Sí lo era, pensó tiempo después, hurgando desesperada en la cerradura.

    —¿Se puede saber qué haces? —rugió de repente el capitán tras ella, furioso—. ¿Esto es lo que te ha enseñado mi nieta? ¿¡A intentar entrar donde no debes?!

    —¡No me has dejado otro remedio! —Camila se encaró a él, enfadada—. ¡No pienso quedarme de brazos cruzados mientras Lauren está perdida Dios sabe dónde!

    —¡Te aseguro que el lugar en el que está no ha sido visitado nunca por Dios! No te das cuenta de que está cegado por su... ¡No me hagas hablar, Camila!

    —¡Sí, habla! Por su fulana, eso es lo que ibas a decir, ¿verdad? ¿Por qué piensas que Anna es una dama de la noche? ¿La has visto? ¿Has hablado con ella?

    Biel miró estupefacto a su niña. ¿Cómo era posible que conociera esa palabra tan poco apropiada para oídos y labios femeninos?

    —¡Por supuesto que no! —exclamó airado.

    —Entonces, ¿cómo puedes estar tan seguro?

    —Lo sé, y punto.

    —Tranquilizaos los dos —les ordenó Sinuhe, quien alertada por los gritos había acudido junto a ellos—. Gritándoos no conseguiréis solucionar nada.

    —La señora Sinuhe tiene razón. —Enoc instó al capitán a entrar en el despacho mientras Sinuhe llevaba a Camila a su dormitorio, donde esperaba convencerla de tener paciencia.

    Y en ese preciso momento, cuando los ánimos estaban más alterados, sonó el timbre de la puerta. Biel giró sobre sus pies y se asomó con desespero a la barandilla, al igual que hizo Camila. Ambos rezando en silencio para que quien entrara fuera aquella a la que esperaban.

    La señora Muriel atravesó presurosa el salón para, un instante después, reaparecer acompañada por Isembard quien, como cada mañana, había acudido a preparar las clases.

    —¡Isem! —gritó Camila—. Lauren se ha escapado...

    —¿No ha regresado? —La miró estupefacto para acto seguido subir a la carrera las escaleras. Camila ni siquiera esperó a que recuperara el resuello antes de empezar a hablar.

    El maestro escuchó con atención el relato de Camila y los gruñidos del capitán, y cuando ambos terminaron de narrar lo sucedido, meditó un instante sobre el galimatías inconexo que le habían contado, hasta que logró encontrarle sentido.

    —¿Has hablado con Anna?

    —El capitán no me lo ha permitido —indicó Camila acusadora.

    Biel lo miró estupefacto. ¿Lauren también le había hablado al profesor de su puta? Gruñó herido. Por lo visto la única persona con la que no se había confiado era con él.

    —¿Conoces a su amiga? —inquirió, los dientes apretados y las manos fuertemente cerradas sobre la empuñadura del bastón.

    —Anna no es lo que usted piensa, capitán —replicó Isembard, al igual que antes hiciera Camila—. Es la mujer que la ha cuidado desde que era niña.

    —¡Pues sí que le están saliendo caros sus tiernos cuidados! —escupió Biel indignado—. Por culpa del cariño que siente por esa mujer, Lauren pidió un elevado préstamo, que no podía pagar, ¡al peor prestamista de la ciudad! —explicó al fin, decidido a que Camila y el profesor abrieran de una vez los ojos—. ¡La ha estado tomando el pelo! La abandonó cuando consiguió lo que quería, y en el momento en que ha descubierto que vive en esta casa, ha creído que tiene acceso a mi dinero y le ha pedido más a cambio de sus... servicios. ¡Y la imbécil de mi nieta se ha enfrentado a mí para complacerla!

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now