—Puñeta —gruñó entrando en el comedor, ganándose una mirada estupefacta por parte de todos los presentes, que extrañamente eran bien pocos. Etor, Isembard, Camila... y nadie más.

    —Interesante saludo, Lauren —le reprendió Isembard arqueando una ceja.

    —Soy una tipa original, ya lo sabes —replicó, haciendo que Etor se riera a carcajadas y que Camila le dedicara un descontento «buenos días, señora maleducada».

    —Ahora entiendo por qué te has retrasado esta mañana —comentó jocoso Isembard mirándole de arriba abajo—. Estás muy elegante. Imagino que el espejo ha cumplido su cometido con eficacia.

    —Tonterías —gruñó molesta porque hubiera dado en el clavo con su apreciación—. Llego tarde porque no tenía ganas de empezar tan pronto a escuchar tus aburridos sermones. Oh, perdón, quiero decir lecciones. —El maestrito estaba empeñado en que aprendiera cientos de cosas, ¡y ella no estaba por la labor! Aunque era cierto que a veces le contaba historias muy interesantes. Frunció el ceño, disgustada por su falta de acuerdo interior.

    —¡Lauren! Discúlpate ahora mismo —exclamó Camila atónita. Estaba acostumbrada a escuchar las ariscas respuestas que Lauren daba a todo el mundo, pero esa vez se había pasado de la raya.

    —No se preocupe, señorita Camila, no me ha ofendido. Sé que no tiene buen despertar y a eso se le une que no sabe controlar su genio. —Isembard se encogió de hombros, ignorando la mirada indignada de su alumna.

    Lauren podría despotricar largo y tendido sobre las clases, pero la única verdad era que se bebía cada lección. Era como una náufraga sedienta de conocimientos, se empapaba de cada enseñanza para luego pedir más, no con palabras, pero sí con la mirada. Solo se mostraba desinteresada, incluso obstinadamente indisciplinada, cuando intentaba enseñarle a leer. Parecía sentir un profundo recelo hacia la lectura, algo que Isembard pensaba solucionar ese mismo día.

    — ¿Cómo es que no están aquí el capi y su perrito, y tampoco tu madre? —le preguntó Lauren a Camila, intrigada por la ausencia de estos y la inusitada presencia de Etor.

    —Si te hubieras molestado en llegar a tu hora —le recordó Camila a modo de regañina, haciendo que Lauren bajara la vista. Odiaba que la reprendiera—, habrías descubierto que hoy zarpa el barco de Marc, y que han ido a despedirle. Estarán fuera parte de la mañana.

    Lauren frunció el ceño, comprendiendo al fin por qué Etor les acompañaba al desayuno: para vigilarle. El capitán seguía sin confiar en ella lo suficiente como para dejarle a solas con Camila en una misma estancia, ni aunque estuviera presente Isembard. Por lo visto el maestrito tampoco gozaba de su total confianza.

    —Pensé que partía por la tarde.

    —El capitán afirmó esta mañana que se avecina tormenta —comentó Isembard incrédulo. ¡Solo Dios podía prever el tiempo, nadie más!—, por eso han adelantado el viaje.

    —¿Tú madre va a acompañar al capitán? —Lauren miró a Camila y esta asintió, provocando el bufido de la joven—. Espero que no le ponga de muy mal humor. Estoy harto de que el viejo la pague conmigo —masculló enfadada.

    —¿Pague qué? —preguntó confundido Etor.

    —Su frustración porque la señora Sinuhe sigue sin dirigirle la palabra —gruñó Lauren.

    Sinuhe seguía enfadada con su marido por el asunto de las sufragistas, y no le hablaba.

Esto suscitaba que el capitán estuviera más irascible de lo habitual, lo que a su vez provocaba que cada vez que ella hacía algo que no le agradara, recibiera una bronca. Y como no sabía mantener su bocaza cerrada, aquello acababa convirtiéndose en una batalla campal. Una que Lauren siempre perdía.

Amanecer Contigo, Camren G'PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora