¿Sally?

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Llegó a la esquina y se tomó de uno de los postes de luz, tal vez lo mejor era parar un taxi, el aire fresco lo estaba mareando más de lo que estaba, tan solo había bebido cuatro tragos, ¿o acaso fueron más? ¿no había llevado la cuenta correcta? y mientras estaba ahí parado, lamentado su existencia más de lo que había hecho estos últimos días, «La vio», estaba ahí, frente a él, en todo su esplendor, con sus largos cabellos de fuego, y su figura de bailarina, y lo mejor de todo, estaba tan solo a un metro de distancia.

¿Estaría soñando? ¿acaso era un maldito espejismo? estiro su mano para comprobarlo.

—Sally... —su nombre le supo a gloria en su boca, tenía tanto que no lo decía en voz alta, cada noche lo repetía como un mantra, en su mente y en su corazón, pero había olvidado la sensación de paz que le provocaba pronunciarlo. Ella sonrió, no una de esas sonrisas que ocupaban la mitad de su cara, esas que le devolvían la vida, sino una sonrisa más sutil, de esas cómplices que le dedicas a tu pareja en medio de un salón lleno de gente.

—Para ti puedo ser quien tu desees, incluso podría ser la reina de Francia. —ella volvió a sonreír divertida ante su mirada de incredulidad, dejando salir unas risas cortas de entre sus labios.

—Yo no quiero a la reina de Francia, te quiero a ti, Sally... —se alejó del poste con la intención de caminar hacia ella, debía tocarla, aunque solo fuera un poco, debía comprobar que ella estaba ahí con él, pero su estado de embriaguez no colaboró con su equilibrio obligando a tropezar sus propios pasos, pero «Ella» lo sostuvo, no la reina de Francia, ni la madre de su abuela, si no ella, «SU» Sally.

—Y dime cariño, ¿cuánto me darás por ser tu Sally esta noche? —la miro a los ojos, ella le tenía rodeado el torso con uno de sus delicados brazos, podía sentir el calor de su piel a través de la chaqueta, si era alguna alucinación provocada por el exceso de bebida, o si era algún milagro de los Dioses, fuera lo que fuera, no quería que terminara. —Pareciera que has visto un fantasma, guapo.

—Un Ángel. —aclaró él, ella era un ángel. Sally detuvo un taxi y lo ayudó a subir en él, no podía parar de mirarla. —Me vas a desgastar cariño, y yo vivo de mis encantos, no puedo perderlos, —sonrió divertida por su ocurrencia, ella era tan perfectamente imperfecta, la manera en que pestañeaba repetidas veces antes de hablar, como mordia el interior de su labio para tratar de pensar algo ingenioso que decir, y como se le arrugaban los ojos al sonreír. —¿A dónde vamos?

—A casa. —Eso lo sé cariño, vamos a tu casa, pero, ¿dónde exactamente queda eso? —frunció el ceño y ladeó un poco la cabeza, se suponía que ella sabía eso, habían vivido ahí por dos años, tal vez solo quería asegurarse que siguiera habitando el mismo apartamento, pero ¿cómo iba a poder cambiarse? todo lo que había ahí le recordaba a ella, y él aún tenía la esperanza de que ella volviera a buscarlo. Le dio la dirección al taxista y cerro un poco los ojos, no quería hacerlo, sentía que al abrirlos ella ya se habría ido, pero necesitaba poner en orden sus ideas.

«Ella estaba ahí con él.» y eso era todo lo que debía importarle ahora. Ella había vuelto a él.»

—Llegamos guapo. —sintió el susurro de su voz, el suave aliento golpear en su oído, y la sintió en todo él, en todo su ser, lo volvía a tomar, lo estaba volviendo a la vida.

—Sally... —Si, si, dale cariño que no tenemos toda la noche. —lo ayudó a salir del taxi y lo colocó con cuidado sobre la acera. —Guapo, creo que debes darme la plata para pagar. —suv sostuvo de un teléfono público para mantener el equilibrio, la ebriedad estaba bajando un poco, pero aún se sentía mareado por la dulce presencia de Sally, buscó en el bolsillo trasero de su pantalón canela y le tendió la billetera.

—Muy bien mi querido Mr. Hidan, creo que es hora de entrar.

—No, no hagas nada, déjame amarte yo. —Levantó del suelo a Sally, estaba arrodillada tratando de quitarle los pantalones, pero esa noche era él quien deseaba darle placer, deseaba demostrarle todo su amor, deseaba mostrarle todo lo que la había extrañado todos estos meses, quería que ella comprendiera que su vida sin ella no era nada. No podía volver a perderla.

Y fue ahí cuando Katia comprendió que aquello no era un simple juego, «Él» no era otro borracho más en sus noches de trabajo, él de verdad amaba a esa tal Sally, y por alguna razón creía que era ella, y aunque no lo era, podía sentir el amor que él le dedicaba, el amor que él le tenía, y por primera vez, en sus más de diez años en su ofició, se sintió vacia, echó de menos la compañía, y deseo ser «SU» Sally, cerró los ojos y disfrutó de aquél amor robado, y se permitió recordar todos aquéllos sueños de niña, que creía haber enterrado.

—¡Oh Sally! Te amo, Te amo tanto. Por favor, no vuelvas a abandonarme nunca, quédate conmigo. —sintió sus mejillas arder, y sus ojos escocer, ¿cómo una mujer podía haber dejado y despreciado a aquel hombre? ¿Cómo había sido capaz de rechazar todo ese amor? un amor que hasta ahora, ella caía en cuenta que deseaba tanto.

—Sh, sh, tranquiló cariño, ya estoy aquí, y yo no voy a abandonarte nunca. —tomó su cara entre sus manos y clavó su mirada en aquellos atormentados ojos negros mientras sentía como era penetrada, arqueó la espalda buscado más contacto con el cuerpo masculino sobre ella, y entendió que de alguna manera ya no podría vivir sin él. —Yo no soy Sally, pero yo no voy a abandonarte como lo hizo ella.

Él se detuvo, y Karin sintió un dolor en el pecho, aún estaban unidos y ella le rodeo la cadera con sus largas piernas para mantenerlo dentro de ella, no quería que la dejara vacía. —Yo estoy aquí Hidan, yo no voy a dejarte. —la observó por varios minutos, tratando de encontrarle algún sentido a aquéllas palabras, ella se llevó una de sus manos a los labios y la besó con ternura. —Yo no voy a dejarte. Nunca. —repitió y recalcó, tratando de darle a entender que ella curaría su corazón herido, que ella lo rescataría del olvido.

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