Capítulo 8

152 23 7
                                    


Castiel entró a su casa y después de saludar a Meg dejó que ella se peleara con Gabriel mientras iba a su habitación para cambiarse el traje por una ropa mucho más cómoda. Una vez que salió, vio a Gabriel y a su gata no con la típica expresión de disgusto sino más bien como si ambos hubieran estado teniendo una conversación seria en la cual, le pareció ver que Meg asentía con la cabeza a lo que su amigo le decía en voz muy baja. Eso hizo que se detuviera un momento y los mirara sin creer lo que le pareció haber visto.

Su gata al verlo, siseó a su amigo y se subió a su centro de entretenimiento para gatos y desde la altura se echó y los ignoró como si ellos fueran lo menos interesante en el lugar. Gabriel parecía que estaba viendo una revista, pero lo conocía demasiado bien para saber que estaba fingiendo.

— ¿Qué te traes con Meg?

—Yo no me traigo nada con esa sarnosa —respondió a lo que le trajo un siseo que más parecía a un gruñido de algún felino mayor.

Sin querer detenerse en lo que fuera que ese par se trajera entre manos y patas, fue a sentarse al lado de Gabriel mientras este dejaba a un lado la revista que no había estado viendo.

— ¿A qué hora debes estar en la clínica mañana?

—Pedí que fuera lo más temprano posible, porque quiero que todo se haga lo más pronto.

—Castiel, y no has pensado en la adopción...

—No, si tengo la posibilidad de poder concebir, ¿por qué negarme ese privilegio que por tanto tiempo solo las mujeres —y no todas— podían lograr? Quiero pasar por la paternidad de esta forma, quiero algo que sea realmente de mí, pasar por todo el proceso en carne propia... —hizo un pausa para añadir con voz algo desesperada— no sé cómo explicarte lo importante que es para mí este procedimiento.

Ambos se quedaron callados por un largo rato.

A fuera, en la calle, pasaba una banda de chiquillos que cantaban a pleno pulmón una canción pegadiza y mientras los canticos y las risas se iban alejando, Castiel podía escuchar como los engranajes del cerebro de Gabriel marchaban a toda máquina, buscando una manera de disuadirlo.

Si bien su amigo podía apoyarlo en esta nueva cruzada, era obvio que no estaba de acuerdo.

—Castiel, no quiero que pienses que no me gusta la idea... de acuerdo —dijo haciendo un gesto para que lo dejara continuar al ver que él iba a decir algo—, tal vez, no me guste, lo acepto, pero sabes que estoy aquí para ti en todo momento y si eso es lo que quieres yo te apoyaré por completo.

—Gracias.

—Ahora, sobre Dean... —habló Gabriel, pero Castiel estaba harto que quisiera evitar que sean amigos y al soltar un fuerte quejido de protesta, de pronto Meg había saltado a su regazo casi soltándole el aire.

—Oye, sabes que no me gusta que saltes de esa forma —Protestó Castiel casi sin aire, pero aun así acariciando su pelaje, haciendo que la muy ladina solo se enroscara y ronroneara fuerte con los ojos cerrados.

—No quiero pelear, Castiel, solo quiero que sepas que no pondré objeción a tu amistad con él.

—Gracias —respondió con sarcasmo y Gabriel le sonrió—, entonces te parece si lo invitamos a almorzar...

—No exageres —y antes que él pudiera protestar por su hipocresía lo cortó diciendo—: no te he visto en días ¿y ya quieres que haya otra persona que me robe tu atención? Vamos, serafín, al menos dame un margen de algunos días para acostumbrarme a la idea de compartir tu amistad con ese... con Dean.

El vacío que llenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora