Día 2: From beyond the grave

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La veía, continuamente, en todas partes. No había dejado de verla nunca, desde el día en el que se marchó. Su voz, susurro débil en el viento helado, lo acompañaba siempre que salía de casa para cruzar Hogsmeade de camino al campo. Escuchaba sus pisadas, ligeras, como lo fueron siempre, siguiéndolo hasta donde pastaban las cabras. Intuía su mirada curiosa, divertida, posarse sobre los extraños seres que frecuentaban el bar, y sus manos, tiernas todavía con la niñez de la adolescencia, acariciaban los cansados dedos de Aberforth.

Tranquilo. Parecía decirle. Estás agotado. Yo te ayudaré a fregar los vasos, no te preocupes. ¡Mira, mira! Están llenos de polvo.

Sí, la veía. No había dejado de verla desde aquel aciago verano de 1899, a ella. Su hermana, su niña, su niña. Ariana. La había cuidado él, siempre, toda la vida. Después del encarcelamiento de su padre, de la muerte de su madre. Siempre había sido él. Cuando su hermano se encerraba en el estudio, para escribir cartas, Aberfoth jugaba con ella. Cuando su hermano salía por la ventana, escapándose con Grindelwald vete a saber dónde, Aberfoth la calmaba. Le daba de comer, bailaban junto al fuego, llevaban flores a la tumba donde yacía Mamá.

—A veces puedo verla. ¿Tú no?— Le solía preguntar Ariana. Aberfoth se limitaba a sonreír, creyendo que su hermana no sabía lo que decía, creyendo que era presa de las visiones de su trauma. Pero ahora, él la veía a ella, a su hermanita. La niña con los ojos amables y los cabellos de oro. Pensó, al principio, que era la tristeza, ahogándolo en esperanzas vanas, en recuerdos olvidados y visiones inventadas, tratando de consolarlo con la crueldad que solo la compasión puede crear. Pero desde hace unos años, no solo la veía a ella.

Ahora podía verlo a él.

Albus Dumbledore se le aparecía constantemente. No en la forma de venerable anciano, forma el la que tal vez hubiese sido soportable. Durante la guerra, Aberfoth había mantenido una relación cordial con su hermano. La necesidad los había empujado a enterrar el hacha de guerra, y a dejar las heridas supurantes, aún abiertas, a un segundo plano.

Oh, no. Albus se le aparecía con 19 años, arrogante, maldito. Ese Albus con el pelo color bronce que utilizaba su genialidad como arma, como escudo. Aquel que tenía el poder en la punta de sus dedos.

Discutía con él a gritos, mientras Ariana los miraba sentada en una esquina, sus ojos amables llenos de lágrimas, en sus labios una frase de perdón. Cuando a Aberfoth se le acababan los reproches y se le secaba la garganta, Albus hablaba de oportunidades perdidas, de perdón, del castigo que tuvo que sufrir él también.

Yo la quería, hermano. Me consumió la culpa.

Y Aberfoth volvía a los reproches.

—Con el joven Potter hiciste lo mismo.

No lo iba a perdonar, no la iba a olvidar. Dolía, claro que dolía. "Pero al menos" pensaba al acostarse, "al menos, estamos los tres juntos."

Harry Potter fearfest 2021Where stories live. Discover now