26.1 - Nos vemos al Alba

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Vi de reojo a Uriel en el baño

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Vi de reojo a Uriel en el baño. Se sostenía sobre la porcelana con una mano, tirando el cuerpo hacia adelante de forma que el cabello le cubría la mirada frente al espejo, indiferente en verdad por su reflejo. Usando solo ropa interior, debido a que estaba solo a un paso de la ducha cuando el teléfono sonó, su cuerpo estaba expuesto a la vista. No era el de un modelo o alguien fuera de lo ordinario, tenía, tal vez, el rastro de una mala alimentación, pero poco podía yo decir. 

Hubo un motivo por el que, hasta la cena apenas acabada, ninguno había recaído en el hambre que tenía el otro. En el abdomen llevaba una cicatriz que se debía a aquél encuentro con Iris siete años atrás. Flexionaba las piernas como si se preparara para correr y mantenía el torso encorvado con cansancio. Las luces blancas realzaban la oscuridad de su piel, la cual me atraía más de lo que haría una pálida como la mía. Había dormido durante la tarde, cuando Victoria le dejó a los gemelos para que los cuidara y cayeron los tres en una profunda siesta de la que solo la madre de las chicas pudo despertarlos. Lo había atrapado en una ocasión bostezando, aunque pronto negara el sueño que se cernía sobre él.

Fue duro despegar la vista de él. Mordí una cereza y levanté, con dedos helados como hielo en el clima templado del bunker, el lápiz. Sobre el mapa tracé un camino que recorrió gran parte de la ciudad. Lo borré enseguida. Con el dedo marqué un camino con la intención de ver si la opción sería mejor para transportar un cargamento que días atrás Alessandro me encomendó.

Uriel colgó el teléfono con desánimo. Estaba quieto, pensativo, sosteniéndolo en una mano que colgaba inerte a su lado.

—¿Qué pasa?

Uriel tardo en dar muestras de oírme. Algo pesado se cerraba sobre él y formaba un muro frente a la realidad.

—La madre de Cam me llamó hace unas horas —respondió al fin, estirando los músculos de piedra y dejando fuera del baño el teléfono—. No pudo contactarse con Victoria después del trabajo. Ahora ninguna me contesta.

Se recostó contra el marco de la puerta y miró ignorando el mapa en mi escritorio. Sin los anteojos, su expresión adoptó una ternura casi infantil y una seria madurez que acentuaban su estado.

—¿Quieres que haga algo?

Titubeó. Mientras negaba, la niebla que lo abstraía comenzó a disiparse. Sus ojos se enlazaron con los míos. Estaba a dos pasos y en un mundo que compartíamos sin mencionarlo.

—No lo sé. Quizás solo están enojadas conmigo; Vicky me ignoraría si Cami se lo pidiera. Está furiosa conmigo, no la culpo por ignorarme.

—Tiene sus motivos para estar enojada. —Hice una mueca, buscando borrar el fantasma de nuestra última conversación. 

Intentó borrar el efecto que la ansiedad tenía en él con un gesto vago. Ya me había puesto la camiseta que usaba para dormir, pero no dormiría. Los dedos del pie se deslizaban en la alfombra en busca de algo suave para mis inquietudes. Su suave voz me acarició la piel como si se tratara de sus manos cuando habló, un poco para mí y otro poco para sí.

Licor de cerezaWhere stories live. Discover now