17. UNA MAVE Y UN TRASGO

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Según se iban acercando los compañeros se fijaron en sus uniformes, compuesto por un tabardo de color similar a su bandera que tapaba presumiblemente una coraza de acero, un casco de hierro sin adornos, la visera bajada y unas temibles alabardas que resplandecían con el brillo del sol.

La carretera no estaba especialmente concurrida ese día, solo un carromato que un grupo de soldados se afanaban en registrar, por eso la llegada de los tres viajeros provocó cierta expectación entre los guardias que cuchicheaban y les dedicaban miradas desconfiadas.

—Dejad que hable yo —susurró Aubert, cuando aún estaban bastante lejos—. Vosotros solo seguidme la corriente. Sé lo que tengo que decir.

Espoleó al caballo para terminar el ascenso y se acercó a la puerta seguido de sus compañeros. Identificó al oficial al mando, pues su casco dejaba la cara al descubierto para hacerse entender sin dificultades en medio de la batalla, y se dirigió hacia él. Se trataba de un hombre de etnia ohaka, de pelo liso y moreno y ojos rasgados, baja estatura y piel pálida. Además lucía un impresionante mostacho, cuyas puntas colgaban por debajo de su barbilla dándole aire de autoridad. Él mismo les salió al paso seguido de un par de soldados.

—Saludos viajeros —dijo, levantando la palma de la mano para que se detuviesen—. ¿Qué asuntos os traen al Sublime Imperio Septentrional?

—Saludos —devolvió el gesto Aubert, inclinando la cabeza cortés—. Somos comerciantes de Norden. Venimos a cerrar un importante trato con Rejí Sadén. Dispongo de un salvoconducto comercial —rebuscó en su zurrón y le entregó el documento.

—Norden, ¿eh? —murmuro el soldado bajo el bigote, recogiendo el documento. Mientras leía con atención mantuvo la conversación distraído—. Debe hacer frío estos días allí arriba, ¿no?

—Sí, desde luego. No tiene que jurarlo. Las últimas nevadas han sido importantes.

—Nieve, ¿eh? Espero que el camino al menos estuviese en condiciones.

—El camino estaba intacto debajo de veinte centímetros de nieve —dijo Zas, para inmediatamente ser atravesado por las miradas de sus compañeros.

—Je, muy ocurrente —resopló el oficial, que tras devolver el documento a Aubert inició una intensa inspección visual del grupo. Zas se acababa de convertir en el centro de su atención—. Usted no parece Estorio.

—Pues aunque no lo crea lo soy. Nacido y criado en la bella Vesteria. Zasteo Baren'ar es mi nombre.

—Mis disculpas si le he ofendido. Su color de piel…

—Resalta el blanco de los ojos y los dientes, ¿verdad? —explicó Zas, enseñando los dientes con los ojos muy abiertos, intentando reforzar su argumento. Árzak le dio un codazo dedicando una mirada conciliadora al aduanero.

—Ustedes no parecen comerciantes—señaló con el dedo a Zas y Árzak—. A primera vista os confundiría con cazadores.

-—Somos estorios —contestó Árzak, con fingida indignación—, guerreros de la noble raza castrense —el guardia miro hacia Zas con una ceja enarcada ante este comentario—. Puede que parezcamos unos simples bárbaros a los ojos de un refinado imperial, pero nuestro dinero vale lo mismo en todas partes.

—¿Y vuestro dinero no os alcanza para comprar un tercer caballo?

—En realidad —intercedió Aubert, en un intento de recuperar el control de la conversación—, su caballo dio un mal paso en la montaña. Una lástima. Nos vimos obligados a sacrificarlo.

DEVAFONTE: LOS DIARIOS DEL FALSO DIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora