Que nadie intervenga

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“El corazón necesita llenarse de alegrías o de dolores; unas y otras lo alimentan; lo que no puede soportar es el vacío.” Jean Baptiste Alphonse Karr

Es sabido que los matrimonios no son cosa fácil para las personas que habitan la tierra, pero tampoco lo son para los dioses del cielo y el Monte Olimpo. Así es como un día, cansados de observar a los hombres desde su eterna morada, los inmortales comenzaron a buscar nuevas formas de entretenerse para pasar el tiempo.

Todos se sentían relegados, cansados de mirar cómo el mundo se olvidaba de quienes antes fueron el centro de sus vidas. Hace siglos que nadie les ofrecía alguna hecatombe para lograr su favor o interpretaba sus presagios. La gente pasó a adorar a un único Dios, y ellos vieron cómo lo impusieron a la fuerza para mucho tiempo después, olvidarlo de a poco, por inercia. Al principio festejaron, pensaron que como un ciclo se cerraba, era su turno de volver a gobernar. Pero nada estaba más lejos de lo real. El mundo se olvidó tanto de su Dios como de sus Dioses, salvo algunos cuantos que eran la excepción. Una minoría incapaz de alimentar su voraz apetito a base de oraciones y sacrificios voluntarios.

Desde el Monte Olimpo, vieron con dolor cómo los hombres se mataban entre ellos, ofreciendo grandes hecatombes al ego de algún dictador. Ciegos, iracundos y manipulables. Así los vieron desde arriba y creyeron que era hora de quedarse en su morada, el único espacio en el mundo que lograba recordarles los viejos y gloriosos tiempos; el único que podía salvarlos del olvido y las telarañas de la indiferencia que amenazaban con sepultarlos como a tantos otros.

Un buen día, Afrodita apareció con un libro que había traído de la tierra. Se paseó durante varios días mientras lo leía y comentaba con los demás.

—¿Así que eso es lo que llaman BDSM? —preguntó Hera, ingenuamente mientras conversaban de la literatura actual.

—Nada nuevo —comentó la hija de Zeus—, aunque debo admitir que usan elementos muy curiosos. Cuando quieras experimentar, te consigo alguno.

Hera no respondió. Creía que con cada palabra se hundía más, y quería mantener la fachada de que todo estaba bien entre la Reina y el Rey de los dioses.

Por otro lado, había logrado, de tanto aburrimiento, lograr una convivencia más que amena con Afrodita. Y aunque ésta no lo decía en voz alta, era claro que trataba de ayudarla a superar la mala racha matrimonial.

Un buen día, o mejor dicho noche, Hera vio como el cronida se escabullía del lecho amoroso por tercera vez en la semana. Fingió estar dormida y luego se incorporó para seguirlo. Lo vio ingresar a un edificio lujoso y tomar el mismo ascensor que una joven mujer. No era la primera vez que lo observaba visitar ese lugar, y los celos, hasta ahora controlados, se extendieron por todo su cuerpo como la ponzoña de una víbora.

No ignoraba que el Crónida continuaba teniendo aventuras, a pesar de que decía odiar las nuevas modas y figuras femeninas: chatas y sin curvas, con ropa “estridente”.  Tampoco se le escapaba la existencia de algunos hijos bastardos, la mayoría de ellos famosos o con dinero. Pero ya no les daba caza como antes. Los veía sonreír a la cámara, posar en campañas de ropa interior, triunfar en las artes y los negocios. Había decidido ser diferente, más tolerante. Pero esa resolución duró lo que un parpadeo al verlo escapar sin el menor cuidado de disimular.

Desde la ventana, los vio hacer el amor repetidas veces en la misma noche. Zeus desbordaba pasión; cosa que no hacía con su esposa últimamente. Hera frunció la nariz con desprecio y sintió, como tantas veces, el deseo irrevocable de tomar venganza.

“Él se lo buscó” murmuró mientras se alejaba y volvía al Monte Olimpo para que no se notara su ausencia. Se sentó a maquinar lo que horas después habría de ejecutar, no porque lo necesitara sino que así le resultaba doble la satisfacción. Gozaba de imaginar su venganza y aún más al verla suceder. Sabía que no era correcto, no era una insensible, pero por más triste que resultara, sus emociones más intensas las experimentaba cuando le llevaba la contraria a su marido destruyendo sus andanzas contra el matrimonio que le había ofrecido. Después de todo era su culpa, nadie lo mandó a seducir a su hermana y engañarla bajo la apariencia de un débil y encantador cuclillo.

Terapia de pareja (Entre Dioses)Where stories live. Discover now