Flor.

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El sol calentaba mi piel, apenas recordaba la sensación luego de tantos días cautiva por la tormenta. Fueron días para nada agradables, donde el sonido de la lluvia insistente me recordaba todas aquellas personas y animales que no tenían lugar.

Truenos. Relámpagos, que alumbraban de una manera hermosa y terrorífica los cielos, los cielos de aquellos que necesitaban el calor de una manta, del fuego.

Sentir el calor natural era acogedor, poder caminar por encima de la tierra mojada, mis dedos hundiéndose en ella como la raíces de esos árboles antiguos que la mayoría de los pueblerinos aclaman.

El susurro de la brisa cuando le habla a las plantas que esperan la próxima ventisca, deseosas las más fuertes, temerosas las más débiles.

Me encontraba en el pequeño claro que años antes mi padre había descubierto, como oro para los señores ricos, como comida para pájaros luego de una gran emigración.

–Ranaga, tu madre te espera. –La voz gruesa de nuestro siervo me hizo voltear.

–¿Cuánto tiempo queda antes de que la primera flor salga? –cuestiono en un susurro.

–Poco ranaga, poco. –Su respuesta me hace cerrar los ojos y sentir más la luz. La luz que siempre he perseguido ante tanta oscuridad.

–No me digas ranaga, no lo soy. –La mención de esa palabra que nunca voy a tener el valor de llenar, me tensa, no soy una reina, no soy una ranaga.

Capto sus pisadas entre las ramas y con un pequeño crujido comienza a hablar.

“Ranaga no es una meta, no es un trabajo, es la confianza que pone tu pueblo en que los guíes, en la luz que tanto gustas, y en la oscuridad que tanto temes.”

Su mano toca suavemente mi hombro aprisionándolo entre sus dedos largos y blancos en contraste con mi oscura piel.

–Eres mi ranaga, su ranaga, la ranaga que tu padre crío y por la cual dio la vida. No lo olvides mi reina, aquel que merece el cargo es el que menos lo necesita. –No espero a que siga dialogando y corro con la última sensación del sol entre los árboles.

Mis pisadas fuertes, ágiles me llevan hasta donde yace mi madre. El cabello suelto, liso descansa en sus escuálidos hombros, frágiles, consumidos.

–Falta poco. –Su tono es tan bajo que cuesta atrapar sus palabras.

Hay silencio encantador, el bosque está en silencio, la gente está en silencio, pero mi corazón hace ruido y mi cabeza lo acompaña con el sonido de un tambor insistente.

–Cuando la primera flor, viva. –Repito las palabras que la Sasaqui de la aldea dijo, justo antes de la tormenta.

–Cuando la primera flor, viva. –Un coro de voces se alza, con cuidado, como cantos, como gotas de rocío, delicado.

Mi madre, rodeada de hojas curativas, verdes, mojadas por lo pasado y con ese olor característico, cierra sus ojos.

Ausentes de vida.

–¡Por la Ranaga! –Claman en un grito de guerra en mi honor, mientras las lágrimas se introducen en un viaje por mis mejillas, con el único pensamiento que logra sobresalir entre los alaridos de mi pueblo:

Murió en hojas, ahora vive en flor.

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Hola.
Espero que hayas disfrutado, es mi primera historia corta, la que comparto...la que escribo.

Por si no había quedado claro, Ranaga es una palabra que tuve el atrevimiento de inventarme con el significado de reina, y Sasaqui también es creada por mí, significa bruja, curandera, aquellas típicas mujeres que preveían cosas en las aldeas pequeñas.

Gracias por tomarte el tiempo de leer.

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