Los ojos de Yuki

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Antes del descenso de la diosa Trua al infierno, el mundo era un lugar tranquilo en cuanto a crímenes se refiere

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Antes del descenso de la diosa Trua al infierno, el mundo era un lugar tranquilo en cuanto a crímenes se refiere. La gente sólo sufría por sus propias desdichas, y como estás eran indispensables, eran el único mal que alguien podía sufrir.

Vindicadora del mundo cándido, título concedido a Trua Selvmord cuando renació por primera vez como diosa del bosque. Significaba que los inocentes de este mundo debían ser defendidos por ella. No está de mas decir que sólo era un castigo eterno con el que Trua debía cargar, después de matar a tantos hombres, las vidas que arrebató tenían un precio sin importar lo buenas o malas que hubieran sido.

Así, aquella mujer creció en espíritu y sabiduría mientras luchaba y derramaba sangre de cualquiera que se disponía a hacer el mal. Éstas almas eran conducidas por Makaria y sus ayudantes al puente, mientras que Eros los guiaba a la puerta de la reencarnación. Así los conoció Trua.

Un largo suspiro escapó de la chica sentada en el asiento trasero del auto de sus padres. Así lo veían ellos. En realidad, era una mujer que suspiraba con fastidio mientras estaba sentada en el auto de dos personas que conocía como si alguien solo le hubiera contado de ellos. Pero estaba bien, ella podía controlarlo, en unos cuarenta años más morirían y ella iba a dejar de fingir. No falta mucho, puedo vivir así mientras tanto. Pensó.

—¿Estás bien Gracia? —preguntó la madre con voz amable, girando un poco el cuerpo en el asiento para observarla.

—Si, gracias —respondió con petulancia.

—¿Segura? Te ves un poco irritada.

Irritada, ja, quién se cree que es. Pensó.

—Fue un día largo, tuve un trabajo duro y ahora estoy cansada —indicó con indiferencia.

El padre, al volante, chisto.

—No tienes ningún trabajo Gracia, solo estuviste afuera todo el día, nunca habías hecho algo igual -objetó el hombre —¿Es por tu cumpleaños? ¿Estás empezando a hacer cosas nuevas?

Trua lo pensó. La verdad es que Gracia no parecía tener nada que ver con ella, así que decidió poner de su parte en aquel papel.

—Si... papá -se acomodó en su asiento y miró a los ojos de su receptor por el retrovisor —estaré haciendo cosas nuevas. Y gracias por ir a buscarme, pero creo que puedo arreglármelas sola mientras estoy afuera.

El padre entrecerró los ojos con diversión.

—La verdad es que pareces otra, tal vez nos intercambiaron a nuestra hija —bromeó dando un ligero empujón en el hombro de su esposa. Ambos rieron.

Trua fingió diversión.

Dos días después después del cumpleaños número diecisiete de Gracia, Trua se encontraba caminando en el parque a paso lento, mientras bebía algún jugo de un color que le había llamado la atención, habiéndolo comprado principalmente por eso. Era una mañana fresca y hermosa, perfecta para que la diosa pudiera darle rienda suelta a sus pensamientos.

Escuchó algo.

Ven al puente.

Era Makaria, quién requería su presencia. Entonces Trua se encaminó hacia su destino a través de una carretera rodeada de árboles cerca del bosque, caminaba en medio de ésta a paso ligero y despreocupado apartándose cada vez que un auto debía pasar, aquellos le reñían y le daban miradas de extrañeza, mientras que ella pensaba que jamás había logrado entender a la raza humana, aún perteneciendo ella misma a ésta al principio.

De pronto escuchó algo nuevamente, pero esta vez no sonaba como Makaria. Y ahora provenía del bosque, su bosque. Se mantuvo quieta para prestar atención, olfateando y esperando.

Escuchó una vez más, era un niño, definitivamente se trataba de un pequeño niño que gritaba: ¡ayuda!

Trua corrió.

El bosque se sentía suyo como era costumbre y el ambiente se agraciaba con cada paso que daba, nunca una rama había golpeado su rostro, y ninguna raíz la había hecho tropezar jamás. En realidad, el bosque la guiaba y la cuida.

En un momento paró en donde se le indicó. Miró hacia abajo, a los lados y hacía arriba; y ahí estaba. Un pequeño niño con rasgos asiáticos se mantenía abrazado a una rama lo suficientemente gruesa como para sostenerlo. Trua lo observó con detenimiento y curiosidad, entonces con voz severa le reclamó: -¿Qué haces ahí?

El niño lloraba como si se hubiera cansado de hacerlo, con lágrimas secas y voz pequeña le respondió.

—Señora ¿me puede ayudar?

—Espera —Trua caminó hacia él, alzó sus brazos, lo tomó y lo dejó en el suelo.

Aquella era una distancia que Trua podía alcanzar pero un niño como él no.

—Gracias, le dije que no me subiera pero no me hizo caso, creo que ni siquiera me escuchaba—contó el pequeño al mismo tiempo que se sacudía la ropa y se estrujaba la cara con las manos.

—¿Quién?

—El viento azul. Tenía muchos brillos y por eso me acerqué. Pero olía raro y no creo que fuera bueno —puso cara de desagrado.

—No son buenos —indicó Trua e hizo un chasquido con la boca —si los ves de nuevo no te acerques, quédate con un adulto, jamás le quitarían algo a uno. Les tienen miedo.

—¿Usted los conoce? ¿Cómo sabe eso? ¿Cuál es su nombre? —pareciendo recompuesto, el niño interrogó a la diosa.

—Son espíritus del bosque, antes eran niños perdidos. Por eso querían que tu también te perdieras -contestó ignorando las demás preguntas —¿Cuál es tu nombre?

—Yuki, mucho gusto. Te lo digo porque me salvaste y me contaste todo, si no, jamás lo hubiera hecho.

Trua dejó de escucharlo, dejó de percibir cualquier sonido a su alrededor. En su mente se repetía el nombre Yuki, Yuki, Yuki. Entonces se planteó todo, las cosas que había hecho en el infierno, lo que esperaba hacer cuando por fin llegara a sus oídos aquel nombre. Estaba ansiosa, sentía que el suelo se tragaba sus pies cuando el niño le preguntó si estaba bien.

El niño, él, Yuki.

Podía resultar cualquier otra cosa menos lo que ella pensaba, pero aquellos ojos.

De pronto se oyeron pasos que se acercaban y una voz que replicaba: —¡Yuki! por dios no te alejes así de nuevo, estaba a punto de llorar, maldita sea.

Aquellos ojos de nuevo.

La Gracia De TruaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant