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Raoul siempre ha oído hablar maravillas de las playas de Tenerife. Al fin y al cabo, él se lo buscó al acercarse el primer día de universidad a la única chica canaria de toda la carrera para convertirse posteriormente en su mejor amigo. Y es que Ana es así. Mitad humana, mitad mar. Razón por la cual el catalán ha tenido que aguantar durante tres años las quejas de la chica respecto a lo sosa que es Madrid sin un grano de arena y ni una sola gota de agua salada.

Es por eso que, en cuanto ambos finalizaron el tercer año de carrera y Ana le invitó a pasar el verano en su tierra, Raoul no dudó ni un segundo en aceptar. Tenía que saber qué tienen las playas de Tenerife para tener a su amiga tan embelesada.

Por eso mismo se encuentra en estos momentos con el culo pegado a un asiento de avión a punto de despegar.

—¿Te encuentras bien, mi amor? —Pregunta con su voz más dulce la amiga del rubio, a sabiendas de que al chico no le hace mucha gracia volar y realmente agradecida por el gesto al hacerlo en parte por ella.

—¿Cuánto has dicho que duraba el viaje? —Pregunta Raoul sintiendo como una gota de sudor frío se desliza a lo largo de toda su espalda.

—Tres horitas —tuerce los labios Ana, a la par que deja una sutil caricia en el dorso de la mano del catalán.

—Bueno... no es tanto. —Suelta un suspiro de angustia que poco tiene que ver con el optimismo que pretendía desprender la frase—. Las clases de Derecho de la Información eran más largas y hemos sobrevivido, ¿no?

—Más o menos —ríe la chica más calmada al ver que al contrario le quedan ánimos suficientes para bromear.

—No ayudas, amiga.

—Perdón —vuelve a reír la morena, tendiéndole esta vez la mano—. La voy a dejar aquí todo el viaje, ¿vale? Si la necesitas la agarras, si te agobia la sueltas. Mi mano es tuya, Ra.

—Gracias —afirma sincero el chico, tomando la palabra de su amiga y agarrando la mano al segundo.

—No las des —le besa la mejilla antes de darle un suave apretón en la mano—. ¡Y ahora a disfrutar, hombre, que nos vamos al paraíso!

🏖️🏖️🏖️

Aterrizan en Tenerife sobre las seis de la tarde. Raoul insiste en esperar al día siguiente para visitar la playa, pues prefiere recuperarse del viaje en casa de Ana mientras deshace la maleta y organiza todas sus cosas. Sin embargo, ella se niega argumentando que no es que quiera, es que necesita ver su mar, sabiendo que, si le pone esos ojitos, su amigo no puede negarle absolutamente nada.

Y así es como, a las seis y media, se encuentra Raoul a sí mismo viendo por primera vez el mar que tantas veces ha oído alabar.

El rubio tiene pensado llevarse la confesión a la tumba, pues no piensa darle el gusto a Ana, pero viendo la paz que desprende la imagen que tiene delante, entiende todas y cada una de las palabras que su amiga le ha dedicado a esa playa.

—¿Nos ponemos aquí, Raoul? —Pregunta la chica tendiendo su toalla en el suelo.

—¿Para qué preguntas si ya lo has hecho? —Ríe él imitando su gesto.

—Educación —se encoge de hombros ganándose una peineta por parte del contrario—. ¿Qué te parece?

—Te lo diré cuando me meta en el mar —pretende ganar tiempo el catalán solo por el mero placer de hacer rabiar un poco más a su amiga.

—Mira la bandera a ver cómo está y si quieres entramos ya —pide Ana mientras rebusca en su bolso la crema solar.

—Vale.

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⏰ Última actualización: Aug 30, 2021 ⏰

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