NI DE TU SOMBRA

24 3 0
                                    

NI DE TU SOMBRA

ANNE AGUIRRE

Ha empezado. Escucho los gritos de quienes una vez fueron mis vecinos y sé que lo ha hecho. La batalla que destruirá familias, amistad y hogares en nombre del honor acaba de empezar. La guerra civil.

Agarro las riendas de mi yegua con ambas manos, no sin antes asegurarme de que el diario de pergamino sigue dentro de la bolsa de piel que siempre me acompaña. Después, observo desde lo alto de la colina los primeros atisbos de la batalla. Viggo por un lado, Einar por el otro. La sangre y los cuerpos inertes no tardarán en cubrir el valle. No formaré parte de ese escenario, aunque recuerdo que una vez lo hice. Hubo días en los que agarraba mi arco y espada y entrenaba noche y día sin descanso junto a Einar. Eran momentos de diversión, de competitividad; pero, sobre todo, de rabia y de deseo de venganza.

Hasta que mi padre cayó en batalla el mismo día de mi décimo cumpleaños. Sin despedida, pero con honor. Porque aquí es lo único que parece importar. Con honor, pero muerto, me dije y me sigo diciendo, quizá con algo menos de rabia.

Con tan solo diez años, crecí junto al próximo jarl y bajo la protección del gran conde Daven, rodeada de riquezas, conquistas, esclavos a un servicio que ahora detesto y burlas sobre aquellos que creyeron mejor que nosotros, los norteños. Crecí en un hogar que, si una vez me acogió, ahora me lo quita todo.

En la batalla, Viggo, el muchacho más joven que jamás se ha atrevido a desafiar a Daven, se abre paso entre la multitud con hacha en mano y sobre un caballo de carbón y ojos de fuego. Quiere llegar hasta él y abrirse paso hasta Einar para deshacerse del único heredero al trono.

Antes de que la paz se quebrase y el caos se sumiese sobre nosotros, Viggo me visitó por una última vez. Siguió la misma ruta de siempre hasta la pequeña cabaña que construí durante los últimos años. Desde entonces, ha sido mi refugio, alejada de la aldea y rodeada de un bosque que me ayuda a respirar.

No tocó la puerta ni pidió permiso para entrar, sabía que conmigo no lo necesitaba. Se sacudía el largo cabello, salpicando con el movimiento el suelo de copos de nieve o de lluvia, y buscaba un hueco junto a la hoguera o, a veces, en el interior de mi cama. Sin embargo, aquel día se adentró cabizbajo y con la mirada oculta bajo el espeso flequillo negro.

El día había llegado. Lo sabía.

No hicieron falta palabras para saber lo que pasaría. Era tan obvio. Llevaba siéndolo desde hace tantas semanas. Así que no perdimos más tiempo. Viggo me quitó el diario del regazo, no sin antes detenerse en él por unos segundos, y lo dejó junto al abrigo de piel que había pertenecido a mi padre. Luego se lanzó a por mis labios, secos y rotos por el frío. No era la primera vez que lo hacíamos; que nuestras entrecortadas respiraciones se volvieran una sola por puro placer y excitación era un juego más de los nuestros. Un juego, un tira y afloja, un te odio pero te deseo constante que se empapaba de diversión. No obstante, aquella última vez se sintió distinto. Sus yemas por la espalda, su lengua por el cuello y pecho, su fuego en mi interior. Fue un último juego que se sintió lejano, una despedida manchada de añoranza y nostalgia precipitada.

Viggo, el Muchacho de Hierro, se había quitado la armadura durante nuestro último encuentro.

A partir de entonces, todo sería diferente.

****

Mientras el hacha de Viggo choca contra la espada de Einar, hundo las manos en la crin de la yegua y dejo que la respiración del animal me reconforte antes de ponerme en marcha una vez por todas. Crecí junto a Einar. Daven, junto a su esposa, nos crío como si fuéramos hermanos de verdad. Sé que para él ser un buen guerrero lo es todo; no bajará la guardia en esta batalla. Viggo tampoco lo hará. Aunque frío y taciturno, hay algo en él que siempre me gustó. No deseo ver cómo acaba esta batalla de poder y honor, así que me marcho.

Ni de tu sombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora