Un cielo despejado

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Luego del café, se despidió de Daniel agradeciéndole su atención y prometiendo volver a visitarlo algún día. Escaparse de su eterna morada y cambiar de aire, le había sentado bien. Sin contar, con la intervención de su esposo. "¿Pero qué diantres quería?" se preguntó. Si él planeaba arreglar las cosas, debería hacerlo con amor y no con un acto de posesión, como acostumbraba en todas sus reconciliaciones.

Al volver al Monte Olimpo, lo encontró ocupado en cosas sin sentido y fingiendo que no había bajado a la tierra. Ella decidió corresponderle y ser todavía más indiferente. Jugaría con sus cartas y ganaría esta partida, lo había decidido.

Esa misma noche, lo sintió escapar de nuevo y fue a seguirlo, pero esta vez lo encontró en un claro de luna, a la orilla de un lago. Él se convirtió en un hermoso pájaro y comenzó a cantar una canción de amor que ablandó el corazón de la diosa.

Con cada compás, ambos se fueron acercando. Paso a paso, nota tras nota, sus corazones fueron sincronizándose de nuevo. El animal volvió a su imponente forma original.

—Estuve pensando mucho en nuestra discusión —confesó mientras el cielo se llenaba de estrellas fugaces—. Así de rápido pasan las rosas, las amantes y toda mujer que no sea mi esposa. No puedo evitarlas, pero puedo asegurarte que eso es lo que son: fugaces.

Hera trató de endurecer el gesto y no sucumbir a las emociones.

—En cambio tú, amada mía, eres el cielo... nublado, tormentoso, furioso, gris, azul y a veces tan claro. Eres la espina que me hace sangrar de amor. El arbusto que ha plagado mi corazón y no puedo arrancar por más que lo intentemos. Lo nuestro es así, predestinado, infinito, sin principio ni final. Te amo con tus nubarrones oscuros y todas tus profundidades —Le acarició la mejilla y ella se dejó.

—Un cielo sin estrellas no es posible —declaró la diosa.

—No lo es, pero las estrellas son muchas y el cielo es uno...

No terminó la frase que ella lo abofeteó. Zeus se tocó el rostro adolorido y la miró sin comprender.

—Nunca me cansaré de cazar tus astros fugaces... Ojalá todos ardan en fuego y llanto.

Estuvo a punto de darse vuelta cuando él la tomó de la mano para apoyarla en su pecho. Su corazón inmortal latía con fuerza.

—Este es mi amor por ti. No lo rechaces —imploró.

Era la primera vez que lo veía en una posición tan vulnerable. Allí parado, exponiendo lo más frágil de su ser, y dejándolo a merced de su voluntad. Hera lo miró de pies a cabeza tratando de ordenar sus ideas. En una situación así no podía dejar de ser racional, tenía que apegarse a su plan.

Antes de lo previsto una sonrisa se asomó por sus labios, delatando sus intenciones. Miró al cielo y vio cómo las estrellas habían cesado su carrera.

—Se pronostica un cielo limpio y despejado por los próximos trescientos años —decretó ante la mirada asertiva de su esposo—. Con nula probabilidad de lluvia de estrellas o cualquier tipo de astro femenino. Si eso sucediera, el cielo hará temblar la tierra y la cúpula celeste—amenazó con el mentón levantado.

Zeus sonrió y asintió, llevando la mano de su amada desde su pecho hasta su rostro. La pasó por sus ojos, su nariz, sus labios. Luego cortó la distancia y la miró a los ojos para ver el reflejo de su deseo en los de ella.

Los dioses se fundieron en un abrazo y consolidaron su matrimonio como lo hicieran en su luna de miel. Con pasión, amor y respeto hacia el otro. La llama del deseo se avivó, llenando la morada de los dioses de una energía distinta y purificante.

Vivieron felices y plenos por... casi trescientos años.

Cada vez que hay lluvia de estrellas, se dice que Hera sale a la caza y Zeus duerme con el perro. Incluso la luna suele esconderse tras las nubes. Mira el cielo ¿qué ves?


Terapia de pareja (Entre Dioses)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora