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ALEK JULIÁN

La vida es realmente una puta.

Me encuentro parpadeando al ver la gigantesca residencia cuyo aroma a uvas y rosas se puede oler a veinte millas de distancia. Las rejas de metal se abren lentamente, creando alas que se extienden lo suficiente para conectarse con los ojos de la lechuza que son parte del diseño de la entrada.

Una mujer pequeña y regordeta nos espera en la esquina del inmenso jardín. Su cabello blanco está apretado en un moño que hace que me duelan las sienes. Su rostro está serio y sus labios están fruncidos cuando todos entramos. Lleva puesto el uniforme, un suave tono de azul y gris, y sus manos están encima de su impecable delantal.

—Bienvenidos a la residencia Lewandowski —dice. Su tono es monótono, sin embargo, la pequeña pizca de resentimiento está presente en su lengua cuando las palabras salen de su boca —. Síganme y no toquen nada por su propio bien.

—¿Va a salir un monstruo? —Stefano intenta aligerar el ánimo.

Los ojos de la mujer lo atraviesan —. Algo peor.

Él capta la indirecta para cerrar la boca y rápidamente la sigue con las mejillas sonrojadas.

Este lugar me da escalofríos. Siento mis pulmones bajo el agua mientras caminamos por la acera, ninguno de nosotros intenta siquiera mirar el jardín después de que la mucama nos dice una vez más que ni siquiera respiremos cerca de nada. Como si fuéramos niños pequeños y necesitáramos meter la mano en todo.

Aunque es de noche, las rosas brillan bajo la luz de la luna. Los rosales destacan en los rincones del maravilloso jardín. Es una pieza de arte, y me pregunto cuánto tiempo tomará para mantenerlo tan pulcro. Mis ojos viajan a los manzanos, cuyas ramas tienen lianas de rosas alrededor.

El aroma dulzón se mezcla con el olor de las uvas proveniente del área de los viñedos detrás de la mansión que parece un castillo. Julieta detrás de mí comenta en un susurro que se le hace agua la boca ante el arbusto lleno de fresas en una esquina. Se ven grandes y jugosas, dueñas de un color rojo sangre que me escarapela la piel.

Dos estatuas colocadas paralelamente en la entrada de la casa llaman mi atención. De piedra y con la forma de dos lechuzas, sostienen una rosa en el pico. Esas son nuevas, lo sé porque las veces que vine cuando era un crío no había nada más que los dos postes de luz con las macetas colgadas llenas de flores.

—Disculpe, ¿cómo se llama? —le pregunto a la mucama.

Sube los escalones y gira con gracia para verme a los ojos.

—No me recuerda porque era un niño y vino solamente una que otra vez. Pero yo siempre me acuerdo de todos los que vienen a esta casa, señor Smirnov —murmura —. Me llamo Leyla.

Trago con dificultad.

—Era la mucama encargada de la señora Ariadne.

Nicola se pone del color del jardín.

—Ella ya no está, pero le prometí que estaría aquí con sus padres hasta que no pudiera servir más.

Sin atreverme a hacer más preguntas, la dejo abrir las pesadas puertas de mármol y le agradezco en voz baja cuando nos deja entrar al hogar. Sus ojos se desvían hacia nuestros zapatos y sus labios se tornan en un mohín.

—Limpio estos pisos todos los días. Brillan como diamantes. Si no les importa que se los pida, quítense los zapatos por favor —pregunta con la mayor amabilidad posible. No la culpo por su hostilidad —. Le pediré a Otto que les traiga unas pantuflas.

No Serpientes, No VenenoKde žijí příběhy. Začni objevovat