Capítulo 2: El sistema apesta.

308 65 332
                                    

Apestaba a crotolamo.

Hamlet.

Por mi ventana, a través de el cristal, las piedras intentaban tronarlo. Eran pequeñas, le tomaría tiempo causarle grietas o matarme. Me limité a mirar al extraño que se quejaba sobre no haber pasado la audición, yo por otro lado, solo terminaba de peinarme con parsimonia frente a él, sin entender un carajo de lo que gritaba.

—¡ESTAFADOR DE MIERDA! —Clamó tan fuerte que pude entender aún a la distancia.

Exagerados, se pasan de rosca.

—Saldré por atrás. —Suspiré, dando media vuelta.

—DAME LA CARA, PINCHE PUTO.

—IMBÉCIL, TENGO CÁMARAS EN TODOS LADOS. —Pegué el grito, sacándole el dedo medio antes de regresar con más fuerza al pasillo.

Las personas se esforzaban de forma patética pensando que si me gritaban por 24 horas seguidas me vería obligado a ser compasivo, bajar, darles otra oportunidad en la que triunfarían y serían los protagonistas de una triste y mugrosa sitcom. Sí era productor, pero no de esa clase, las sitcom me daban asco.

Tomé mi casco antes de bajar las escaleras de el apartamento. Me oculté en lo profundo de el estacionamiento mientras pensaba si subirme a mi carro o irme en la motocicleta. La última vez que traté de sacar mi vehículo con un loco esperándome afuera se paró al frente con la intención de que lo atropellara.

Mastiqué un dulce chicloso que cargaba en la mochila, metí la basura entre mis zapatos y me dejé caer el casco sobre la cabeza. Llevaría la moto.

Los gritos de el exterior se habían detenido. Pero el momento en que ajusté la velocidad le dio tremendo susto. El estacionamiento era de cuatro departamentos, por el casco no se percató de quién era, así que evité reaccionar cuando me llamó imbécil por casi arrollarlo.

Traté de respirar mientras traqueteaba por la avenida, el casco se empapaba por mi aliento y los rayos de sol que se reflejaban en él. Me sentí sofocado con el traje debajo, tenía un día ocupado así que mi plan no era moverme de esa forma, pero tampoco podía permitir que me acorralaran.

Me era fácil empatizar con el deseo de despedazar vivo a alguien para poder caminar sobre él, pero que me vieran de esa forma no era justo. Cerrar oportunidades por trabajo no era suficiente para que me tacharan de cruel. Y acusarme de estafador era solo auto-engaño tras un retrovisor dañado para evitar ver sus propios errores. Las cosas no eran tan fáciles.

Pero quien no tenía la fuerza mental para un concurso, no merecía haberlo intentado con un trabajo en el que ni creía, por considerarlo mediocre.

No sé que está pasando. Que todo está al revés. —Tarareé la canción de el vehículo a mi costado—. Que tú ya no me besas, tal como ayer.

Esperé en el semáforo mientras llevaba el ritmo con mis dedos, sentí mi casco más pesado pero seguí moviendo la cabeza para mantenerme animado. Necesitaba algo de Luismi para tranquilizarme de el olor a contaminación.

Que anoche en la playa, no me dejaste amarte. Algo entre nosotros no va bien. —Sonreí, recordando la relación con el secretario de mi padre, que terminó hace tres meses tras unos putazos.

El semáforo se puso verde y comencé a avanzar sin dejar la canción de lado. Estaba recuperando la tranquilidad de mi día, aunque bajé mi voz y volví mi mirada cautelosa cuando vi a unos marranos, mejor conocidos como policías de gorra azul, haciéndome señas para que me detuviera más adelante.

Geranios, Hamlet y Solomon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora