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Madeleine y yo no nos habíamos dicho ni una sola palabra, ni siquiera preguntó cuando me vio salir para ir a lo del castigo. Esperaba que no tuviera nada que ver con algo al aire libre, porque afuera llovía a cántaros y hacía mucho frío. No me emocionaba la idea de estar castigada con Riddle, pero no había nada que hacer. Por eso, me prometí a mí misma que de ahí en adelante, me iba a limitar a ignorarlo, con el fin de evitar problemas.

—Te informo que no puedo ir a entrenar hoy —le dije a Oliver cuando me encontré con él en la sala común.

—¿Por qué? —preguntó, algo confundido.

—Tengo que ir a cumplir con un castigo.

Al mencionar el castigo, se quedó mirándome como si no pudiera creerlo, al final asintió.

—Entonces lo dejamos para mañana en la noche.

—Bien. Nos vemos.

El castigo consistía en sacarle brillo a los trofeos de plata del colegio. Filch no se preocupó por quedarse supervisándonos, en su lugar dejó a su gata, la señora Norris y se fue. En el salón reinaba un silencio sepulcral, y hacía mucho frío, además, me sentía muy incómoda estando ahí con Riddle, sin decir nada. De igual manera, no iba a intentar hacerle conversación, no tenía idea de cómo podría hablarle y lo más seguro era que ni siquiera se molestara en responderme. De vez en cuando, apartaba la mirada de los trofeos y las placas para mirarlo. Parecía estar muy concentrado, y fruncía un poco el ceño. Odiaba siquiera pensarlo, pero era atractivo. Sacudió un poco la cabeza para apartar un mechón de su oscuro cabello que le caía sobre la frente, y siguió sin darse cuenta de que lo miraba. Traté de concentrarme en sacarle brillo a una placa, pero me costaba mantener mi vista lejos de él.

—¿Por qué Dumbledore dijo que no le escribiría a tus tíos, en lugar de decir que no le escribiría a tus padres? —preguntó de repente y fue tan inesperado, que me sobresalté un poco al escuchar su voz. Dejé de hacer lo que estaba haciendo y me volví para mirarlo, descubriendo que también me estaba mirando con atención, a la espera de una respuesta.

—Porque mis tíos son quienes me han cuidado siempre porque... no conocí a mis padres —le respondí. Pensé que tal vez no debería haberle dicho algo tan personal como eso, pero las palabras ya habían salido de mi boca y él las había escuchado. Parecía muy sorprendido, y me miraba con creciente interés.

—Yo tampoco conocí a mis padres —confesó de repente.

Nunca hubiera pensado que tuviéramos en común algo como eso. Quise hacerle mil preguntas, deseaba saber dónde había crecido, si alguien de su familia lo había cuidado como había pasado conmigo, si tenía hermanos, si era de familia de magos, en fin... me costó mucho trabajo mantener a raya mi curiosidad, finalmente no teníamos ningún tipo de confianza, y el hecho de que estuviéramos teniendo una conversación normal, como cosa extraña, no hacía que yo pudiera preguntarle lo que fuera.

—Es extraño que tengamos eso en común —dije.

—Seguramente es lo único.

—Yo no estoy tan segura... ambos somos competitivos, también buenos estudiantes...

—Dicen que cuando dos personas son muy parecidas, se llevan mal.

—Entonces esa debe ser la razón por la que nunca nos hemos podido llevar bien.

Pasamos un rato sumidos en un incómodo silencio, antes de que volviera a hablar.

—No te tiré al lago intencionalmente —dijo, sin dejar de mirarme. Ese cambio de tema me sorprendió un poco, pero no lo dejé notar y lo miré alzando las cejas.

—¿Entonces admites que lo hiciste? —pregunté.

Asintió.

—Lo admito, pero era necesario decir que no lo hice porque quisiera atacarte o hacer que te ahogaras.

—Eso ya sería ir muy lejos, por mucho que me odies.

—Sí, sería mucho. Creo que con solo insultarnos es más que suficiente.

Sus palabras me hicieron reír, y cuando me escuchó, comenzó a reír también.

—A veces es divertido tener con quién discutir —admití y él asintió.

—Creo que esa competencia entre nosotros le da algo de emoción a nuestras vidas.

—Parece increíble que nuestras vidas sean tan aburridas que tengamos que discutir para hacerlas interesantes.

Las comisuras de sus labios se curvaron en una sonrisa irónica, luego se encogió de hombros. Escuchamos pasos que se acercaban, así que fingimos que nada había pasado y seguimos sacándole brillo a los trofeos. Filch llegó a ver si estábamos haciendo algo, y nos dirigió una mirada reprobatoria.

—No están lo suficientemente brillantes —dijo, con aquel tono desagradable. No puede evitar poner los ojos en blanco.

Decidió no volver a salir, así que pasamos las siguientes horas en completo silencio. Cuando por fin le pareció suficiente, nos dejó ir. Me di cuenta de que era casi de noche, y me dolían un poco los brazos.

—Nos vemos, Parkbey —se despidió Riddle cuando cruzamos la puerta de la sala de trofeos.

—Adiós, Riddle —le dije.

Me miró unos segundos y después se fue. La conversación que habíamos tenido me había dejado una sensación extraña. Nunca hubiera pensado que podría sentirme bien hablando con él. Regresé a la torre de Gryffindor mientras recordaba cada palabra que nos habíamos dicho. Fui a mi habitación a sacar un libro para leer y después me senté en un sillón cerca al fuego en la sala común.

Me concentré en la lectura hasta que sentí que alguien se sentaba junto a mí, así que aparté la vista del libro para ver de quién se trataba. Madeleine me miraba con algo de incomodidad.

—Hola, Emily —dijo.

—Hola —le respondí.

Esperé un momento a que dijera algo, pues parecía querer hablar, pero no se atrevía.

—Lo siento, ¿sí? —dijo, al fin— no debí decirte lo que te dije.

Me costaba no aceptar sus disculpas, finalmente era mi prima, así que me limité a encogerme de hombros.

—Olvidémoslo y ya —le dije.

Ella sonrió y me rodeó los hombros con el brazo. No me gustaba que estuviéramos disgustadas, así que me alivió que volviéramos a hablarnos. Pronto comenzó a hablarme de lo que había hecho en el día, (que era básicamente perseguir a Cedric Diggory), pero mi mente vagaba y vagaba, hasta llegar a Riddle.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz