01. Yendo al infierno sin boleto de vuelta

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Sonia despertó en la mañana gracias a una llamada entrante, eran las cinco menos veintitrés, cuando su jefe la llamó para decirle que le había conseguido, por veinte días, visitas con el señor Pier.

La chica de cabellos castaños se despabiló en un instante, no esperaba que su jefe consiguiera más tiempo, no esperaba que el hombre consiguiera veinte días seguidos -si las condiciones se daban- para hablar a solas con él.

—No sabemos qué tan largas serán esas historias, por eso esa cantidad de tiempo. Si resultan ser cortas y terminan antes de ese lapso, no es necesario que lo complete.

La de ojos verdes no sabía que decirle al hombre, era temprano, el hambre pareciera querer, en cualquier momento, golpear la puerta; además se sentía algo cansada y, para rematarla, el de cabello rubio le daba una noticia poco placentera.

—Sí, lo entiendo señor —dijo en tono bajo, dejando que, al final, un bostezo escapara sin aviso de sus labios.

—En verdad lamento haberla llamado a esta hora, sé que el cambio de horario es complicado y que ahí deben ser como las cinco y algo, pero esto no podía esperar —se disculpó.

—No se preocupe, señor —dijo de manera amable, pero rodeo los ojos con fastidio.

—Bien, esperaré la primera historia en la noche, señorita Domínguez. Recuerde, si algo sucede, informe-me y cambiaré de lugar con usted —le recordó, dejando que un bostezo contagiado escapara de sus dos pliegues.

—Sí, señor, eso haré —le aviso y colgó sin más.

Dejó su celular sobre la mesita de luz y se tiró de vuelta a la cama, cubrió su rostro con las sábanas y dejo que un grito se ahogara en ellas. Ningún centímetro en su cuerpo podía creer lo que le estaba sucediendo, en verdad, a quién, en su sano juicio, se le ocurría mandar a una mujer joven a entrevistar al asesino en serie más peligroso del todo el país.

—Vamos, Sony, solo tienes que ser fuerte. Un mes completo de vacaciones es lo que te ganas —se recodó.

Volvió a sentarse, observo el espejo de cuerpo completo que había en la habitación y examino su rostro. Sus ojos estaban algo hinchados, tenía un poco de baba pegada en el costado derecho de su mejilla y su cabello todo alborotado, el cual, parecía más un nido de pájaros, que el moño que se había hecho antes de dormir.

Nuevamente bostezo, estiró sus brazos y se estremeció en su lugar. Posteriormente a ello los utilizó para poder moverse sobre el colchón hasta la orilla de la cama, se paró y camino arrastrando los pies hasta el cuarto de baño. Una vez dentro observó mejor su reflejo en el espejo, deshizo lo que quedaba del moño y se despojó del short, de la remera de tiras finas que usaba para dormir y de su braga.

Abrí la llave del agua caliente y luego la del agua fría, las regulé para que quedara tibia y me zambullí bajo esa lluvia artificial. Pase con algo de frustración mis manos por mi cabello, el primer horario de visita, para cualquier persona de alto mando que deseara hablar con ellos, incluyendo a los reporteros con autorización, era a las diez, debían de ser como las cinco y algo o tal vez las seis, de todas maneras, tenía tiempo para rato.

Termine de ducharme, me seque y envolví con la toalla, estaba sola en la habitación de hotel, así que camine hasta el gran armario que había en esta, busque la ropa interior y me la coloque. Rebusque, otra vez, entre lo que había traído, dándome cuenta de que había sido muy poco, y retire de su interior unos leggins negros, una remera blanca manga corta con un pequeño escote en V, una chaqueta verde con cuatro bolsillos y un par de medias hasta los tobillos en blanco. Me vestí sin apuro, colocándome, por último, un par de tenis en color blanco, y al final, salí de mi habitación con la cartera en mano; no sin antes peinar mi húmedo y alborotado cabello, llevando una liga por si luego se me daba por amararlo.

Relatos de un AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora