—¿Y...?

—Ahí la conocí.

—¿Así?, ¿como si nada? —Alex asiente—. ¿Y qué sucedió luego?

—Tomamos un par tragos juntos y ya puedes imaginarte cómo terminó todo.

Sonrío.

—¿Y eso fue todo?

—Luego seguimos con lo nuestro en Milán.

—Harían linda pareja, jamás lo había pensado.

—Leanne, no vayas por ahí —me pide, haciendo que suelte una carcajada.

—Bien, no iré por ahí.

Nos quedamos conversando durante un par de minutos más hasta que pedimos la cuenta y nos retiramos de la cafetería para dar una pequeña caminata a lo largo de Milán.

***

—Esto ni siquiera me sale, Leanne, soy pésimo para pintar —se queja Francesco.

Observo el lienzo mal pintarrajeado y no puedo evitar carcajearme. Tiene razón, es pésimo.

—Sí, eres pésimo —me río—. Utilizaste los colores equivocados, ¿acabas de combinar rosa con amarillo? —me rio de nuevo—. No tienes buena imaginación.

Se cruza de brazos, asemejándose a un niño pequeño, y suelta un bufido de frustración.

—No sirvo para esto.

—No, pero puedo corregirlo.

Suelto una corta risita antes de tratar de arreglar su desastre. Mientras que su lienzo se ve pintarrajeado e irrespetando la armonía de los colores, el mío se ve armonioso, ordenado y transmite calma. Muevo el pincel a lo largo del lienzo de Fran y trato de arreglarlo como puedo, aunque si soy franca, no es muy fácil de arreglar.

Cuando termino, él suelta otro bufido mientras esboza una ligera sonrisa.

—Bueno... hiciste un intento, eso cuenta.

—Se ve un poco... mejor —intento mentir, pero mi risa me delata—. Mentira, se ve espantoso. Ni siquiera pude tratar de arreglarlo, Francesco. El arte no es tu fuente.

—Me he dado cuenta.

Me rio de nuevo, sintiéndome un poco mejor después de los últimos días. 

—Al menos te subí el ánimo —me dice, haciendo que ensanche mi sonrisa.

—Sí, lo hiciste. Gracias.

—No me tienes que agradecer, soy tu amigo.

—Tienes razón —Me pongo de pie—. Debería invitarte una taza de té por tu acción caritativa.

—Suena como una buena propuesta.

Le hago un gesto y nos dirigimos a la sala de estar, en donde sirvo en la pequeña taza de té que yace dentro de la tetera. Le extiendo una taza y él la acepta.

—¿Qué tipo de té es? —indaga.

—Té de menta.

—No me sorprende —ironiza, haciéndome sonreír.

Tomamos asiento sobre el sofá. La compañía de Francesco siempre ha sido abrasadora de alguna forma u otra, siempre sabe cómo hacerme sentir bien. Nos conocemos desde hace un buen tiempo y el que tengamos tanta confianza me reconforta.

Caricias ProhibidasWhere stories live. Discover now