Capítulo 1: Sangre helada

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—¿Perdón?

La voz susurrante se mantuvo en silencio, quizá por no adivinar la pregunta que se le hizo, impidiendo su invitación. La muchacha aprovechó para pronunciarse y explicar su llegada.

—Quiero unirme a El Club de los Aristócratas —manifestó—. Soy nueva y no puedo responder aún a la formulación que me está planteando.

Trató de sonar firme y decidida. No quería que su nerviosismo le jugara una mala pasada. Se examinó su atuendo casual y entendió que no era el adecuado para una mansión tan elegante y espléndida.

Era una muchacha muy bonita, de complexión delgada, ojos cafés y cabello castaño con destellos dorados. Un rostro ovalado que la hacía lucir angelical y labios voluptuosos. Tenía un lunar muy pequeño y peculiar en la comisura de sus labios.

Cuando estuvo a punto de retirarse, de inmediato, la puerta se abrió, induciéndole a pasar. La joven tardó algunos segundos en decidirse, pero finalmente lo hizo.

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Todo se veían muy lujoso. Lámparas enormes decoraban los techos, muebles de madera cara, alfombras llamativas de color carmesí, sofás alargados y voluminosos. Una enorme escalera llevaba a todas las habitaciones posibles y recónditos por habitar.

La madera en la chimenea principal crujía a causa del fuego. Una luz tenue desprendía el lugar.

No vio a nadie y eso le inquietó sobremanera. Conforme se adentraba, más interés tenía en tocar la decoración. Hasta que una voz seductora y varonil la sacó de su ensimismamiento impidiendo su acción.

—Yo que usted tendría cuidado con ese jarrón, señorita. Es edición limitada.

Ella se giró para atenderle.

Vaas Boncraft, dueño de la mansión, examinaba a la muchacha con interés y una pizca de desconfianza. A Iryna le impactó su belleza y su gallardía. ¿Cómo un ser humano podía ser tan atractivo? Poseía un cabello azabache peinado hacia atrás, digno de una noche sin estrellas. Una tez blanca como el mármol. Facciones definidas y marcadas; mandíbula provinente, cejas arqueadas, frente estrecha y nariz recta. Por lo que pudo ver, tenía un ojo verde y otro color café.

Su traje oscuro también se veía de diseño. Tenía una postura relajada. Las manos dentro de sus bolsillos indicaba desdén.

—¿Vive usted aquí solo? —interrogó Iryna.

—No, por supuesto. Los demás están en el bar y el personal está trabajando —informó.

—Tiene una mansión muy hermosa.

—Gracias. Así que... —fue sin rodeos—. ¿Tiene interés en unirse a El club de los Aristócratas? —investigó ladeando su cabeza. La estaba analizando.

—Sí —respondió con seguridad.

—Sígueme, pues —indicó.

La llevó por pasillos que la joven desconocía. Cuadros renacentistas decoraban las paredes, imposible no hipnotizarse con ellos.

El caballero la adentró a su despacho personal donde, tras su escritorio, tenía colgado un cuadro de sí mismo, posado sentado de piernas cruzadas en un sillón lujoso. A Iryna se le hizo muy similar a El retrato de Dorian Gray. Un tanto narcisista.

Vaas sacó un documento y se lo hizo tender a la muchacha para que lo leyera. En dicho papel constaba escrito las reglas de la mansión y las reglas de El Club de los Aristócratas:

«Tratar al personal de limpieza, jardín y cocina con amabilidad. Nada de desprecios.

Obedecer a Vaas Boncraft.

El Club de los Aristócratas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora