Prólogo

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Charlie Swan estaba devastado.
Su, ahora, ex-esposa se había ido, aquella mujer que Charlie amaba y trataba de que nunca le faltara nada.

¿Qué cambió?

¿Qué hizo mal?

No lo sabe.

Sigue dudando de su valía como esposo, como hombre o incluso como padre. Así es, su pequeña Isabella se fue con su madre. Ya habían pasado algunas semanas, casi un mes.

¿Qué haría ahora?

No lo sabe.

Por mientras, ahoga sus penas con una o dos cervezas. No era tan tonto como para dejarse en estado de ebriedad, siendo uno de pocos policías en el pequeño pueblo de Forks. Las ganas no faltaban.

En medio de la noche, escuchó unos quejidos y sollozos. La alerta subía poco a poco en su sistema mientras se acercaba a la puerta.

Escuchó gemidos de dolor y algo caer fuertemente al suelo. Cualquier signo de ebriedad que empezara a escabullirse en su organismo había desaparecido.

Corrió abriendo la puerta trasera para encontrarse con una mujer de cabellos plateados, que serían tan bellos de no ser por la suciedad y marcas rojas oscuras que le asomaban.

Charlie se acercó a aquella mujer que estaba de rodillas, signo de cansancio, mientras cargaba algo, pero su cabello lo ocultaba. Acercó su mano y la mujer se exaltó, levantando su cabeza para mirarlo.

Aquellos ojos lo envolvieron y paralizaron. La melodía rasposa de una voz lo despertó.

–A-ayu-uda...– Se desplomó y Charlie la tomó antes de que tocará completamente el suelo. Estaba helada. Y sus manos, aún inconsciente, se aferraban a un pequeño envuelto del que sobresalía una pequeña cabecita con cabellos igual de plateados. Una niña de tres años con sus ojos perdidos, traumada.

Charlie acarició su cabecita y la niña se relajó y tomó su mano con fuerza.

– ¿Es tu mamá? – Preguntó Charlie.

La niña asintió.

– Tengo que llevarla adentro para descansar, ¿Puedes caminar por ti misma?.– Volvió a asentir. Charlie volteó a la mujer.

La cargó llevándola a su casa, hacia la sala de estar donde descubrió una herida en su abdomen que sangraba. Decidió curarla con su poco conocimiento en medicina. No era tan profunda. La tapó con cobijas que había preparado para él mismo. Aún no se atrevía a dormir en su recamara.

La pequeña lo miraba con curiosidad. Se le acercó para hablar pero las palabras no salían.

– Tu mamá estará bien.– Adivinó Charlie. La pequeña asintió.

Dudando se acercó de nuevo a Charlie y se descubrió de la capa que la rodeaba dejando ver algunos raspones en sus brazos y piernas.

¿Qué rayos les había pasado?

Charlie la hizo sentarse en otro sillón y comenzó a limpiar sus heridas. La niña lo miraba con atención, como si tratara de absorber cada movimiento que Charlie hacia. Esto lo enterneció.

Cuando terminó de limpiar, tirar o guardar sus cosas y lo que utilizó, la pequeña yacía dormida en aquel sillón. Charlie tomó otra cobija y la tapó.

Resignado fue a su recámara a intentar descansar, esta noche sería larga, aún más.

Al amanecer, después de casi no dormir, bajó las escaleras y revisó a sus huéspedes. La niña estaba desparramada en su sillón, dormida profundamente. Su madre todavía dormía.

Charlie se preguntaba cuánto tiempo habían estado huyendo.

Huyendo. Era la respuesta más lógica a su estado.

Fue a hacer café y calentar un poco de leche, se aseguraría de vigilar bien la estufa.

Cuando regresó a la sala con las tazas de café y leche en sus manos, encontró a la mujer con su hija en brazos en una posición defensiva, mirando alerta a su alrededor.

Charlie se acercó lentamente y colocó ambas tazas en la mesa del centro de la sala levantó ambas manos señalando que no les haría daño.

Ambos estómagos de madre e hija gruñían ante el olor de café y leche. La mujer se acercó, aún con su hija en brazos, mirando a Charlie y luego a las tazas, tomó la de leche y bebió mientras miraba al hombre y comprobó que no tenía nada extraño, le pasó la taza a su hija mientras la bajaba de sus brazos colocándola detrás de ella. Después tomó el café disfrutando de su sabor amargo y su temperatura.

– Soy Charlie Swan.– Se atrevió.– ¿Podría saber sus nombres?

La mujer lo miró profundamente, dudando en su interior las palabras siguientes, tomaría el riesgo.

– Soy Miranda Amira Dellaren.– Respondió después de unos segundos.– Ella es Lissa Bethel Dellaren, mi hija.

– Más.– Interrumpió la pequeña estirando su bracito con la taza en mano hacia Charlie.

Miranda y Charlie rieron de ternura por la pequeña y Charlie se acercó más confiado, tomando la taza de Bethel.

– Un placer.

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Una jóven de cabellos plateados miraba la ventana de su habitación en el ático de la casa, jugaba con las figuras que podía hacer en la ventana empañada.

Un truco que un viejo amigo le enseñó.

Se concentró lo suficiente y aquella figura de un conejo se desprendió de la ventana tomando mayor volumen saltando alegremente a su alrededor, provocando risas en la joven.

Alguien tocó a la puerta de su habitación, a la vez que el conejo reventaba en destellos de nieve.

La joven volteó hacia su papá quien abría la puerta, y sonrió.

- Bella vendrá a vivir con nosotros.

Su sonrisa flaqueó.

- B-Bella...- susurró aquel nombre.

La hija de su padre. De quien huía cuando visitaba de niña.

No habían hablado, no se habían relacionado.

Isabella o "Bella", no parecía ser mala.

Pero sus amigos expertos en el amor le advirtieron el peligro que causan los humanos hacia lo desconocido.

- Vendrá en una semana.- él parecía feliz.

Su padre merecía ser feliz.

- Pa-papá...tu sabes que yo...- y no se atrevería a arrebatarle esa felicidad.

- Calma mi pequeño copo de nieve. Lo harás bien.

Abrazó a su hija y ella le correspondió

Amaba tanto a su padre, él era tan cálido. Se esforzaría por controlarse, por manejar el frío.


Flor De HieloTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang