El trabajo de Trua

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Hubo una vez en que la diosa Trua amo a un ser, este no era hombre ni mujer, en su momento estaba vivo y andaba libre por el mundo

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Hubo una vez en que la diosa Trua amo a un ser, este no era hombre ni mujer, en su momento estaba vivo y andaba libre por el mundo. Se vestía de telas blancas y sedosas que siempre iban al aire cuando soplaba el viento, y su sonrisa tan natural como cautivadora, era contagiosa como un virus; así le recordaba Trua.

Este ser no era como Trua, era puramente humano como lo fue la diosa en su momento. Así que Yuki murió, un día de invierno frío que mantenía el bosque lleno de nieve.

La diosa nunca estuvo tan triste, de hecho, jamás en su vida había sentido aflicción alguna. Pero murió la persona que amaba, siendo esta presa de una maldición al igual que Trua, el infierno le recibiría.

Entonces Trua se quitó la vida, como le correspondía a su sangre. Pero jamás dejó de ser la diosa del bosque. Hasta que volvió.

—¡Volviste! —exclamó una voz a lo lejos.

Las dos mujeres en la habitación miraron hacía arriba. Eros, quién se encontraba algunos metros lejos del suelo, agitó la mano con emoción hacía abajo.

Las escaleras de caracol de aquel edificio que no era nada de lo que aparentaba ser por fuera, se veían hermosas y enormes, de un color dorado que brillaba; nunca podría pasar por la mente que su origen era tan remoto como el de la misma muerte.

El hombre, de la misma edad que Makaria, bajo rápidamente las escaleras que llevaban a infinitos estantes de libros. Entonces abrazó a Trua con calidez y le dio la bienvenida.

—¿Qué tal tu búsqueda? —preguntó Eros a Trua.

—Nada bien —respondió tratando de ocultar su decepción —intenté todo. Incluso pasé días esperando a Melinoe en sus aposentos, y cuando al fin llegó, no tenía ninguna respuesta certera para mí.

Eros suspiró, la miró con algo de lástima y le dijo: —Lo siento.

—No lo hagas, tampoco me tengas lástima, por favor. Voy a conseguirlo —aseguró Trua.

El hombre sonrió para transmitirle seguridad.

—Por cierto —habló Mikaria —¿cómo está Melinoe? ¿está descansando bien?

—Ella está bien, deberías preguntárselo tu, eres su hermana —respondió Trua en forma de regaño.

La mujer mayor le dio una mirada de desgano y volvió a su escritorio, de pronto el ambiente se tornó tenso y serio. Así mismo la diosa del bosque y Eros "pulsion de la vida", se ubicaron cada uno frente al escritorio.

Después de un largo silencio en el que Mikaria revisaba muchos papeles y movía sus anteojos, un carraspeo de Trua la obligó a hablar.

—Tienes un solo trabajo, uno que debes hacer muy bien, por favor. Ya que volviste el bosque está vivo naturalmente, y los demás dioses pueden descansar, pero la vindicadora del mundo cándido...

—Soy yo —dijo Trua asintiendo a sabiendas —lo sé, dejar mi trabajo fue uno de los riesgos que debía tomar, estuve consciente de eso.

—Y ahora debes volver —añadió Eros.

—Está bien, no se preocupen por mi, no es algo que me afecte —la diosa alargó el cuello poniendo en alto su mentón.

—Nadie está preocupado por ti —objetó Mikaria.

—No no, no —replicó el hombre —claro que si Trua, todos estamos preocupados por ti. Ella principalmente —sonrió de lado y señaló a la mujer detrás del escritorio.

La verdad era que el trabajo de Trua en el bosque siempre había sido fácil, ella le daba más vida, lo protegía y adoraba. Era parte de ella. Su otro deber, está vez protegiendo a los humanos, había resultado como un castigo de aquella matanza de la que ya casi no tenía memoria, pero que el universo nunca olvidaba.

Después de una conversación larga y certera con los que podía llamar sus maestros, salió de aquel puente entre la vida y la muerte y se dirigió a su próxima tarea sin chistar.

Le habían dicho que tenía sesenta y cuatro años, era un hombre caucásico y vivía en una casa normal en un barrio normal. Pero ese día iría a una ceremonia de graduación. La graduación de su sobrina.

Lo primero que Trua olió al entrar fue una peste de entusiasmo, aquel era un evento grande y ella podía fácilmente pasarse por algún familiar invitado, o simplemente por nadie, solo una mujer de traje con un bastón que poseía el sello de Las Keres y Tánatos, dos contrapartes que hacían aquel pedazo de madera más imponente.

La diosa se sentó junto a su objetivo, le invitó a un trago discreto en su petaca y logró engatusarlo con su presencia. Al terminar aquella ceremonia, Trua logró quedarse a solas con el hombre en el gran auditorio. Entonces sacó las garras.

—Michael —pronunció, saboreando con disgusto cada palabra.

El hombre no pronunciaba palabra alguna, y se mantenía quieto en su lugar, parado justo en el centro del salón con Trua frente a él. Se moría del miedo, jamás en su vida había visto algo así. Y ahí estaba, en la misma habitación que él, aquella mujer con los ojos del color del fuego, con las manos a cada lado de las cuales salían garras negras en lugar de uñas. La mujer dio un paso al frente, luego otro, se arregló el saco y corrió hacia él como una bestia. En cuestión de un instante estaba tomandolo del cuello de la camisa con una fuerza increíble y su bastón ahora era una espada.

—¿Qué pensabas viniendo a la graduación de tu sobrina? ¿crees que esa pobre niña te quería aquí? Acaso ¿crees que todas las niñas que has tocado te quieren siquiera en este mundo? —interrogó Trua a centímetros del rostro de el agresor, escupiendo rabia -tenias un asqueroso olor a ilusión y ahora hueles a un miedo intenso, eres repugnante.

—Lo siento —tartamudeo.

—Esto si que lo vas a sentir.

De pronto las garras de la diosa habían rasgado las ropas del hombre, pero este se había zafado de su agarre y ahora corría hacía la salida. Entonces Trua tomó vuelo y se lanzó hacia su víctima, cayendo a centímetros de él y cortando así, sus pies con la espada. Ahora el hombre en el suelo se desangraba y gritaba por ayuda.

—Estoy fuera de práctica, pero no te me ibas a escapar —dijo pasándose la mano por la frente como si limpiara sudor.

Y pronto Trua hubo terminado su trabajo, matando a aquel hombre, y librando a muchas niñas inocentes de sus manos. Y como cada vez que lo hacía antes, todo rastro de muerte desapareció del lugar de los hechos, junto a Michael.

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