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Me desperté sobresaltado a mitad de la madrugada

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Me desperté sobresaltado a mitad de la madrugada. Escuché el viento meciendo las ramas del sauce llorón, a la abuela toser y luego, el silencio abrumador tan característico de la casa volvió a hacerse presente. 
Acabé levantándome luego de dar varias vueltas en la cama. Fui al baño, y cuando estaba atravesando el pasillo para llegar hasta la cocina, escuché un susurro proveniente de la habitación de la abuela. Me acerqué a la puerta para intentar descifrar lo que estaba diciendo, pero justo en ese instante, el susurro se detuvo y todo volvió a estar en silencio otra vez. 
La abuela siempre fue una mujer muy religiosa, era normal oirla rezando cuando estaba muy preocupada por su salud, o por la nuestra. Así que opté por evitar hacerme ideas raras. Me angustiaba mucho pensar que pronto comenzaría a sufrir los desgastes mentales de la edad, que comenzaría a hablar sola, que se olvidaría de quién es, de quiénes somos, de cómo volver a casa. Porque no siempre íbamos a estar tan cerca para controlar si ella se perdía, o se hacía daño. Además, las noticias en la televisión sobre casos de desapariciones o accidentes fatales relacionados a personas mayores, no ayudaban. 

. . .

—Ayer escuché a la nona hablando sola —dije de repente, cuando solo estábamos mi madre y yo.

Ella se había puesto a recoger las hojas secas del patio frontal y yo ayudaba abriendo una bolsa grande de residuos, para que las echara dentro.

—¿Qué estaba diciendo? 

—No sé —contesté, encogiéndome de hombros—, sonaba como si estuviera llorando. Lo único que alcancé a escuchar claramente fue un “por favor”. Luego de eso ya no dijo más nada. —Dejé salir un suspiro pesado, y mi madre notó la preocupación en mis ojos de inmediato.

—¿En qué estás pensando, Teo?

—Ayer supuse que estaba rezando o algo así, es lo más racional que se me ocurrió en ese momento. ¿Quizá piensa que se va a morir? No sé. ¿Qué tal si no es eso? Me preocupa mucho que esté quedando mal de la cabeza, está muy mayor. 

—Pero Teo, ella está lúcida —continuó mi madre—. No tiene delirios, no se olvida de las cosas ni habla incoherencias. Me atrevo a decir que está mucho mejor que nosotros dos juntos. Estaba rezando. Ella siempre fue de hacerlo, ¿te acuerdas? Con el rosario de alpaca enroscado en las manos. Yo fui a verla varias veces durante la noche y estaba durmiendo tranquilita. No hizo fiebre y tosió poco.

Al final, las palabras de mi madre acabaron convenciéndome. La abuela siempre fue muy religiosa, pero nunca puso sus creencias por delante de la razón. Siempre tenía su cerebro en funcionamiento porque ella sabía que la vejez podía hacer estragos con su cordura. 
—No te sugestiones, Teo. Por ahora, la nona está bien. Lamentablemente algún día le va a tocar marcharse, pero te aseguro que cuando eso pase, se va a ir cuerda. 

Acabamos de limpiar el patio y antes de entrar a merendar, regamos las azaleas  y las margaritas del jardín. 
Cuando era pequeño, ella solía decirme que las flores eran sus amigas, y que charlaba con ellas cuando se sentía triste para contarle sus penas. 

A la noche, jugamos una partida de damas mientras mamá preparaba la cena. Luego de comer juntos, me despedí de la abuela con un beso en la mejilla, y la promesa de hacer un postre para la merienda de mañana. Mi abuela era una mujer tan humilde y sencilla que los detalles más pequeños la hacían inmensamente feliz; que le regáramos sus amadas flores, o que dedicáramos un ratito a jugar una partida de cartas, o a escuchar sus anécdotas con el tata. Ella me enseñaba cada día a ser una mejor persona, lo hizo desde que yo era un niño. A veces me daba miedo pensar que algún día tendría que despedirme de ella. No sentir sus manos acunando mis mejillas, o su voz suavecita y melódica llamándome “mijito”. Me aterraba pensar que no me alcanzaría el tiempo para demostrarle lo mucho que la quería.

Esa noche me fui a la cama con un sabor amargo en la garganta y un mal presentimiento arañandome el pecho. Como solía pasarme cada vez que me acostaba preocupado, no pude conciliar el sueño, así que, movido por esa preocupación, me levanté para asegurarme de que mi abuela se encontraba bien. Para mi sorpresa, volví a escuchar su voz susurrando cuando me acerqué a la puerta de su habitación. No quise pasar por alto como lo hice la noche anterior, así que golpeé suavemente la puerta y al escuchar su voz invitándome a pasar, entré.

—Nona, perdón si te molesté, no me podía dormir, así que fui a buscar un poco de agua y te escuché hablar, ¿estás bien? 

Ella me dedicó una mirada cargada de ternura. Se sentó en la cama y me invitó a sentarme junto a ella.

—Ay mijito. Te estoy preocupando demasiado, ¿verdad? Perdóname. 

Me acarició la mejilla y yo tomé su mano entre las mías.

—No, nona, no me pidas perdón. Me preocupo porque te quiero, y no quiero que te pase nada malo. 

—No va a pasarme nada, mijito, si Dios quiere voy a llegar a verte graduado, vas a ver. Anda, tómate un vaso de leche tibia y vete a la cama, que si andas descalzo te va a doler la barriga. Siempre te lo dije y nunca me hiciste caso. 

Se inclinó para besarme la frente, luego se acomodó en la cama, con el rosario de alpaca enroscado en la muñeca. 

—Descansa, nona. Hasta mañana.

Me fui a la cama más preocupado que antes, con aquel silencio abrumador zumbándome en los oídos; con el mal presentimiento de que mi abuela no estaba bien mordisqueándome las entrañas. 

 

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LeonorWhere stories live. Discover now