Quebranto

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Febrero, 1942

Los nevados días de invierno en Berlín no impedían que las personas pudieran tomar caminatas en el exterior. Un hombre y una mujer caminaban juntos por los jardines cubiertos de nieve en la Cancillería. El gabán negro que llevaba Speer y el abrigo rojo que portaba Sieglinde daba la impresión de que era lo único a color que se encontraba en ese ambiente casi cegador por la ausencia de color. Sieglinde, a veces, se llevaba sus manos enguantadas de negro a la cara para soltar algunos suspiros y ver cómo el frío lo materializaba en un vapor blanco que se esfumaba en cuestión de segundos.

Tanto Albert como Sieglinde se llevaban muy bien, considerándose entre ellos como tío y sobrina. De hecho, cada que tenía la oportunidad, la mujer le decía tío Al. Speer, al ver que la hija de Hitler estaba tan concentrada en los vapores que emitía su exhalación, decidió hablar:

— Tengo que admitir que tu discurso me sorprendió, Sieglinde. —Albert sonrió, llamando la atención de la alemana quien le sonrió de vuelta.

— ¿En serio? —El hombre asintió—. Estoy muy feliz de escuchar eso. Aun así, debo confesarte que me sentí muy rara dando ese discurso.

— Es normal, es la primera vez que te presentaste ante el mundo como la Esposa del Reich. Te acostumbrarás con el tiempo.

— La guerra ha forzado a la gente a realizar cosas que nunca pensó que iba a hacer en situaciones normales.

Sieglinde bajó la mirada, pero Speer notó la tristeza tras la misma. Sus ojos azules se aguaron y parecía los cristales de hielo que a veces se lograba ver diferenciando de la nieve en general.

— ¿Qué es lo que aflige el corazón de mi princesa?

La mujer se quedó estática durante un par de segundos, luego suspiró con pesadez y lo miró.

— Son temas del corazón. Para que nuestro país pueda vivir tranquilo, aun en pleno conflicto, los que estamos en el poder debemos hacer sacrificios.

— Te refieres al hijo menor de Roosevelt, Thomas, ¿no es así? —Sieglinde asintió en silencio —. Qué situación tan difícil.

— Aun con todo lo que ha pasado, sigo amando a Thomas con mi alma y deseo estar junto a él por siempre. No obstante, entiendo la necesidad de una buena alianza política en tiempos de crisis... por el cual he decidido casarme con André.

— ¿Estás segura de la situación? – Speer preguntó sorprendido por lo que dijo su sobrina.

— Así es, mi alma se fragmentó en el momento en que Thomas se fue, Ludwig se dirigió al campo de combate y Alec desapareció. —El hombre frunció el ceño al escuchar el último nombre. ¿Por qué Sieglinde y Ludwig tenían que mencionarlo todo el tiempo? —. No sé si aún tengo alma en este cuerpo o simplemente soy un contenedor vacío, pero seré una buena esposa porqué, a pesar de que no lo puedo llegar a amar como a Thomas, le tengo un aprecio demasiado grande.

La mirada de Speer se puso triste al escuchar eso, ¿en qué momento su pequeña niña de mirada encantadora se había convertido en una mujer sin amor? Era su niña, fue el primer jerarca que la conoció cuando Hitler llegó al poder. Sólo Goebbels la había conocido primero.

Sieglinde lo consideraba como su segundo padre: la consentía, le daba buenos consejos, pero, sobre todo, la amaba incondicionalmente como su hija. No sabía si podía contar con él para buscar a Alec, así que lo tendría como su soporte emocional. La ayudaba mucho simplemente teniendo su cariño.

— Creo que casarte con André te hará bien, te ama con locura. —Sieglinde miró a Speer sorprendida.

— ¿Te parece bien?

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now