Lauren sonrió a la mujer, enigmática y a la vez mordaz.

    La mujer elevó la barbilla y bufó sonoramente.

    Lauren le guiñó un ojo con desenfado y ella abrió mucho los ojos, dio un nuevo tirón al crío y se dio la vuelta sin dejar de soltar improperios sobre indeseables viviendo junto a personas decentes. Las comisuras de la boca de Lauren se alzaron en un gesto que pretendía ser de burla, y lo hubiera sido, de no ser por el dolor que se reflejaba en sus ojos verdes.

    Anna le había dicho cientos de veces que ella era una mujer honesta y decente, y que por tanto debía comportarse como tal. Pero sus buenos consejos se le olvidaban en cuanto alguien le juzgaba sin haberse molestado en conocerla antes, entonces su maldito carácter salía al exterior y se mostraba tal y como los demás deseaban verle. De todas maneras, ahora que ella ya no estaba a su lado le importaba bien poco lo que pensaran o dejaran de pensar de ella. Se encogió de hombros con fingida indiferencia y se acercó al grupo que colapsaba la calle.

   Intentó meterse entre ellos y, al no conseguirlo, se alzó sobre las puntas de sus pies para ver qué era lo que causaba tal expectación.

    Un Hispano-Suiza limousine Landaulet estaba detenido frente a su casa.

    Jadeó asombrada y, sin pensárselo dos veces, se abrió paso a codazos entre el gentío.

    Era un automóvil último modelo y tenía la apariencia de un landó tirado por caballos, solo que mucho más grande, mucho más lujoso y sin caballos. La caja trasera, carrozada en maderas nobles, contaba incluso con farolillos dorados y, aunque la delantera estaba abierta, un enorme cristal enmarcado en nogal protegía al conductor que en esos momentos fumaba un cigarro tras el volante.

    Sin pensar en lo que hacía estiró su ajada camisa blanca e irguiendo la espalda caminó decidida hacia el flamante automóvil. Al fin y al cabo estaba aparcado frente a su casa, no era curiosidad lo que sentía, solo ganas de llegar y descansar un poco. Según se acercaba, podía ver más y más detalles. El volante de madera, los mullidos asientos tapizados en reluciente piel, la trompetilla de comunicación con el interior... ¡Incluso los tiradores de las puertas eran de marfil! Fascinada, extendió el brazo hacia el impresionante vehículo que de seguro corría más rápido que el viento.

    Un carraspeo le hizo detenerse. El conductor, un hombre delgado y
nervudo, con los ojos y el pelo tan negros como la noche, le miró con una ceja arqueada, entre divertido y prepotente, a la vez que se apeaba. Vestía un traje azul marino y una reluciente gorra con visera rígida, dejando claro que su jefe era un ricachón de primera. Sonrió a Lauren y abrió la puerta trasera.

    Sentado en el lujoso interior había un hombre que rondaría los setenta años.

    Era un viejo recio, macizo, alto, con el color de bronce viejo que los océanos dejan en la piel. Gozaba de una abundante cabellera gris que peinaba hacia atrás, dejando al descubierto su ancha frente surcada de arrugas. Sus pobladas cejas blancas enmarcaban unos ojos tan negros como el carbón, y, bajo ellos, la fiera nariz se torcía en el puente, como si se la hubieran roto en más de una ocasión. Sus labios, finos y apretados, apenas podían distinguirse bajo el canoso mostacho que caía por la comisura de su boca para acabar juntándose con las enormes patillas que tan de moda habían estado a finales del siglo anterior.

    El viejo se apeó, aferrando en su mano derecha un bastón con empuñadura de plata que daba la impresión de usar más como arma que por verdadera necesidad. Se irguió en toda su espléndida estatura y observó a la joven, de altura similar a la suya, que le hacía frente con arrogancia. En su rostro de profundas arrugas asomó un gesto de sorpresa y desdén.

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now