Capítulo 1

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― Nada de fumar aquí, Reed. ― Duncan Webster, al otro lado de la barra, alzó la voz lo suficiente para ser oído por encima del bullicio ensordecedor de los borrachos balbuceantes. Blair le dedicó una amplia sonrisa a modo de respuesta y colocó un cigarro sobre sus labios pintados de marrón. Encendió el mechero con agilidad y le hizo una seña para que se acercara mientras se dejaba caer en el único taburete de madera oscura disponible. El camarero agitó la cabeza en un gesto de resignación y el movimiento hizo que el sudor de su frente centelleara bajo las luces amarillentas que pendían del techo.

El hombre abrió un botellín verde de cerveza, lo dejó con velocidad en un extremo del mueble para alguien que ya parecía haber consumido demasiado, y se aproximó a ella limpiándose la piel oscura del rostro con un trapo acartonado por el acúmulo de suciedad.

― Hay un buen ambiente hoy. ― Blair liberó humo por la nariz y agitó el cigarro, cuyas colillas se precipitaron justo hacia el cenicero de cristal que Duncan acababa de colocar a su lado. Este alzó las cejas oscuras y pobladas en una pregunta silenciosa. ― Ginebra, por favor.

― Un par de barcos han descargado hoy en Puerto Bajo. ― Duncan hizo un gesto hacia los clientes de La Pirámide, que vestían camisetas andrajosas con recovecos húmedos por el sudor. ― ¿Algún plan especial para esta noche? ― Él se volvió hacia la estantería repleta de licores y tomó una botella de líquido transparente con etiqueta de buena marca. El papel desgastado era indicio de que Duncan había rellenado el mismo recipiente infinidad de veces.

―Sólo un par de partidas. ― Blair se encogió de hombros y jugueteó entre sus dedos con el cigarro manchado de maquillaje.

La chica miró por encima de su hombro hacia la muchedumbre que la rodeaba y al agitar la cabeza una cascada de pelo ondulado y negro cayó por su espalda.

La pequeña taberna estaba ocupada casi al completo por hombres adultos de voces roncas y graves que berreaban entre ellos utilizando palabras distorsionadas por el alcohol. El ambiente era denso y empalagoso: demasiado calor para ser bien entrada la madrugada, con la brisa fresca y húmeda de la costa azotando las paredes del edificio chato. Apestaba a sudor y sal, un tufo proveniente de aquellos trabajadores de mejillas sonrojadas y pieles curtidas que se arrellanaban en las sillas y se inclinaban sobre las mesas desgastadas de madera y metal. Varios de ellos cambiaron de posturas en sus asientos, volviéndose descaradamente hacia la chica, que había llamado la atención con su vestido beige, corto y ajustado.

Blair los ignoró y se giró de nuevo hacia Duncan, que vertía el alcohol y una bebida con gas en un vaso de tubo blanquecino y rayado por haber sido utilizado durante demasiados años.

― ¿Novedades? ― Dio una calada al mismo tiempo que removía la mezcla con el dedo índice. El hielo tintineó en la copa.

―No muchas. ― El camarero apenas se alejó de su lado para recoger las monedas con las que unos consumidores habían pagado. Él alzó la mano a modo de agradecimiento hacia el par de hombres que se abrían paso hacia el exterior. Estos respondieron algo indescifrable por encima del tumulto de voces. ― Buster ganó la semana pasada trescientos escudos. ― Bajó la voz al hablar, pero asesinó a Blair con la mirada. ― Creí que había decidido dejar de jugar.

― Hablé con tu hijo. ― Dio los dos primeros tragos a la bebida fría y volvió a depositar la ceniza en su sitio. ― No podía permitir que Buster se fuera. ― Tuvo cuidado de no mojar las mangas largas de su vestimenta con la humedad de la barra.

― ¿Le has dicho a Connor que le dé buenas cartas a Buster? ― Duncan se tocó el puente de la nariz, cargándose de paciencia. ― Este chico es imbécil, los dos lo sois. Me has hecho perder mucho dinero, Reed.

El veneno que nos une.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora