—Isem, ¿qué haces? No te despistes, tenemos prisa —le llamó Lauren acercándose a él.

    —No sé lo que quiere —explicó mirando al pequeño con cariño empañado en lástima. En sus infantiles ojos brillaba una inteligencia sagaz, dura, altiva, similar a la que brillaba en los de Lauren. Sabiduría de niño viejo aprendida a base de miedo, hambre y golpes.

    Lauren hizo un gesto hacia el pillastre y escuchó con atención su reclamación.

    —Dice que le debes dos pesetas. ¿Le has comprado algo?

    —Oh, sí —le dio a Lauren las cuarteadas páginas y sacó un par de monedas para entregárselas al pequeño, no sin antes advertirle de que las gastara bien—. ¿Por qué llama cadetes a las pesetas?

    —Por el grabado, es Alfonso XIII de niño, vestido de uniforme militar —explicó Lauren abriendo con impaciencia la revistucha para luego devolvérsela—. Te ha timado, no vale ni un real —murmuró tomándole del codo.

    Isembard miró la revista Guía Nocturna de Barcelona. La Luna, y según lo que ponía en la portada valía una peseta, aunque estaba tan vieja y manoseada que, efectivamente, no valdría ni cincuenta céntimos.

    —¿Qué tipo de publicación es esta?

    —Una guía para... Da igual. No te pares o acabarán sacándote todo lo que llevas encima. Eres demasiado blando —masculló Lauren tirando de él para que se apresurara.

    Isembard asintió a la vez que leía las páginas interiores de la guía.

    —Solo hay propaganda de casas de una peseta, dos, tres, y cinco. ¿A qué se refiere?

    —A burdeles. Es lo que cuestan las putas, los más baratos son los peores.

    Isembard le miró como si estuviera loca.

    —¿Cómo va a existir una guía de burdeles? Eso es totalmente indecoroso.

    —Es una guía nocturna, ¿qué esperabas?

    —También hay una verdulería. Se publicita diciendo que hablan francés —comentó perplejo.

    —La Maison Meublée «Verdura», no es una verdulería, es una casa de licencia, y de las caras. Sus putas hablan francés. No te entretengas —le instó impaciente doblando la esquina.

    Isembard asintió, siguiéndole por las estrechas callejuelas a la vez que echaba discretas ojeadas a los papeles que aún tenía en la mano.

    —Este instituto médico se anuncia en la guía —musitó al llegar a la calle Conde del Asalto.

    —En realidad es una casa de lavajes —indicó la joven girando de nuevo en el laberinto de calles—. Un sitio donde van las mujeres para... ya sabes, hacerse irrigaciones. —Isembard se detuvo mirándola confuso—. También venden gomas higiénicas para no pillar la sífilis y polvos mataladillas.

    —Estás muy bien informada.

    —Me crié aquí. —Lauren se encogió de hombros a la vez que señalaba un burdel que había frente a ellos—. Más exactamente allí, en Las Tres Sirenas. Es de los de una peseta, no entres nunca a no ser que quieras perder la polla.

    —¿Ahí es donde piensas...?

    —No, puñeta. En Las Tres Sirenas solo hay putas, la casa de apuestas está en el tercer piso —indicó entrando en el portal que colindaba con la casa de licencia.

    Isembard observó el oscuro y estrecho pasaje, remiso a internarse en él. Olía a orines y alcohol, y si la vista no le engañaba, cosa harto probable dada la oscuridad reinante, había alguien manteniendo relaciones carnales con otro alguien contra la pared. Unas relaciones muy carnales y muy ruidosas.

Amanecer Contigo, Camren G'PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora