𝘜𝘯 𝘦𝘯𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰 𝘪𝘯𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘥𝘰

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¿Eh?

Una sensación fría recorrió las plantas de mis pies. Algo húmedo como... ¡Agua!

Mi madre también se percató y se acercó de manera intimidante con un zapato en la mano.

Fui corriendo al baño a cerrar la llave, en mi apuro y por tratar de esquivar el zapato volador, resbalé y caí directo en la bañera, provocando un tsunami de dimensiones catastróficas que inundaron todo lo que encontraron a su paso. El agua se desparramó por todo el baño y por fuera de él. La mitad de mi cuarto quedó empapado.

Quedar como un clown es mi pasión.

Solo yo podría quedar como un clown y bañarme al mismo tiempo.

—Levana, sal antes de que te mate —amenazó mi madre con voz angelical —. Sabes que tengo que ir a trabajar y me das más cosas que hacer.

—¡Perdón! —grité desde el baño.

Salí del baño y me vestí. La blusa me quedaba demasiado suelta y grande, por eso siempre la llevaba sobre la falda. La directora ya estaba tan cansada de llamarme la atención que se había dado por vencida, aunque en ciertas ocasiones la arreglaba por iniciativa propia. A veces sueño con ella, es muy gracioso. En mi sueño, ella normalmente es una banana gigante y yo una pequeña uvita que rodaba por su vida.

Bajé las escaleras y recogí mi mochila, me despedí de mi madre antes de que me cayera alguno de sus golpes, y salí corriendo de ahí. La estación de metro se encontraba a una calle de mi casa.

Me adentré en la estación, mientras caminaba de prisa. La estación de París era casi idéntica a la de Londres, tenía años de antigüedad mezclados con tecnología de última generación. Era un choque de generaciones. El reloj empotrado en la pared de la entrada indicaba la hora. Debajo de él, el horario de los trenes estaba ubicado.

El subterráneo se demoraba unos cinco minutos en pasar. Me aburrí y saqué mi teléfono; ya saben, para leer en Wattpad.

Rebuscando, encontré un libro que particularmente llamó mi atención: se llamaba "Si el amor muriera". Lo guardé en mi biblioteca para después descargarlo.

Escuché el traqueteo del subterráneo acercándose. Lo vi asomarse por entre las vigas que se alzaban al inicio de las vías ferroviarias, este era como todos los demás, azul en las puertas, blanco en los vagones y los extremos, rojos.

Recargué mi mochila sobre mis hombros y me acerqué a la puerta del tren, esperando a que abrieran y me dejaran entrar.

La gente se amontonó para poder hacerlo. Una señora obesa me hizo rebotar contra ella, felizmente aterricé sobre algo blandito.

«¿Algo o alguien?» dijo Fuffy en mi mente.

Mierda.

Miré abajo y ¡Oh mama mía! Debajo de mí, un chico con rasgos asiáticos se encontraba viéndome de manera incómoda y de alguna forma, suplicándome con impaciencia que me levantara. Sus ojos verdes me estudiaban, no como analizas a una persona sino, a un libro. Le devolví la mirada y la mía fue aún más intensa que la de él. Volteó su vista, sonrojado, y me paré. Traté de ayudarlo, pero él solo avanzó y se fue. Me quedé viéndolo hasta que desapareció entre la gente que entraba al vagón del tren.

Ese chico tenía mejor piel que yo. Sin poros abiertos, sin granos. Gracias, Dios; gracias por hacerme tan fea.

Me quedé hipnotizada. Si él me hubiera pisado la cara, yo estaría más que feliz.

Lamentablemente, cuando salí de mi trance, el tren ya se había marchado junto a mi sentido común y mi dignidad.

Esperé otros cinco minutos hasta que apareció el próximo tren, subí y recé por llegar a tiempo a la escuela. Por las bocinas del metro, una voz femenina anunció la llegada del tren a mi destino deseado y descendí alocada por miedo a pasarme de estación.

Amor de subterráneoWhere stories live. Discover now