1| Una sesión fuera de lo común.

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1| Una sesión fuera de lo común.

Esa fue una tarde lluviosa. A propósito me puse sólo una blusa blanca. Estuve corriendo en tacones por las calles hasta que dí con la dirección. Estaba nerviosa y temblando del frío. Entré al local mientras intentaba taparme del agua con mi bolso sobre mi cabeza. Rápidamente lo abrí para cerciorarme de que no se había regado el caramelo, por suerte todo estaba en orden. Me acerqué lentamente a la recepción, la señorita no notó mi presencia hasta que solté un casi inaudible «Buenas tardes» después de carraspear la garganta. Su celular y la burbuja de chicle sobresaliendo por sus labios eran más importantes. Comprensible. De todas formas no estaba aquí por ella, estaba aquí por él.

Había planeado hasta el más mínimo detalle de ese día, incluyendo el hecho de de que esa chica delante de mis ojos estuviera tan concentrada en la pantalla como para dejar de prestar atención a su al rededor.

—Tengo una cita a las seis y media con el señor Brownbear —dije con una pequeña sonrisa de lado. Aunque lo intenté no pude contener del todo mi emoción. «Hoy es el día».

—Ah, sí, señorita, por supuesto, permítame avisarle al psicólogo. —se apuró a llamar a su jefe— Señor, ya llegó su paciente, la señorita... —se detuvo a mirarme esperando por mi respuesta.

Estaba haciendo un poco mal su trabajo, debió preguntármelo desde un inicio pero tampoco la culpo. Ví el reloj dorado redondo en la pared, me hice la loca, estaba ganando algo de tiempo. Como mínimo un minuto.

—Oh, disculpe, estoy un poco ausente, la cita es para Lisa. —Observé una de las tarjetas de presentación como si fuera la cosa más interesante del mundo, cuando colgó, antes de que dijera nada la interrumpí: —Perdone, señorita, tienen más médicos en este edificio, ¿verdad?

—Sí, el doctor Gonzáles, nació y estudió gastroenterología en Cuba y la doctora Smith, ortopedista. Por desgracia ninguno se encuentra el día de hoy, solamente el psicólogo Brownbear. —Por supuesto, porque así lo quise—. ¿Le gustaría que le agendara una cita con alguno de ellos?

—No, pero muchas gracias señorita, así cuando necesite no tendré que ir a otro lado —le sonreí, dejé salir una risa inocente. Y también muy falsa.

—Perfecto, si gusta acompañarme la guiaré al consultorio del psicólogo. —la seguí por unas escaleras de mosaico rosa, igual que todo el suelo.

Era un edificio de dos pisos, más azotea y planta baja, empero compacto, cada piso era para un consultorio. Las paredes eran de diferentes colores, pero el último donde nos detuvimos y la recepcionista tocó la puerta sólo estaba pintado de blanco, igual el interior. Hora de ir preparando a mi bebé. Un artefacto completamente inventado por mí. Mi máquina con forma de bichito, del tamaño de mi mano podía desplegar una cinta metálica hacia sus lados para bloquear la anchura y altura de lo que fuera que tuviera en frente, dentro de un área cuadrada limitada, claro. No me preocupaba, lo creé específicamente para la ocasión. Lo dejé pegado en la puerta en un lugar no tan visible.

Un hombre muy guapo nos recibió.
Saludó a la chica secretaria y me invitó cortesmente a pasar. Tan profesional. Sexy.

En cuanto puse un pie dentro del consultorio me apresuré a analizar todo. Puerta blanca semi abierta con dibujo femenino y masculino, era el baño. La ventana, grande con cortinas oscuras ubicada en la pared frente al baño. Una mesita de vidrio con base de hoja de palma en medio. Un sofá cama púrpura de tres espacios, que se notaba era nuevo, acomodado dándole la espalda a la ventana. En frente del sillón, una silla que parecía más una amaca con cojines, una amaca azul que colgaba del techo, era para una sola persona. Dos plantas que no supe reconocer, cada una en una esquina de la pared, debajo de la ventana.

¿Porqué tanto azul y colores fuertes? ¿Se sentía inseguro o quería hacer sentir fuertes a sus pacientes?

—Gracias, Claire, es la última en la lista, ¿verdad?

—Sí señor.

—Muy bien, gracias, puedes retirarte.

Él entró por completo cerrando la puerta y me sonrió. Que bonitos labios. Carnosos, perfectos para ser mordidos.

—Discúlpeme señorita Lisa, no suelo hacer esto, pero me temo que la haré esperar un poco más, necesito pasar al sanitario. Con permiso.

—Propio —respondí serena.

Obviamente, eso también fue parte de mi plan. Distinguí el sonido de la cadena siendo jalada en el retrete y una conocida caída de agua, luego silencio y la manija girándose.Con mi dedo pulgar listo en aquel botón escondido al interior de un labial falso comencé una cuenta regresiva mental. 7, 6, 5, 4, 3... 2... 1...
La puerta del despacho se abrió abruptamente, fingí sorpresa, Brownbear se acercó a la pequeña chica pecosa.

—Claire ¿qué sucede? ¿te encuentras bien? —estaba notoriamente alterada, su frente sudaba y su respiración irregular denotaba la poca estabilidad que le quedaba. Bien. Muy bien.

—Lo siento muchísimo, jefe, tengo que irme, mi... Mi hermano... Él acaba de chocar, me llamaron del hospital y...

—Está bien, puedes irte, sólo cierra cuando te vayas, tómate todo el tiempo que necesites, mantenme informado —él estaba preocupado. Que lindo. Inocente. Tierno. Claire, simplemente asintió y corrió como si se le fuera el alma, supongo que realmente amaba a su hermano. Pero él estaba bien, sólo era un bonito peón más en mi tablero, así que no sería nada relativamente grave.

Aún así, yo era buena actriz y debía mantener mi papel, al menos por unos minutos más: —Oh, mi... Espero que su familiar se encuentre bien. —dije con el rostro más angustiado que pudo salirme.

—Ojalá... —susurró, yo sabía que él estaba interesado en ella, no era impedimento para seguir con mis planes, aún así, una parte de mí sintió celos efímeros—. Por ahora quiero disculparme por esta situación desafortunada, señorita, nunca me había pasado, le prometo reponer el tiempo perdido, si gusta, podemos empezar ahora. —sin culpa oprimí el interruptor que activaba todas mis trampas, mi lindo bebé, mi bichito, previamente había preparado una también en la ventana, solo por si acaso.— Soy el psicólogo Rayan Brownbear, es un placer conocerla.

Mis labios se estiraron hasta mostrar algunos dientes frontales y correspondí su saludo de mano.

Tomé asiento en el sillón y puso seguro a la puerta. Ya comenzaba la primera sesión.

 Ya comenzaba la primera sesión

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Propiedad de M. C. García.

Mi sexy psicólogoWhere stories live. Discover now