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Sentado en una gran roca, rodeado de sauces llorones por los cuales llegan unos cuantos rayos de luz solar que se reflejan en su rostro, ahí se encuentra mi novio. El hombre más bello de todos.

Lo conozco desde que el tiempo es tiempo, y aun así, soy incapaz de no quedarme embelesado al mirarlo.

Podría escribir una docena de poemas tan solo sobre sus ojos y centenares acerca del amor que siento por él.

Por eso, cuando vi estas rosas blancas en un jardín, no pude detenerme de tomarlas. Esas flores impolutas, de un color tan puro como la nieve recién caída, me recordaron a mi amado.

Las arranque con suma delicadeza y con ellas formé un ramo. Decidido a reglárselas.

Camino en su dirección, en un sendero de hojas caídas, que crujen bajo mis pies y notifican al otro único presente sobre mi llegada.

Esboza una dulce sonrisa. Deja su asiento y se aproxima para abrazarme. Desliza sus dedos suavemente por el filo de mi rostro.

-Me alegro tanto de verte.

-Igual yo.

Tras responder, saco las rosas, ocultas tras mi espalda. Las coloco contra su pecho, y noto un gesto de sorpresa en su expresión.

-Son preciosas...

-Por eso me recordaron a ti. Tan hermosas. Con la capacidad de ponerte en un trance de sentimientos: calma, tranquilidad... ¡Paz! Al observarlas encuentro en ellas una fuente de paz, entre todo el caos que me rodea.

Sostengo una de las flores y la coloco en su cabello. Unos cuantos pétalos caen, enredándose en algunos mechones de su pelo.

Vuelve a refugiarse en mi pecho. Pasa uno de sus brazos por mis hombros. Hago lo mismo.

-¿Soy como una rosa blanca para ti?

¿Sabes que otra cosa tienen las rosas sin ser hojas, pétalos y un exquisito aroma?

-¿Qué cosa?

-Espinas. Su encanto podrá cegarte, pero si la manipulas sin cuidado, ellas pueden dañarte.

Percibo un objeto frió en mi cuello, el cual clava su filo en mi carne. Segundos después, el frió desaparece y solo hay calor. Una cascada de un líquido caliente deslizándose por mi nuca.

Toco el lugar donde antes se encontraba esa sensación gélida y mis dedos se manchan de un líquido carmesí: sangre.

Miro a mi enamorado. Sostiene una navaja diminuta en su mano derecha, en la cual gotea el mismo líquido.

El mundo da vueltas. Intento caminar, pero caigo al suelo.

-¿Por qué me apuñalaste...?

-Quería detener tu corazón. Secarlo, hasta sacarle la última gota de sangre. Al igual que tú con el mío. Conozco tu secreto. Me engañaste. No solo una o dos veces, miles. Este es tu merecido.

-¡Nunca he hecho eso! Te amo con locura, ¿Me crees capaz de traicionarte? ¿Cómo se te ocurrió una idea tan disparatada?

- Conozco a las perfección tus actos. Cuando, con quién, como... Más detalles de los necesarios. Yo te amaba. Todavía lo hago, y créeme, esto me duele más a mí.

Tira las rosas. Estas se vuelven rojas al ser teñidas por mi sangre. La paz, arruinada por la desconfianza y la sospecha de traición. Que poéticamente deprimente es esto.

- Te lo suplico, confía en mí. Digo la verdad.

- Lo juro, no quise creerlo. Pero lo vi con mis propios ojos, y ellos no pueden mentirme.

Trato de levantarme. Fallo. No tengo fuerzas. Mi vida está siendo drenada, y no puedo detenerlo.

-Desconozco la escena que supuestamente has visto, pero puedo asegurarte que no es real.

-¡Mentiras! ¡Eso es lo único que sale de tu boca!

Gira y se marcha, en silencio. Mientras camina, digo, desesperado, con un hilo de voz.

-¡Cariño! ¡Por favor, vuelve!

Me estremezco, revolcándome en donde pronto será mi lecho de muerto.

Cada uno de los momentos que viví junto a él se proyectan en mi mente.

Cuando nos conocimos... Nuestra primera cita... El primer beso...

Ahora son simples recuerdos de un moribundo.

Unas lágrimas cristalinas recorren mis mejillas. Gimoteo. Un poco por estar a punto de morir desangrado, otro poco porque mi verdugo ha sido quien menos esperaba: el amor de mi vida.

Historias cortasWhere stories live. Discover now