Turning point

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Las estaciones de policía se han convertido en un hervidero de actividad en los últimos meses, los oficiales se arremolinan dentro de las oficinas, murmuran entre ellos y gritan en señal de frustración cuando se percatan de que todas sus conjeturas y pistas no llevan a ningún lado. Los ladrones Squalo Barrow y Tiziano Hoolbrok han logrado burlarse de la autoridad.

Mientras algunos granjeros dicen haberlos visto huir por el río Missisipi otros han dicho que los vieron en Idaho, las amas de casa cuchichean que los vieron vagar por las calles de Brooklyn, los oficinistas los ubican en Wall Street e incluso los niños juran que aquél par escurridizo se ha dado la gran vida en Arizona. ¡El caso es un completo caos!

En el estado de Florida un hombre cruza la puerta principal del departamento policial, su andar es retraído y su cuerpo avanza encorvado, como si no estuviera seguro de entrar a ese lugar. Mira en todas direcciones como si la respuesta que busca fuera a aparecer en algún lado, ¿realmente estaba bien hacer eso? Toma asiento en una de las pequeñas sillas en la sala de espera junto a una mujer que refunfuña y mira a todos lados con enojo. – No puedo creerlo, le di un techo a ese vago y me paga robándome lo poco que tenía de dinero, es una barbaridad.

Sale ruega al cielo que lo atiendan pronto, detesta escuchar conversaciones ajenas no porque sienta una falta de respeto, sino porque no podría estar menos interesado en los problemas de una desconocida; pasan algunos minutos que le parecen horas, si ningún oficial aparece pronto está seguro de que le gritará a esa perra que deje de hablar entre dientes. Como si alguna fuerza superior lo hubiera escuchado un hombre en traje lo invita a su escritorio para atenderlo, Sale se quita el sombrero ante la señora y murmura un pequeño "permiso" de forma cordial.

El tiempo que ha pasado esperando no le ha sido suficiente para replantearse si lo que dirá a continuación es la decisión correcta, el oficial le mira con aburrimiento y carraspea apremiándolo a hablar, el día apenas comienza y no tiene la intención de estar con el mismo sujeto todo el día.

Sal se espabila, murmura una pequeña disculpa y respira en un intento de calmar sus nervios que han empezado a atormentarlo. – Creo que puedo serles de utilidad para capturar a ese par de criminales.

El oficial entrecierra los ojos y le observa con atención analizando cada gesto que demuestre que no debería perder el tiempo con ese hombre, pero no ve ninguna señal que diga lo contrario. Se inclina sobre el escritorio y empieza a escribir sobre una hoja de papel que ha encontrado por encima. – Dígame todo lo que sepa.

-Primero que nada, quiero saber que obtendré a cambio de esto. – coloca sus puños sobre sus rodillas y aprieta la tela de su pantalón con nerviosismo, teme haber metido la pata hasta el fondo, pero si iba a hacerlo debía pensar también en sus intereses. No pensaba irse con las manos vacías. – ya sabe, necesito comer y si voy a arriesgar mi vida quiero que al menos valga la pena.

- Por favor no nos haga perder el tiempo, ¿tiene información que pueda sernos útil o no?

-Si la tengo. Miré, espero que esto no cause ningún malentendido entre nosotros, soy un hombre de bien, trabajo en una oficina, pago mis impuestos y amo a mi país. – del bolsillo de su chaqueta saca un pequeño pañuelo y se limpia la frente perlada de sudor antes de continuar. – uno de esos muchachos es mi hermano, mire no justifico sus acciones ni nada, pero lo que está haciendo no es lo mejor. Todo fue culpa de ese... ese desviado, desde que se conocieron no ha hecho más que acarrearle problemas.

La punta del lápiz se desliza con facilidad por encima del papel provocando un sonido casi insoportable para el pelirrojo, no está seguro de poder aguantar más tiempo en esa sillita. El oficial termina de escribir y lo mira una vez más, hay un extraño brillo en sus ojos ahora que ha insinuado una posible relación entre los fugitivos.

Dulce mal, causa de mi dolorWhere stories live. Discover now