Primera Parte: Que hablen ellos

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"Mares y cielos de mi sangre tuya navegamos los dos. No me despiertes. No te despiertes, no, sueña la vida".
Manuel Altolaguirre.





1
Melissa Suárez, nueva admisión

El día que llegué al Hospital Rossevelt fue el día más placentero de mi vida. Lo primero que pensé, cuando el médico me explicaba que debía acudir a aquel instituto para mejorar mi actitud y la calidad de mis acciones, era que realmente por fin después de tanto tiempo podría ser completamente feliz.

Aquella mañana había tomado doce pastillas verdes que saqué con sumo cuidado de su empaque y me encomendé a Dios, y juro que sí lo había hecho, para que todo saliera bien.

Inmediatamente de ingeridas sentí un fuerte ardor en la garganta y la parte superior del estómago. <<Tú puedes, Melissa>>, me repetí cuando el dolor se elevaba en mi interior y quemaba toda mi boca, finalmente. Debo aclarar que aquella tortura dió paso a una sensación de desasosiego. Mi visión se tornó borrosa por momentos y para cuando me encontraron en el lavabo de la habitación ya había convulsionado en un par de ocasiones.

Claro que aquello no estaba previsto. Era la sentencia a todos los errores que había cometido en el pasado y por muy duro que fuera la realidad, no había vuelta atrás. Sin embargo, yo sabía lo que iba a pasar porque lo había leído varias veces en Google, y era eso o perdería la batalla. Por tanto, lo hice. Tomé los riesgos. Me enfrenté a un destino inexorable para mí. Y me consumí...


El doctor agarró un papel y lo blandió con estilo dictatorial y lo entregó a una chica delgada cuyo rostro no podía observar claramente en medio de la bruma.

-Aquí tienes -dijo entregándole la hoja.

La joven asintió y salió muy deprisa de la habitación.

Para ese momento ya mis ojos podían observar el entorno. Un largo tubo metálico sobresalía de la cama donde yo permanecía conectada con una solución amarillenta a mi delgado brazo derecho. Mi cabeza parecía ser presionada por una prensa y el dolor era insoportable.

Pero amaba el sufrimiento. Siempre había sido así, ¿no?.

-Ya ha despertado -Confirmó el médico con voz firme.

Escuché un movimiento fugaz detrás de mí pero no veía qué o quién lo había provocado.

Tenía un extraño palpito en mi fuero interno. Y eso no me gustaba, en lo absoluto.

-Doctor Crawford, ¿Está seguro que se pondrá bien? -preguntó una ansiosa voz.

Fue justo en ese momento cuando mi corazón latió desbocado al momento en qué lo reconocí. Marcus. ¡Oh, no! ¡Se supone que no debía estar aquí!

-Calma, Marcus. Todo a su tiempo -respondió el médico y se aproximó a mí. Aunque podía notar su presencia, su cuerpo y hablar no se parecían en nada al doctor Crawford. <<¿Estaría alucinando?>>. Me pregunté recordando los efectos del abuso de medicamentos psicotrópicos que había consultado en la internet.

De pronto, alguien comenzó a llorar. Alguien tenía mucho miedo de todo lo que se avecinaba y sin duda temía por el futuro de su vida.

Y fue en ese instante que noté el líquido rozar mis mejillas y comprobé, de un modo duro, que era yo la que lloraba.

Me maldije por lo bajo. Sabía que debía haber tomado más pastillas aquella mañana...

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⏰ Last updated: Oct 17, 2021 ⏰

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&quot;Sangre incolora&quot;, por Jean VicentWhere stories live. Discover now