matara y quedar atrapado para siempre en aquella penumbra espantosa que me acechaba cada noche. 

. . . 

Cuando salí de mi habitación, mi madre ya se había ido a trabajar. Yo entraba a clases en un par de horas, así que utilicé el tiempo para revisar las cajas con las pertenencias de mi abuela. Comencé con la caja que había empacado mamá: un par de álbumes de fotos, adornos de porcelana y los portarretratos que estaban sobre el mueble de fórmica. Miré las fotos una vez más, sonriendo al recordar las historias detrás de cada una de ellas. A la abuela le gustaba mucho enseñar sus recuerdos y compartir con nosotros sus vivencias, ella solía guardar cualquier cosa que fuera parte de un lindo momento, eso explicaba el por qué en aquella caja había tantos adornos y souvenirs. Todos eran de suma importancia para ella. 
Dejé la caja a un lado y abrí la que yo había empacado. En ella estaba la caja más pequeña que encontré debajo de la cama, y la muñeca de porcelana. Tomé la muñeca entre mis manos y la miré durante unos momentos. Mi madre le había puesto el vestido que la abuela estaba tejiendo; me llenó de tristeza notar que una de las flores que tenía sobre el borde de la falda, había quedado a medio terminar. 

Dejé la muñeca en el suelo para sacar la caja más pequeña. Tomé el diario de su interior, y de entre sus páginas se deslizó una foto en blanco y negro de una niña en una cuna. Llevaba un vestido blanco con puntillas en los bordes, en las mangas y en el cuello, y una cofia con los mismos detalles. Junto a ella, apoyada en la cabecera de la cama, estaba la muñeca de porcelana. Di vuelta la foto entre mis manos, y al dorso, con la letra de mi abuela, estaba escrito: “Clara, 1948-1950, siempre con nosotros” . Abrí el diario con una pizca de vergüenza; yo sabía que, probablemente, allí había secretos que ni siquiera mi madre sabía. Estaba a punto de meterme en la parte más íntima de la vida de mi abuela, y en el instante en que mis ojos comenzaron a pasearse por las páginas, sentí que estaba violando su privacidad. 

“Hoy les conté a mis padres sobre mi embarazo. Papá se lo tomó fatal, me dio una bofetada y quiso darle una paliza a Rubén. Me dijo cosas terribles y me echó de la casa, como si el niño que cargo en mi vientre no fuera sangre de su sangre. Mi madre, en cambio, reaccionó de forma más calmada. Ella es madre y comprende lo que siento, pero no puede ir en contra de las órdenes de mi padre.” 

“Mi madre me dijo que debíamos casarnos para que el bebé no sea bastardo. Hablé con Rubén al respecto y me dijo que está dispuesto a hacer lo que sea necesario. La boda se celebrará en la capilla donde fui bautizada. Yo sé que debería estar feliz, pero siento algo muy dentro de mí, una angustia que me exprime el pecho. No quiero casarme todavía. 
Mamá dice que será una niña, pero Rubén quiere que sea varón. Yo solo espero que goce de buena salud, y que podamos darle todo lo que nosotros no tuvimos durante nuestra infancia. Lo que más deseo es ser una buena madre.” 

Continué leyendo hasta que llegué al segundo cumpleaños de Clara. La abuela contaba que estaba entusiasmada porque su hija estaba creciendo sana, y mencionó que su madre le había regalado aquella muñeca de porcelana que conservó hasta sus últimos momentos. Describió a Clara como una niña preciosa de rizos dorados y mirada parda. Contó que le gustaba jugar con las gallinas del corral y ayudar a su padre a recolectar vegetales de la huerta. Todo parecía indicar que la niña gozaba de buena salud, así que comencé a sentirme inquieto cuando las dudas asaltaron mis pensamientos. ¿Qué fue lo que sucedió con Clara?

“La niña se puso enferma, ningún doctor puede decirnos con exactitud lo que tiene. Sufre pesadillas durante las noches y se despierta gritando. Mientras la bañaba, descubrí algunas marcas extrañas por todo su cuerpo, como si un animal la hubiese atacado. No sabemos qué fue lo que sucedió, Rubén dice que quizás se metió alguna comadreja por la ventana, no sé qué pensar, solo quiero que mi pequeña esté bien.”

A medida que continuaba leyendo las notas de mi abuela, iba cayendo en cuenta de que, lo que ella estaba describiendo, era lo mismo que me atormentaba durante las noches. Continué pasando las páginas con nerviosismo hasta que llegué al centro del diario. Allí había una pequeña bolsita de terciopelo que parecía estar marcando la página. Comencé a leer con detenimiento, notando que, a diferencia de los otros relatos, este estaba escrito con una letra bastante desprolija.

“Un monstruo. Eso es lo que es. Atacó a Clara durante la noche, cuando ella se quedó dormida. No la escuché gritar, creí que finalmente la había dejado en paz, así que me dormí. cuando desperté, fui a verla como todas las mañanas y no escuché absolutamente nada. Me acerqué a la cuna pensando que ella seguía dormida, y allí fue cuando la vi, acostada boca arriba, con la boca bien abierta, los ojos hundidos y la piel llena de grietas negras. Los médicos no encontraron explicación alguna, así que se la llevaron. Me dijeron que lo mejor era cremarla, por si se trataba de algún virus contagioso. Yo sé que no es nada de eso. Esa bestia apagó la vida de mi hija para siempre, y yo no pude hacer nada para liberarla de su tormento. Siento que no fui una buena madre, no supe como arreglarlo, y ahora mi Clara está muerta.”

Cerré el diario y durante unos instantes no pude moverme. Me quedé en cuclillas pensando, recordando una y otra vez lo que me había costado tanto ocultar. La muerte de mi abuela fue exactamente igual a la de Clara, y ahora, lo que fuera que les arrebató la vida a ellas, estaba queriendo hacer lo mismo conmigo. 
Me puse de pie con el diario en la mano y me metí a la habitación. Estaba dispuesto a investigar lo que fuera necesario con tal de llegar a la causa. Clara y mi abuela merecían estar en paz, y yo sentía que eso dependía enteramente de mí.

 Clara y mi abuela merecían estar en paz, y yo sentía que eso dependía enteramente de mí

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LeonorWhere stories live. Discover now