Se lamió los labios y miró a su alrededor con los ojos entornados mientras sentía el calor crecer en su interior. Su respiración, de por sí alterada, se hizo errática, jadeante.

Dio un sonoro bufido y, sin querer pensar en lo que estaba a punto de hacer, se dirigió a las puertaventanas que daban al corredor. Las cerró con un golpe seco, echó el pestillo y se cercioró de que no quedaba ninguna rendija entre las cortinas por la que alguien pudiera verle. Luego caminó hasta la puerta que daba al pasillo y giró la llave, sellándola y comprobando que así permanecería. Una vez hecho esto, se detuvo junto a la cama y, girando sobre sus pies, revisó las puertas y ventanas. Estaba en su dormitorio. Sola. Podía hacer lo que se le antojara.

    Inspiró profundamente y se situó frente al espejo.

    —¿Y ahora qué? —susurró observando fijamente su reflejo.

    Arqueó una ceja a la vez que una ladina sonrisa comenzaba a dibujarse en sus labios.

A tenor del bulto que se marcaba en su entrepierna no estaba mal equipada.

Nada mal.

    Enganchó los pulgares en la cinturilla del pantalón y se lo bajó con un movimiento fluido.

    —Quién lo hubiera pensado... —musitó contemplando su erección.

    Sus dedos, como si tuvieran vida propia, se posaron sobre su estómago manteniéndose allí en trémula inmovilidad. Reacios a continuar su camino. Codiciando alcanzar partes de sí misma hasta entonces dormidas.

    Observó en el espejo el descenso calmado, casi remiso de una de sus manos. Vio como rodeaba su ombligo y lo dejaba atrás para recorrer lentamente su vientre e internarse hacia bajo, hacia su pubis.

Contempló cómo sus dedos ignoraban el rígido pene que oscilaba palpitante en el aire y continuaban descendiendo hasta llegar a la base desde la cual se elevaba. Se tambaleó al sentir la primera caricia y apoyó la mano libre en la moldura del espejo mientras sus párpados cedían ante el inesperado placer, sumiéndola en la oscuridad.

    La respiración contenida. Todo ella paralizada, excepto la mano que recorría con tímida valentía el falo que se erguía desafiante. Aún con los ojos cerrados lo envolvió entre sus dedos y tentó su dureza y tersura, su grosor y longitud. Esbozó una sonrisa orgullosa a la vez que inhalaba de nuevo el aire que había olvidado respirar. Dura y suave. Así la tenía. Y también grande. Y gruesa.

    Movió el puño con torpe inseguridad y de sus labios entreabiertos escaparon quedos gemidos que se convirtieron en jadeos conforme la vacilación daba paso a la firmeza. Continuó solazándose en la oscuridad hasta que, al posar la mano sobre el glande sintió una cálida humedad en la palma. Abrió los ojos desconcertada y la imagen que le devolvió el espejo le hizo trastabillar sobresaltada. Estaba encorvada, la piel brillante por el sudor y su mano... su mano agitándose sobre su falo. Crispada. Obsesiva. Desesperada.

    La apartó de inmediato. Asqueada. El estómago revuelto ante la repugnante visión de la mano de una mujer tocándole ahí. Aunque fuera la suya propia.

    Sacudió la cabeza y, dirigiéndose con paso inestable a la cama, se tumbó mirando al techo. Engarfió los dedos en las sábanas revueltas y apretó los labios a la vez que negaba con la cabeza. No iba a pensar en ello. No merecía la pena. Las cosas eran como eran. Tragó saliva para eliminar el nudo que se había formado en su garganta y mientras lo hacía, pensó que era una lástima que la señora Muriel fuera tan eficiente. Le hubiera venido bien encontrar alguna telaraña en el techo, así podría justificar las náuseas que sentía con la presencia de esos repulsivos insectos.

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now