Cuando se conocieron, se dieron cuenta al instante que eran diferentes. Uno era ruidoso y el otro silencioso. A uno le gustaba ir en contra de todo y para el otro la justicia era lo principal. Eran la contradictoria combinación entre lo salvaje y lo...
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Suguru parpadeó seguido y miró a los costados, sin saber muy dónde poner sus manos. Se las llevó al cabello y deslizó sus dedos entre las hebras para después arrastrar ambas palmas sobre su rostro, dando un suspiro pesado.
—Satoru, tú... por qué...
Satoru, por su parte, de pie frente a él se llevó las manos a los bolsillos del pantalón y ladeó la cabeza, aparentando estar confundido. Sus gafas cayeron levemente sobre el puente de su nariz, enseñando el azul de sus ojos.
—¿Qué pasa? —inquirió con un tono tranquilo, haciendo exasperar más al pelinegro.
Suguru tomó aire y lo observó directamente, cruzándose de brazos. Sentía que su ceño no podía estar más fruncido de lo que ya estaba.
—Satoru, estamos aquí para una tarea.
El peliblanco asintió, cruzándose de brazos también, imitándolo. Una de las cejas de Suguru se tensó y apretó la mandíbula.
—Sí, lo sé.
Suguru tragó saliva con pesadez y presionó su dedo pulgar contra la frente, diciéndose a sí mismo que debía calmarse. Estaban en público, precisamente en la estación del tren y había personas alrededor que podían observar todo y no quería ser llevado a la cárcel por intento de asesinato. Aunque era lo que más le provocaba en ese instante.
—Entonces... ¿por qué demonios traes esa camisa?
Satoru arrugó las cejas y se acomodó mejor las gafas para observar a Suguru con un toque de burla. Diablos, él lo estaba disfrutando, sabía a la perfección lo que estaba haciendo. Aun así, tuvo el descaro de revisarse a sí mismo de pies a cabeza como si no supiera la razón del problema.
Pero Suguru lo estaba viendo, estaba viendo directamente lo que estaba sucediendo. Estaba justo frente a sus narices, así como también otras personas se percataban de ello y miraban a Satoru como si fuera una especie de extraterrestre. Aunque en este punto Suguru dudaba sobre eso realmente.
Porque precisamente delante de él tenía en letras bastante grandes la frase "Big Dick Energy". Para ser más exactos, era la frase que se encontraba en la camiseta que llevaba Satoru.
—¿Qué tiene? ¿No te gusta? —preguntó Satoru, señalándose a sí mismo mientras hacía un puchero—. Y yo pensé que te iba a encantar, la escogí especialmente para ti.
