-Nunca he deseado tu muerte, hijo, ni la de tu madre -replicó Biel, apretando los puños para no montar en cólera ante el insulto dedicado a su pupila.

-¿No? Qué lástima, me he esforzado mucho porque así fuera. Creo que como mínimo deberías odiarme, pero claro, siempre has sido excesivamente decente y perfecto en los asuntos familiares. Dime al menos que me aborreces, me encantaría escucharlo, estoy muriéndome, ¿no puedes siquiera hacerme esa concesión?

-No te odio, Michael, nunca lo he hecho. Siempre he tratado de...

-Ya, ya. No me des sermones, no tengo tiempo para oírlos, y además me los sé de memoria: nunca es tarde para alejarse de los vicios, eres un buen hombre aunque no lo sepas, no tienes la culpa de haber caído en la depravación, nunca debería haberte dejado solo con tu madre... bla, bla, bla. ¿No te cansas de justificarme? -le preguntó con una sonrisa zaina que truncó un ataque de tos. Biel se apresuró a acercarse a él y pasarle un paño húmedo por la frente-. No hagas eso. Me aburres con tu fingida compasión, lo que quiero es tu odio, no tu bondad. Quiero que me detestes de la misma manera en que detestabas a mamá, de la misma manera en que te detesto yo. Pero mis esperanzas son vanas, mi muerte se acerca y con ella tu descanso. Ya no quedará nada que pueda mortificarte.

-Todo podría haber sido diferente entre nosotros si ella no... -El anciano se interrumpió negando con la cabeza, de nada servía repetir las palabras tantas veces dichas.

-¡No culpes a mamá! Ella era perfecta. Ojalá hubieras muerto tú en su lugar.

-No digas eso, Michael -susurró Camila, incapaz de mantenerse callada ante semejante atrocidad-. No debes desear la muerte de nadie.

-¿No? Te complaceré. -La miró malicioso-. No te deseo la muerte, me basta con que continúes lisiada el resto de tu vida.

-¡Michael! -gritó el anciano, aterrado por la crueldad que mostraba su hijo.

-No hay más descendientes. Conmigo desaparece el último vestigio de mamá, nada podrá herirte ya -farfulló Michael, volviendo al único tema que le importaba. Una nueva andanada de tos le hizo callar. Cuando habló de nuevo la sangre manchaba sus labios-. Su estirpe se extinguirá y eso te satisface. Aunque quizá exista una manera de solucionarlo. No me apetece verte feliz.

El capitán Jauregui negó con la cabeza, agotado de intentar ver en Michael una humanidad que nunca tendría. Su único hijo estaba tan maldito como su difunta esposa.

-¿Qué harías si te dijera que no soy el último, que tienes una nieta?

Biel levantó la mirada, aturdido, y observó al moribundo. Este sonrió.

-No, no estoy mintiendo. Hace tiempo engendré una niña con la puta más asquerosa que pude encontrar.

-¿Qué ha sido de ella? -preguntó el anciano con los dientes apretados.
No necesitaba preguntar si lo que acababa de escuchar era verdad. El único pecado que nunca había cometido Michael era la mentira. Adoraba demasiado mortificarlo con sus envilecidas hazañas como para ocultárselas.

-¿De verdad quieres saberlo? Piénsalo bien, padre. Si callo no sabrás nunca si esa niña vive o está muerta. Serás libre para dejar toda tu fortuna a Marc y a la lisiada, ellos seguro que hacen realidad tu sueño de tener un heredero adecuado. Pero si sigo hablando... ¿Serás capaz de ignorar lo que te cuente? ¿O buscarás a tu último descendiente a pesar de que tal vez sea aún peor que yo?

-¿Dónde puedo encontrarla? -susurró Biel con determinación.

-Oh, eres increíble, ni siquiera te planteas que pueda estar muerta -se burló.

-Si lo estuviera, tu cara no manifestaría la felicidad que muestra.

-No te equivocas. Está viva. La dejé al cuidado de la puta en la que la engendré... y ella la ha convertido en mi digna sucesora.

-¿Dónde puedo encontrarla? -reiteró Biel.

-Es una muchacha muy guapa, idéntica a mamá, tiene sus mismas facciones delicadas, sus manos de dedos largos y delgados, sus ojos verdes, claros como el cielo en un día de verano -dijo rememorando los rasgos de la única persona a la que había amado nunca: Montserrat Bassols, su madre.

-Dime dónde está -demandó el anciano, sus manos apretadas en puños.

-Antes dime lo que quiero oír -exigió Michael con una despiadada sonrisa.

-No puedo odiarte, eres mi hijo...

-Eso puedo solucionarlo -siseó Michael divertido al anticipar su última perversidad, la más cruel, la más aviesa, la que más daño podía hacer-. Tu nieta se llama Lauren y la última vez que la vi estaba en Las Tres Sirenas. No te será difícil encontrarla, tiene cara de ángel y boca de puta, o al menos eso afirman los que la han disfrutado.

-Eres un monstruo -afirmó Biel dando un paso hacia atrás. Se giró y caminó hacia la puerta dando tumbos. La mujer que había permanecido a su lado se acercó presurosa hasta él, y, abrazándole, le prestó su apoyo. Ambos abandonaron la estancia sin mirar atrás.

El silencio de la oscura habitación fue roto por la risa satisfecha del moribundo.

-Vayámonos, señorita Camila, él no merece su compasión -indicó el hombre que quedaba en el dormitorio a la angelical muchacha que negaba tristemente con la cabeza.

-No tiene mi compasión -afirmó Camila-. Pero sí mi compañía. Nadie merece morir solo -sentenció acercándose a la cama y tomando la mano del monstruo. Este se apresuró a zafarse de ella.

-Ni siquiera un ángel puede hacer cambiar a un demonio -suspiró Enoc sentándose.

-Pero sí puede hacerle sus últimas horas menos dolorosas -aseveró ella.

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now