—Quiero hacerte tantas cosas que me da miedo que pienses que soy un pervertido —se sinceró y Castiel se estremeció por la anticipación.

—Pues tal vez estoy en la misma situación —susurró aun más ronco que de costumbre Castiel.

—Cuando salgamos de la oficina —él iba a protestar porque la erección que tenía en esos momentos ya era dolorosa y no quería pensar en la tortura que sería esperar hasta que el horario de oficina terminara—, iremos a mi casa y allí te demostraré lo que siento por ti.

Y antes que Castiel dijera nada, Dean maliciosamente frotó su erección contra la de él sacándole a ambos un gemido que estaba seguro que todo el edificio lo había escuchado. Mordiéndose el labio, intentó controlarse y muy a su pesar, se alejó un paso de Dean.

—Sabes conozco al dueño de la oficina...

—No —respondió riendo, Dean—, tenemos obligaciones y además, quiero avanzar todo para que mañana podamos faltar.

Castiel se quedó sin aliento.

—Faltaremos mañana...

—Claro —la afirmación de Dean era una promesa—, porque no tengo intención de obligarte a trabajar cuando no te voy a dejar dormir en toda la noche.

—En toda la noche —repitió atontado Castiel y Dean sonrió más amplio mostrándose engreído y muy satisfecho con la reacción de él.

Ahora fue Dean quien retrocedió dos pasos, para respirar profundo y fue a sentarse a su escritorio intentando dar la apariencia de estar serio, pero fallando miserablemente al no solo cerrarse la camisa y acomodarla en su pantalón, sino porque se acomodó su erección de forma tan evidente que Castiel soltó una risotada.

Dean le levantó una ceja y luego rio.

Comprendiendo que debían trabajar. Tomó un par de respiraciones intentó simular su nerviosismo y excitación y salió aprisa de la oficina de Dean o con toda seguridad lo atacaría sin importarle que Catarina estuviera al otro lado de puerta.


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La hora del cierre había llegado tortuosamente lenta.

Castiel estaba parado frente a Catarina quien le sonreía y ella le guiñó un ojo, suponiendo que le daba su bendición a lo que él y Dean habían comenzado. En todo él día ella estaba con un sonrojo cuando los veía juntos y aunque ellos solo trabajaban, le dio la impresión que para ella, ellos estaban de nuevo en una escena romántica. Sonrió cuando ella le sonrió en complicidad,  tomó su cartera y se preparó para salir. 

En cuanto Dean salió de su oficina, serio, pero era evidente que estaba inquieto se enrumbaron juntos al elevador. Los tres bajaron en el aparato y se despidieron en el estacionamiento de Catarina y de algunos trabajadores más que estaban a punto también de ir en sus coches. Castiel se subió al auto de Dean y juntos se fueron en un relativo silencio por todo el camino. Al llegar a la casa de su amigo, bajaron y al entrar fueron recibidos por un efusivo perro que no dejaba de brincar cómo si él supiera que ahora ambos estaban juntos.

Al menos, eso quería creer él.

Dean reía y acariciaba a su perro, mientras Castiel dejaba su maletín sobre la zapatera de la entrada y colgaba su gabardina y el saco en el perchero. Se desajustó un poco la corbata y esperó pacientemente a que el perro se calmara, aunque parecía que eso no sucedería muy pronto si se guiaba por el hecho de que ahora el perro estaba en el suelo mostrándole la panza a un Dean que, para su gusto, se estaba dando demasiado tiempo acariciándolo.

El vacío que llenasWhere stories live. Discover now