Cap #1

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Alec

–Por última vez... El cuchillo no se sostiene así, debes tomarlo de un poco más abajo –digo de manera lenta para asegurarme que Jace entiende la quinta explicación.

–¿Así? –pregunta tratando de imitarme. Sólo trata.

Me doy por vencido y dejo el cuchillo en el piso mientras seco mi sudor con una toalla.

–¿Te rindes?

–Así es, rubio, me rindo –tomo su botella y le doy grandes sorbos.

–Por favor –ruega e intenta sostener el cuchillo–. Tú puedes enseñarme. Enserio que lo intento, pero...

Se ve frustrado, si tan malo para mí es enseñarle, ni me imagino cómo se sentirá él.

–Bien –me levanto sin ganas–. Pero dejemos los cuchillos. ¿Piruetas?

–No.

–Debes practicarlas para el examen. Vamos, no es tan difícil.

–Bien –acepta sabiendo que no me callaré hasta que lo haga.

Jace salta hacia atrás y da una pirueta que va bien hasta que cae con la elegancia de una rana. Tropieza con sus pies y termina de culo contra el piso, lo cual me provoca una risa incesante.

–¡Cállate! –grita mientras se levanta y soba el trasero.

–Oh, eres adorable.

–¿Tú podrías hacerlo mejor? –pregunta desafiante.

Sí, es cierto, quizá no vista el traje de entrenamiento como mi inadaptado compañero. Hoy decidí usar un pantalón ajustado, una playera azul cielo con nubes bordadas y unos zapatos de charol, pero sin duda puedo hacer la pirueta mejor que él.
Tomo vuelo y me lanzo de espaldas, veo mi mundo de cabeza y después mis piernas se mantienen firmes en el piso. Quizá no tenga la agilidad de un gato, pero tampoco soy una rana.

–¿Ves?

Jace está a punto de responder cuando la puerta se abre y entra Isabelle. Su cabello corto a los hombros está sujeto con una diadema y usa su traje de combate.

–Alerta de demonios nivel seis –informa sin rodeos.

–¿Y tus padres? –pregunta Jace.

–En Idris –contesta de forma natural.

Jace es un imbécil, incluso sus padres, Stephen y Amatis, están allá.

–Alec, debemos irnos –apresura mi hermana.

Doy un paso al frente, pero al notar las intenciones de Jace de seguirme lo detengo con una mano en su pecho.

–¿Y adónde crees que vas?

–Con ustedes.

–No –respondo a coro con mi hermana–. Tú te quedas.

–Quiero ir –se queja cual niño.

–Qué tal esto. Si le das al centro de la diana, vienes.

Con la mano temblante, Jace toma el cuchillo del piso y se coloca en posición. Tarda unos quince segundos y eso es suficiente para desesperarme.

–Para hoy, Jace.

Toma vuelo y lo lanza. Termina clavado a centímetros, no del centro de la diana sino de la diana. Por el ángel, ni siquiera introdujo el cuchillo, pero tengo que admitir que es lo más cerca que estuvo nunca.

–Eso dice todo. ¿Nos vamos, Isabelle?

Ella asiente y sale seguida por mí. Antes de salir, veo a Jace tratar de sacar el cuchillo de la pared.

–Práctica, Simon regresa hoy.

Jace deja lo que hacía y me mira con ojos abiertos.

–¿Qué?

–Ya escuchaste. Hoy regresa, así que practica.

–De acuerdo.

Dicho eso, salgo y cierro la puerta. Sé que al regresar veré miles de cuchillos en la pared, algunos ni cerca del blanco o de entrar a la diana, incluso una vez lo vi lanzar uno por la ventana ¡y la ventana estaba al otro lado de la sala! Aún me pregunto cómo pudo hacerlo.

Simon

–Podrías ayudarme –se queja Clary.

–Cierto, podría –respondo con una sonrisa burlona.

Clary me lanza su maleta al pecho y hace que pierda el equilibrio balanceándome hacia atrás y casi caer. Ella no es como las otras chicas que matarían por cargar mi maleta, es mi amiga y no soporta mis idioteces.

–Qué poco amable –le reprocho.

–Ahora, su majestad ¿podría servir de algo y abrir la puerta?

Coloco mi mano sobre la puerta del Instituto y esta se abre al instante. Tengo la intención de pasar, pero un cuerpo sale del edificio y lo reconozco de inmediato.

–Alec –saludo antes de abrazarlo.

Mi parabatai me regresa el abrazo y al separarnos veo su traje de combate, como siempre lleno de lentejuelas.

–Por el ángel, ¿otra vez?

–¿Qué?

–¿Por qué lentejuelas? Enserio, ¿por qué no ahorras tiempo y te vistes con linternas?

–Eso suena interesante. Pero prefiero mi estilo, no tan obvio.

–Sí, claro, para nada.

–¡Alec, vámonos!

Ambos giramos para ver a la hermana de Alec sobre el asfalto. Parece molesta o al menos lo más molesta que la he visto.

–¡Voy! –responde Alec irritado–. Bueno, adiós.

Baja los escalones y se une a su hermana. Ambos desaparecen en la noche.

–Vamos, está helando –apresura Clary.

Entramos al cálido Instituto, subimos las cosas a nuestros cuartos y le recuerdo a Clary que debe vestirse para entrenar a Jace.
Había extrañado este lugar, a Jace, incluso a ese gato iglesia, pero sobretodo a Alec, después de todo es mi parabatai. Aunque, y esto me gusta admitirlo, lo que más extrañaba de Nueva York, lo que Alacante no tiene en ninguna parte, son sus clubes llenos de música y alcohol.

Un mundo de cabeza *Malec*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora