25.2 - La punta del iceberg

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Me aclaré la garganta, mirándolo desde abajo para captar su mirada. Esta no se desvió del punto en la pared en el que se había concentrado. Las palmas me empezaron a sudar.

—El auto...

Volteó a verme sin ánimo, con una mirada muerta que me hizo callar. Separó los labios agrietados y apenas pude comprender lo que dijo.

—Ya déjenme solo.

Valentino dio un paso al frente, cubriéndome con el cuerpo con tosquedad. Supe de antemano que esa actitud no haría más que empeorar las cosas, pero decidí quedarme donde estaba. Pronunció su nombre con una dureza de piedra que hizo mella como una chispa diminuta en combustible puro.

El hombre en el suelo, con un repentino brillo inestable en el azul sangriento, gritó en italiano con frenesí de desquiciado. Se le agitó la respiración y el temblor del cabello delató la rabia que le recorría las venas. Valentino se alejó por la sorpresa, las aves despertaron de su letargo y sacudieron las alas con desesperación en su prisión de tinieblas.

Tan pronto como la llama nació se extinguió. Volvió a la posición anterior, sin dejar más rastro de su inestabilidad que el temor de los indefensos animales que lo rodeaban. En el silencio, casi podía ver los pequeños ojos penetrando las mantas y buscando el peligro. Intenté acercarme a él e infundirle la tranquilidad que su hermano, con la discreción de un oso en un ballet, no le daba. Siquiera me vio de reojo. No fui más que una bala perdida para él.

—Ven, vamos adentro. —Me ignoró—. Cam se pondrá como loca si te ve así.

La mención de la chica no sirvió de mucho, pero fue suficiente para que respondiera.

—Se fue hace rato.

—Pero puedo decírselo.

Sus ojos se dispararon como dagas hacia mí.

—Me darías otro motivo para no matarte.

Contuve el aliento. Estaba tan desgastado emocionalmente que no soportó la rabia, solo volvió a apagarse.

Hubiera preferido que se levantara y me estrangulara. Él tenía más derecho que nadie.

Poco a poco comenzaba a odiarme a mí mismo. En especial por lo mucho que tardé en verme.

«Tú eres el peor».

Quería hacer las cosas bien, pero no encontraba por dónde empezar.

Finalmente, se puso de pie a duras penas, dejando ver un atisbo de dolor en las duras facciones, y accedió a seguirme. Se movió con inusual lentitud, haciendo hasta lo imposible por ocultar la impotencia que ese estado le daba.

Según Camila, tuvo suerte. Iris lo había apuñalado cinco veces, creyendo que con eso bastaría, pero no había dado a ningún órgano vital y las drogas en su sistema retrasaron el desangrado. Ale poco crédito le daba a esa suerte. Solo Dios, y ni él, sabría lo que sucedía en su cabeza.

En lugar de salir con nosotros, se dirigió a una jaula. Descorrió lo suficiente una de las mantas para poder ver la puerta. Los ojitos temerosos del ave se encontraron con los del muerto viviente. Alessandro abrió la puerta de la jaula y la abandonó.

Hizo lo mismo con la siguiente. Dejó el paso abierto para que los pájaros, que se mantuvieron en el mismo lugar todo el tiempo que esto duró, salieran. Se quedó quieto observándolos, indiferente al frío que lo rodeaba.

Valentino le preguntó algo en italiano. Entre gruñidos frustrados le respondió su hermano, a lo que solo entendí una vaga referencia a su "nonno". Rendido a la idea de que ya no había nada que hacer, nos acompañó.

Licor de cerezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora