Parte 3

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A medida que avanzamos en la calle, tu mano amarrada a la mía, sigo sin poder procesar lo que está sucediendo; pero una caricia casi imperceptible en mis nudillos me reiteran que no estoy soñando; esta vez no.

Subimos a un auto negro con vidrios ahumados; me siento a tu lado, ajustas el cinturón de seguridad a mi cintura y vuelves a regalarme tu lengua entre mis labios; yo gimo, la acaricio, te muerdo, sonríes en mi boca, vuelvo a gemir.

No pregunto a donde vamos porque no me interesa mientras tú estés incluido; te concentras en el camino con una mirada fija sobre la carretera, y me deleito con tu perfil. No entiendo cómo puedes ser tan atractivo, algo mal debe haber contigo muy aparte del nombre tan espantoso que estoy segura, no te define para nada.

Me miras con el rabillo del ojo, sonríes y pones tu mano en mi rodilla haciendo que una descarga de electricidad me alborote el sistema; coloco mi mano sobre la tuya, te acaricio los nudillos mientras la tuya me regala suaves apretones sobre mi piel; envuelvo mi mano sobre ella y con suavidad la guio cuesta arriba de mis muslos, no titubeas y la sigues hasta que llegas allí y sientes como me he vuelto tormenta en medio del verano.

Apartas con rapidez tus dedos de mí, te los llevas a la boca y le regalas mi sabor a tu lengua; los extraño, los reclamo y vuelves a aterrizar en mí. Empiezas a divertirte entre el roce de la delgada tela y mi piel, yo abro más las piernas, reposo mi cabeza hacia atrás y empiezo a pronunciar una melodía cuyas notas llevan tu nombre.

No hace falta que entres, ni siquiera el toque directo de la yema de tus dedos contra mí; así, con la humedad de mi interior martirizando de alegría mi feminidad, siento el temblor apoderarse de mi sistema. Me corro, abro los ojos y te veo sonreír.

Apagas el motor del auto, me quitas el cinturón en un segundo y al otro, vuelves a estar en mi boca mientras tus largos dedos apartan la tela de mi entrepierna para abrirse paso dentro de mí; gimo fuerte aun sin poder normalizar la respiración del último orgasmo, sales enseguida dejándome jadeante y esperando más. Desabrochas tu cinturón, abres la puerta y recibes la calle. Yo sigo allí, en el auto, sin saber muy bien dónde estoy pero deseando no volver.

Cuando por fin logro rescatar un poco de cordura, sigo tus pasos, dejándome maravillar por la calle, un camino lleno de árboles y flores reciben a mis ojos, un edificio de aspecto colonial te da la bienvenida mientras yo voy detrás de ti.

Subimos las escaleras y luego de dos pisos estamos de frente a la única puerta color blanco de todo el camino de apartamentos, sacas las llaves de tu bolsillo y como si el mismísimo cielo se abriera ante mí, me adelanto a tus pasos, intento detallar un poco el lugar pero no me dejas; me tomas por el codo y me estampas de espalda contra la pared; esta vez tu boca se siente desesperada, ambiciosa. Enredas tus manos en mi pelo y separas mis piernas con tu pie, siento tu peso sobre mí y me deleito con la dureza de tu ser en mi entrepierna.

Llevo mis manos a tu cintura pegándote más a mí como si eso fuese incluso posible; desabrocho tus pantaloncillos y acaricio la firme erección; te libero de la prenda con todo y ropa interior dándole un tirón con mi pie, frenas mi beso, me miras sorprendido y yo vuelvo a reclamar tu boca; tomo el control y ahora eres tú quien está contra la pared; sigo en tus labios y bajando el ritmo de nuestro deseo emprendo un viaje hacia tu cuerpo.

Recorro con mis labios tu cuello mientras mi mano abierta te sujeta el rostro, tienes los ojos cerrados y la boca entre abierta, haciendo que tu calor llene de vida el aire, porque se siente como si convirtiera en oxígeno todo lo que toca.

Te saco la camiseta mientras mis pulgares acompañan el viaje en tu piel; levantas los brazos en rendición y dejas que la prenda te desnude ante mí, me separo unos centímetros de ti, te miro el torso, me muerdo los labios, me emociono y te dedico un beso casto; voy haciéndome un recorrido descendente sobre ti y no puedo describir tu sabor; voy mojando y memorizando con mi lengua cada línea de tu cuerpo; la tensión de tus músculos y el sonido de tus gemidos represados en tu garganta.

Morir para bailarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora