Le asió las manos, deteniendo su errático movimiento y, sin dejar de susurrarle palabras tranquilizadoras se inclinó, besándole la frente.

    Lauren se sentó en la cama abriendo los ojos.Ojos sin brillo, turbios, aterrados.

    —Estás aquí —jadeó temblorosa centrando su desenfocada mirada en ella. Envolvió su precioso rostro entre las manos y recorrió con dedos trémulos sus pómulos, su nariz, sus labios. Y mientras lo hacía frotaba las mejillas contra el sedoso pelo de la muchacha—. Estás aquí —repitió aliviada—. ¿No vas a irte, dejándome sola como hizo Anna? —musitó con la boca sobre su frente y los dedos enredados en su pelo—. No... Anna no se fue, yo la llevé —susurró sacudiendo la cabeza confundida—. Le prometí que iría a verla y no he ido. Va a pensar que me ha pasado algo. Se preocupará y no debe preocuparse, no es bueno para ella —sollozó angustiada—. Ayúdame... No dejes que le pase nada.

    —No le va a pasar nada, tranquila. Me ocuparé de que esté bien —aseveró intentando consolarle. Y funcionó, pues ella emitió un quedo suspiro y su cuerpo dejó de estremecerse—. Cuánto debes quererla...—musitó posando con timidez las manos sobre el torso desnudo de Lauren, percatándose al fin de que no llevaba puesta la camisa del pijama.

    Se apartó de golpe, avergonzada. Bastante malo era estar de noche en la habitación de una mujer, como para además andar toqueteándole. ¡Podía malinterpretar sus intenciones!

    —No te vayas... —gimió ella abrazándola al sentir que se apartaba.

    —No lo haré, pero debes vestirte —afirmó rotunda—. No puedes recibirme asi sin la camisa puesta.

    Lauren entornó los parpados, confundida.

Luego abrió mucho los ojos, totalmente despierta al fin.

    —¡Puñeta! —exclamó apartándose.

Había conseguido mantenerse alejada las últimas noches, solo para volver a mostrarle su debilidad ¡otra vez!—. Vas a pensar que soy una niña pequeña que se mea en la cama cada noche —masculló enfadada consigo misma.

    —No digas tonterías —le reprendió fingiendo severidad, segura de que, como siempre que alguien le regañaba, ella respondería rebelándose. No iba a permitir que se avergonzara de algo que no podía controlar. Ella ya había pasado por eso, y podía destrozar a una persona—. Lo único que pienso es que eres una descarada que no acepta las más mínimas normas de educación. Vístete o me iré.

    —Tú tampoco estás muy vestida —replicó ella, mirándola enfurruñada. Odiaba que la regañara.

    Camila dio un respingo, llevándose las manos al pecho. Ella tenía razón, se había olvidado de ponerse la bata.

    —Estás muy guapa cuando te sonrojas —murmuró divertida por su reacción. El camisón que llevaba la tapaba desde la punta de los pies hasta la barbilla. Iba más vestida que muchas de las mujeres que había conocido, solo que eso ella no lo sabía. «Ni lo sabrá nunca», pensó frunciendo el ceño.

    —No es adecuado que me mires así —le regañó avergonzada.

    —No es culpa mía que seas tan bonita —replicó encogiéndose de hombros a la vez que se ponía la camisa.

    Camila la miró asombrada, parecía decirlo en serio, como si de verdad lo pensase.

Sacudió la cabeza y decidió que lo mejor era cambiar a un tema más seguro.

    —¿Por qué no le dices al capitán que te deje ver a Anna? —le preguntó.

    —¡Qué!

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now